lo dijo sylphides a pasolosdías:
Has empezado el artículo de una forma muy elevada y reuniendo a grandes cabezas filosóficas pero veo que lo has terminado entre las sutilezas de esa gran música barroca y un poco la propia locura que se desata intrascendente de todo.
Wittgenstein que habló del "infierno de la identidad" y que se dio cuenta de que podían haber multiplicidad de lenguajes acerca de la realidad, también dijo que la ética, por consiguiente, se hallará más allá de lo que se puede decir y habrá que emplazarla a ella también en el dominio de lo "inefable", de lo que llamará Wittgenstein lo “místico”, a saber, aquello sobre lo que, no siendo posible hablar más vale guardar silencio.
Pero Wittgenstein no era un irracionalista ético más bien se vio obligado a poner límites a la racionalidad científica para así hacer un hueco a cosas más importantes que la ciencia.
Los neopostivistas que aplaudieron la consigna wittgensteiniana de silencio la interpretaron en el sentido de que en efecto más vale callar mas no porque haya algo acerca de lo cual guardar silencio, sino porque en rigor no hay nada que decir.
Los neopostivistas que aplaudieron la consigna wittgensteiniana de silencio la interpretaron en el sentido de que en efecto más vale callar mas no porque haya algo acerca de lo cual guardar silencio, sino porque en rigor no hay nada que decir.
Pero esta interpretación de los neopositivstas sólo hemos de interpretarla así como una interpretación y a mi modo de ver no es la correcta.
Lo que ellos aceptaron es la inmersión de la ética en el más absoluto irracionalismo. Sólo cabe que intentemos contagiar emocionalmente a nuestro interlocutor de nuestras propias actitudes o persuadirle -mediante un hábil despliegue de nuestra capacidad retórica- para que se comporte como nosotros deseamos que lo haga.
En definitiva la ética cae en el irracionalismo o en el emotivismo de la persuasión psicológica.
Pero wittgenstein todavía hará una harta labor de sopesación y no renunciará como digo a un racionalismo en ética. Más bien se vio obligado, como ya digo, a poner límites e hizo finalmente suya la tesis de los analíticos del lenguaje, sobre la existencia de pluralidad lingüística. Por lo que para él un "código moral" aceptado puede tener coherencia, un “código moral” es un lenguaje como lo pueda ser un paradigma científico, por más que no se trate de un lenguaje compuesto de enunciados o de juicios de hecho, sino de imperativos, normas o juicios de valor.
Pero wittgenstein todavía hará una harta labor de sopesación y no renunciará como digo a un racionalismo en ética. Más bien se vio obligado, como ya digo, a poner límites e hizo finalmente suya la tesis de los analíticos del lenguaje, sobre la existencia de pluralidad lingüística. Por lo que para él un "código moral" aceptado puede tener coherencia, un “código moral” es un lenguaje como lo pueda ser un paradigma científico, por más que no se trate de un lenguaje compuesto de enunciados o de juicios de hecho, sino de imperativos, normas o juicios de valor.
En fin, esto que digo no es moco de pavo, y otro día hablaremos de otros filósofos al pie de una mesa, tendría el gusto de que me presentases a Freud que debe quedar muy lucido junto a ti con tu neurosis. A ver si nos da un buen diagnóstico que nos permita desentrañar el oculto subconsciente de tu cerebro.
En fin la pura desentrañeidad del alma.
Muchos saludos de su inefable y afectuosa amiga,
sylphides
Wittgenstein
La filosofía analítica surge -como el resto de las filosofías auténticamente contemporáneas- de ese contexto de crisis del pensamiento de la burguesía. Para ceñirnos sólo al caso de su representante más eminente, algún historiador ha subrayado con acierto que la Viena de Wittgenstein es también la Viena de Musil o de Schönberg, cuya narrativa o cuya música constituyen un indicio tan válido como la filosofía wittgensteiniana lo pueda ser de las vicisitudes de la cultura burguesa en la primera mitad del siglo XX.
Los filósofos analíticos fueron siempre conscientes de un hecho, a saber, que “el lenguaje es comunicación” o por lo menos de que lenguaje y comunicación se coimplican de algún modo. De las tres áreas clásicas de la seiótica -sintaxis, semántica y pragmática-, la pragmática era la Cenicienta, la que había despertado no menos interés y parece clara esta dimensión gracias a la obra de lo qe se ha dado en llamar el ultimo Wittgenstein.
El eje en torno al cual se desenvuelve dicha orientación no es otro que la función del lenguaje en tanto que medio de counicación, donde al hablar de la función comuicativa del lenguaje y darle prioridad sobre cualquier otra se entiende que cualquier uso del lenguaje consiste básicamente en “decir algo a alguien” y en tal sentido entraña un acto de comunicación.
Y hay que señalar que es esa transición de la sintaxis a la pragmática pasando por la semántica en la concepción analítica del lenguaje la que indica el camino de despegue de la propia filosofía analítica respecto del positivismo.
Los inicios de dicho giro lingüístico en la obra de Wittgenstein a quien hemos presentado como un pionero de la concepción del lenguaje como comunicación, esto es, de la concepción pragmática del lenguaje, es lo que marca la ruptura de la filosofía analítica con el postivismo.
El Wittgenstein de que hablo es el Wittgenstein maduro de las “Investigaciones filosóficas” publicadas postumamente en los años cincuenta. Pero con anterioridad al filo de la primera guerra mundial había publicado otra gran obra, el “Tractatus Logico Philosophicus” que no siendo en manera alguna una obra postivista influyó decisivamente en el neopositivismo.
¿Cuál era en efecto esa concepción del lenguaje en el Tractatus contra la que el propio Wittgenstein sería luego el primero en reaccionar?
¿Cuál era en efecto esa concepción del lenguaje en el Tractatus contra la que el propio Wittgenstein sería luego el primero en reaccionar?
La verdad o falsedad de un enunciado únicamente puede decidirse al compararlo con la realidad. Y esa comparación entre lenguaje y mundo -caracterizable a su vez como la totalidad de los hechos posibles- la podemos llevar a cabo porque entre ambos se da un riguroso isomorfismo, es decir, porque uno y otro coinciden entre sí estructuralmente. El lenguaje por excelencia parece ser en un tal caso el lenguaje científico.
Y en efecto a él se reduce según Wittgenstein cuanto puede ser dicho pues fuera de él sólo nos queda el ámbito de lo inefable.
De donde se deduce que puede hablarse de “verdad” en la medida en que hay una correspondencia entre el mundo y su representación lingüística, entre la realidad y el lenguaje.
Pero, ¿y si no hubiera nada a que poder llamar el lenguaje y en su lugar tuviéramos multitud de lenguajes diferentes, cada uno de los cuales impusiera visiones asimismo diferentes de eso que antes llamábamos la realidad?
Pero, ¿y si no hubiera nada a que poder llamar el lenguaje y en su lugar tuviéramos multitud de lenguajes diferentes, cada uno de los cuales impusiera visiones asimismo diferentes de eso que antes llamábamos la realidad?
El Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas fue el primero en adelantar esta sugerencia un tanto inquietante, acompañada de la sugerencia de que lo esencial para que haya lenguaje es que la actividad en que consiste pueda ser compartida por los miembros de una comunidad, la comunidad de quienes lo hablan y alcanzan a comunicarse mediante él.
Para volver al Tractatus de Wittgenstein si el mundo es la totalidad de los hechos está claro que en él no caben los valores, puesto que los valores no son hechos. De donde se desprende que, si el lenguaje y realidad son isomorfos, tampoco en el lenguaje quedará ya lugar para la ética. La ética, por consiguiente, se hallará más allá de lo que se puede decir y habrá que emplazarla a ella también en el dominio de lo inefable, de lo que llamará Wittgenstein lo “místico”, a saber, aquello sobre lo que, no siendo posible hablar más vale guardar silencio.
Wittgenstein no era ciertamente un irracionalista ético. Más bien habría hecho suya la confesión de Kant según la cual se veía obligado a poner límites a la racionalidad científica para así hacer un hueco a cosas más importantes que la ciencia.
Pero también cabría decir que su Tractatus que constituye un fiel retrato del hombre de nuestro tiempo, quien -tras rendir el obligado culto a la razón teórica encarnada por la ciencia- se encuentra inerme y, lo que es peor, mudo ante las demandas de la razón práctica.
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Los neopostivistas que aplaudieron la consigna wittgensteiniana de silencio la interpretaron en el sentido de que en efecto más vale callar mas no porque haya algo acerca de lo cual guardar silencio, sino porque en rigor no hay nada que decir.
Pero también cabría decir que su Tractatus que constituye un fiel retrato del hombre de nuestro tiempo, quien -tras rendir el obligado culto a la razón teórica encarnada por la ciencia- se encuentra inerme y, lo que es peor, mudo ante las demandas de la razón práctica.
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Los neopostivistas que aplaudieron la consigna wittgensteiniana de silencio la interpretaron en el sentido de que en efecto más vale callar mas no porque haya algo acerca de lo cual guardar silencio, sino porque en rigor no hay nada que decir.
En consecuencia, aceptaron sin pestañear -al menos en un primer momento- la inmersión de la ética en el más absoluto irracionalismo.
Cuando decimos a alguien que algo es bueno o que ese algo debe hacerse, no hay posibilidad de argumentar en pro de nuestras convicciones y sólo cabe que intentemos contagiar emocionalmente a nuestro interlocutor de nuestras propias actitudes o persuadirle -mediante un hábil despliegue de nuestra capacidad retórica- para que se comporte como nosotros deseamos que lo haga.
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Naturalmente que esta no es una descripción excesivamente edificante del asunto.
Y los filósofos analíticos trataron de embellecerla recurriendo (en tanto ahora que postpositivistas) a la tesis del “pluralismo lingüístico” que Wittgenstein había acabado haciendo suya.
Y los filósofos analíticos trataron de embellecerla recurriendo (en tanto ahora que postpositivistas) a la tesis del “pluralismo lingüístico” que Wittgenstein había acabado haciendo suya.
Un “código moral” es un lenguaje como lo pueda ser un paradigma científico, por más que no se trate de un lenguaje compuesto de enunciados o de juicios de hecho, sino de imperativos, normas o juicios de valor.
Y entre quienes compartan las premisas de un código moral determinado siempre cabe la posibilidad de discutir racionalmente.
Ahora bien, así como en el caso de la racionalidad científica veíamos que ésta tropezaba con limitaciones -no era posible el ejercicio de la racionalidad entre dos o más paradigmas contrapuestos, no era posible la racionalidad interparadigmática- , de la misma manera ahora tendríams que el ejercicio de la racionalidad ética parece hallarse confinado al interior de un código moral.
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No se me oculta que el debate entre la concepción absolutista y la relativista del bien o la verdad pertenece a un debate tan antiguo como la propia filosofía: se halla en el trasfondo de las controversias de Sócrates con Protágoras o Galucón y Adimanto y, desde luego, cruza buena parte de la obra de Nietzsche desde la Gaya ciencia hasta la Genealogía de la moral.
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Cuando hablo de una concepción intralingüítica o convencional quiero decir que en ella el bien y la verdad no nos vendrían dados o impuestos desde fuera sino que serían construidos por nosotros.
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No se me oculta que el debate entre la concepción absolutista y la relativista del bien o la verdad pertenece a un debate tan antiguo como la propia filosofía: se halla en el trasfondo de las controversias de Sócrates con Protágoras o Galucón y Adimanto y, desde luego, cruza buena parte de la obra de Nietzsche desde la Gaya ciencia hasta la Genealogía de la moral.
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Cuando hablo de una concepción intralingüítica o convencional quiero decir que en ella el bien y la verdad no nos vendrían dados o impuestos desde fuera sino que serían construidos por nosotros.
Que serían, esto es, convenciones acordadas por los miembros de la comunidad, pero donde convencional no querría decir lo mismo que arbitrario, sino coo algo logrado por medio de un consenso racional.
Aquel debate presupone asimismo una confrontación entre las que cabría a su vez llamar una concepción monológica y una concepción dialógica de la racionalidad.
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Un intérprete tan sagaz del pensamiento de Wittgenstein como Derek L. Phillips ha tratado asimismo de reunir los escasos y dispersos pronunciamientos wittgensteinianos sobre la “historia natural de la especie humana” con vistas a sugerir partiendo de ellos una tercera vía entre el absolutismo y el relativismo: el lenguaje sería como el hombre un producto a la vez histórico y natural, en tanto que histórico su consideración nos pondría a salvo de cualquier veleidad absolutista, en tanto que natural y dado que -con él- los hombres somos lo que somos y estamos hechos como lo estamos nos permitiría escapar al relativismo.
El lenguaje es un producto de la actividad humana en el mundo y, por ende, de los hechos de la naturaleza física y humana. Pero, al mismo tiempo, el lenguaje es también productor de significados y de nuevas formas humanas de actividad. Por eso Wittgenstein no se muestra dispuesto a refrendar que los hechos de la naturaleza determinan completamente nuestro lenguaje, mientras, por otro lado, se resiste a afirmar que los hechos de la naturaleza sean en su totalidad creaciones de nuestro lenguaje.
La posición de Wittgenstein difiere en consecuencia de la del relativista para el que el lenguaje determinaría lo real y la del absolutista que simplemente invertiría esta relación.
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lo dijo daven:
En cuanto a la lógica, está demostrado por Gödel y determinado por un artículo famosísismo de Alfred Tarsky (busque, busque) lo siguiente: Certeza absoluta de verdad y razón pura están en mutua relación. Solo aquellos lenguajes que se apoyan en una lógica de primer orden tienen un concepto de verdad unívoco. Los fundamentados en lógicas de segunda orden, como la aritmética, tienen una verdad unívoca salvo en asertos que expliciten semánticamente que no son demostrables, en ese caso estos asertos son indecidibles. En el caso de ciencias que estén apoyados en lógicas difusas o conceptos contingentes, la verdad no tiene garantía eterna, ni razón que las soporte.
Yo no soy un dios, ni usted una diosa, baje pues de las nubes.
Yo no soy un dios, ni usted una diosa, baje pues de las nubes.
Sylphides imaginariamente a daven
Creo que entre los dos estamos haciendo historicismo de la razón, tal vez como Marx y Hegel lo hicieron de la filosofía y como ellos hubieran querido seguir haciéndolo, en su comprensión dialéctica de la historia.
Porque estoy haciendo la crítica de la razón ilustrada por eso hablo de una razón que se refiere a la subjetividad porque en ese momento histórico nace la razón con el ideal emancipatorio del hombre, primero en la escisión entre verdad y fe y después en la instauración de sus derechos en tanto hombre y en su libertad personal y en su propiedad.
Frente a esta razón ilustrada es frente a la que se encuentran Hegel y Marx, y por eso hago esta comparación, enfrentándolas en la dialéctica del pensamiento.
De Wittgenstein me interesa también lo que viene después de él, si con el se produce una escisión y superación del positivismo. Tenemos que decir que de él surgirá despues el neopostivismo.
Es decir, no creamos que Wittgenstein y de él después no se van a derivar corrientes que pongamos puedan ser incluso dañinas para la propia interpretación más correcta de Wittgenstein.
Es decir, no creamos que Wittgenstein y de él después no se van a derivar corrientes que pongamos puedan ser incluso dañinas para la propia interpretación más correcta de Wittgenstein.
En cuanto a la frase de Tarsky se radicaliza en el no cognoscitivismo ético, en que pertenece al reino de lo inefable, en la contingencia. Y ya en Aristóteles tenemos los principos de esta lógica, en cuanto que sólo podemos predicar la verdad y falsedad de las porposiciones enunciativas, y de los enunciados sobre necesidad y contingencia (de segundo orden, así llamados despues por Austin y la fiolosofia analítica) dice ya Aristoteles que solo se puede decir de ellos no acerca de su verdad sino de su relación de necesidad, contigencia o no necesidad de los mismos.
Por tanto, vemos que caemos también en un error lingüístico, en un sofisma, en cuanto analizamos los enunciados de segundo orden. Porque si no se pudiera predicar algun tipo de verdad acerca de ellos estaríamos comentiendo galimatías de cada dos por tres.
Por tanto es necesario que se den unas pretensiones devalidez acerca de los mismos, sobre la veracidad de las afirmaciones, la verdad de los enunciados proposicionales, la inteligibilidad de la comunicación y el correctivo en cuanto al procedimiento y su pretensión de corrección y validez.
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Al hilo de ariadna:
Al hilo de la lectura, sobre un hilo, así es como yo me encuentro, mucho genio y fuerza al violín, al hilo de ese maldito "yo", así, bueno, como siempre te digo que disfrutes de tus sueños.
Cuando haya liquidado todos sus vestigios, cuando la vida y la de los otros deje de parecerse a unos títeres de cuyos hilos tirará para reírse, una diversión de fin de los tiempos. Será entonces el ser puro.
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