Partiremos de una observación de Freud sobre la persecución antisemita: “No olvidemos la última de las causas del antisemitismo; recordemos que todos los pueblos que en la actualidad practican el antisemitismo se convirtieron al cristianismo en una época relativamente reciente y a menudo porque fueron coaccionados a hacerlo bajo amenaza de muerte. Se podría decir que todos ellos están “mal bautizados” (schlecht getauft) y que bajo una delgada capa de cristianismo (unter einer dünnen Tünche von Christentum), han seguido siendo lo que fueron sus antepasados bárbaros politeístas”.
Estas palabras son fuertes, muy fuertes. Reúnen una experiencia muy antigua, anterior a las concordancias establecidas por Weber: el estudio del espíritu monoteísta por Augusto Comte, que supo identificar bajo el monoteísmo la aspiración a “dirigir activamente el movimiento mental”. Semejante acercamiento ilustra cómo juega para Occidente el lazo entre lo teológico y lo político.
Si la sociología religiosa estuviese completamente libre en sus movimientos (lo que evidentemente no sucede), no dejaría de señalar el lado salvaje de las creencias o prácticas recuperadas por el catolicismo europeo y el carácter bastante frágil de la envoltura donde se encuentran refugiados, escondidos con gran cuidado, tantos pedazos y trozos recogidos en los más diversos pueblos, cuya amalgama produjo la cultura llamada europea.
Aquí proporcionaré mi testimonio.
Todavía se podía ver hace muy pocos años en el centro de Normandía a los adoradores del Trueno hacer ostentación de su cristianismo (“cuando truena Dios habla”), donde el etnógrafo menos advertido vería lo que la llamada sociología religiosa prefiere no ver; pues ello supondría poner al normando en el rango de bámbara, es decir, del Negro, e invertir el buen orden que ante todo debe confortar a cierta ciencia de las religiones.
Pero también semejante ejemplo muestra a cada uno la delgada capa de cristianismo y que las parcelas de las que se componen las grandes agrupaciones modernas, dotadas de unidad, es decir, disponiendo de una lengua (la lengua nacional), se mantienen entre ellas por alguna activa dirección mental.
Dejen de llamar bárbaros a los otros pueblos y véanse en el lugar de dónde venimos y el conglomerado que somos. Los árabes tradujeron a Aristóteles y gracias a ellos se pudo conservar la cultura en occidente.
Es el propio caso del filósofo hebreo Maimonides que estudió la obra de Aristóteles y fue empujado a su expatriación de la península ibérica obligado a hacerlo por causa de la intolerancia, gracias a la que aquél acabaría convirtiéndose con el tiempo en cortesano del sultán Saladino en la ciudad de El Cairo.
Por tanto, somos una amalgama politeísta de pueblos.
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