Todo él siente dentro de sí el terrible látigo
de la inquietud, la intranquilidad perpetua,
la trágica inestabilidad espiritual. Todo él es
arrastrado por una fuerza poderosa, desconocida, de la cual
nunca ha de poder librarse, pues reside en su misma sangre y domina dentro de su propio cerebro. Para poder destruir a ese demonio interior que lo domina, no puede hacer nada más que destruirse a sí mismo.
Todos los que tratan de estar a su lado retroceden ante su demonio interior; todos le creen capaz de lo más alto y también
de lo más terrible, y al mismo tiempo todos le sienten separado de la muerte sólo por un paso. Cuando Pfuel no lo encuentra
una noche en su casa, cuando vivía en París, sólo se le ocurre ir al depósito, para buscar su cadáver entre los suicidas.
Los que lo conocían le creían frío e indiferente; pero los que lo tratan temen el incendio interior que le consume. Así que nadie
pudo comprenderle ni ayudarle, los unos porque le creen demasiado frío, los otros porque saben que es demasiado fogoso. Sólo el demonio le fue fiel.
“al cual el de cabellera de oro benévolamente amó, Apolo,
como sacerdote doméstico de Afrodita,
y guía la gratitud cuidándose de la acciones amigas
para el que fue diligente”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario