



La poesía llega a ser en el estado crepuscular un lenguaje pítico (con 
relación a Píndaro o propia de la Oda): como la sacerdotisa, la hetaira o la sylphide, ebria de visiones inauditas, por encima de 
los vapores de la caverna de Delfos, balbuce palabras profundas en transportes convulsos, así el demonio creador hace fluir en 
ellos, del cráter apagado de su espíritu, una lava de fuego y de piedras incandescentes. 
En estas poesías demoníacas no habla la razón, ni habla el idioma corriente de la vida real, sino sólo el ritmo, sin 
significación, incomprensible, dejando ver a veces en un renglón el relámpago que ilumina todo el Universo. El vidente 
es transportado a una esfera apocalíptica:
Un valle y ríos se extienden alrededor de las montañas de la profecía, a fin de que el hombre pueda tender su vista hacia el 
Oriente y ya partir de allí, en variadas metamorfosis. Pero del 
Éter desciende la fiel imagen y llueven las palabras divinas y 
resuenan las profundidades del bosque.
“y el hecho delusorio a una desgracia
completa lanzó al ilustre Ixión,
porque como una nube se acostó.





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