La impronta de Kant en el siglo XX no tuvo lugar sólo a través de Habermas o Rawls, sino de un modo particular y particularmente nocivo a través de G. E. Moore con su insistencia en la autonomía de la ética respecto a la naturaleza, deseos humanos, etc. acusando implacablemente a quienes intentaban el paso prohibido de incurrir en la supuesta falacia lógica que él denominó “naturalista”.
Sólo basándose en una epistemología muy ingenua es posible postular un mundo de hechos como diferente al mundo de valores. Como Searle y Frankena entre otros demostraron con inteligencia, la propia falacia naturalista de Moore no es sino una falacia, debido a una mala comprensión del modo en que opera el lenguaje valorativo.
Ha sido una de las más importantes representantes de las éticas de las virtudes precisamente, Philippa Foot, quien ha explicado de forma acertada, inteligible y convincente la relación que existe entre los términos que utilizamos en nuestras valoraciones morales y los hechos de la vida cotidiana, al tiempo que ha resaltado que todas nuestras valoraciones, incluso las no morales, penden de hechos a los que nos referimos cuando recomendamos, elogiamos o repudiamos alguna conducta o persona. La estrategia de Philippa Foot es proceder al análisis de términos valorativos que empleamos para referirnos a virtudes puramente prudenciales, o términos con los que indicamos nuestra valoración de determinadas situaciones.
Es ya un lugar común considerar que Hume en su Tratado de la naturaleza humana fue el antecesor de Moore en su denuncia de la falacia naturalista como ya he indicado a causa de su famoso pasaje del es-debe (Is Ought passage) donde se critica el tránsito de lo que es, más allá de los conocimientos humanos, a lo que debe ser que para Hume depende de nuestros sentimientos universales de empatía, mediados por el punto de vista del espectador imparcial.
La valoración de la denuncia de la falacia naturalista por parte de Moore no puede ser por tanto ni enteramente positiva ni del todo negativa.
En más de un sentido es inteligente y sagaz con su crítica a la ingenuidad naturalista de quienes confunden lo que se puede hacer con lo que se debiera hacer pero sus críticas al hedonismo no son excesivamente acertadas y adolecen en general de un platonismo anacrónico que quiere ver detrás de cada palabra un referente natural o no natural, olvidando de que los términos no aluden necesariamente a objetos sino muchas veces o casi siempre a relaciones sujeto/objeto.
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La polémica más popular en el ámbito de la ética normativa es la que tiene lugar entre las corrientes teleológicas y deontológicas, al parecer arrinconadas las vetustas disputas entre éticas formales o materiales, éticas de bienes y de valores, nomenclatura que ha caído en desuso.
En un sentido amplio toda ética que se encuentre debidamente inmunizada y saneada de elementos espúreos y ajenos a la filosofía está llamada a ser una ética teleológica o, por lo menos, una ética consecuencialista (una variedad contemporánea del teleologismo ético clásico) que toma al ser humano, su bienestar y su desarrollo como fin o meta, y que, por supuesto, presta consideración a las consecuencias globales que se derivan de las acciones.
Algunos autores de nuestro entorno, como José Ferrater Mora, Quintanilla o Mosterín, se han declarado partidarios de las éticas teleológicas.
Andrómeda
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