En el discurso de los hombres el mundo suele designarse como un conjunto de inanimados abstractos integrados en el universo del sujeto. La realidad aparece como un hecho ya cultural vinculado a la historia colectiva e individual del sujeto masculino.
Nunca deja de ser una naturaleza secundaria, arrancada de sus raíces corporales, de su entorno cósmico, de su relación con la vida. Esta relación sólo expresa denegación, y permanece en un perpetuo paso al acto inculto.
Sus modalidades cambian, la inmediatez ciega del acto permanece. Las relaciones del sujeto masculino con su cuerpo, con quien se lo ha dado, con la naturaleza, con el cuerpo de los otros, incluidas sus parejas sexuales, permanecen sin cultivar. Mientras tanto, las realidades que expresa su discurso son artificiales, hasta tal punto mediatizadas por un sujeto y una cultura que no pueden ser compartidas, lo que, sin embargo, constituye la finalidad de la lengua.
Más aún estas realidades están lejos de a vida que se convierten en algo mortífero, como ya diagnosticó Freud al hablar del privilegio cultural de la pulsión de muerte.
Más aún estas realidades están lejos de a vida que se convierten en algo mortífero, como ya diagnosticó Freud al hablar del privilegio cultural de la pulsión de muerte.
El mundo evoluciona. En nuestros días, su evolución parece entrañar un riesgo para la vida y la creación de valores. De estos últimos subsisten a menudo lo sometidos al reino del dinero.
El peligro de los medios de comunicación desarrollados por las sociedades de responsabilidad exclusivamente masculina es que pueden impedir que emerjan otros medios de comunicación más vinculados a la vida, a sus propiedades concretas, o destruirlos si ya existen.
La dimensión sexuada es una de las más indispensables y no sólo para la reproducción, sino para la cultura y la conservación de la vida. Se trata, entonces, de saber si nuestras civilizaciones están aún dispuestas a considerar el sexo como una patología, una tara, un residuo de animalidad, o si por fin han llegado a ser lo suficientemente adultas como para concederle su estatuto cultural humano.
Semejante cambio pasa por la evolución de los aspectos sexuados de la lengua y de todos los medios de intercambio.
Sylphides
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