domingo, 14 de diciembre de 2008

Joseph E. Stiglitz

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Joseph E. Stiglitz

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Joseph E. Stiglitz
Joseph Eugene Stiglitz (Gary, Indiana, 9 de febrero de 1943) es un economista judío estadounidense, famoso a raíz de la publicación de libros de divulgación masiva y por las críticas a los organismos internacionales de crédito. Ha recibido la Medalla John Bates Clark (1979) y el Premio Nobel de Economía (2001). Es conocido por su visión crítica de la globalización, de los economistas de libre mercado (a quienes llama "fundamentalistas de libre mercado") y de algunas de las instituciones internacionales de crédito como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. En 2000 Stiglitz fundó la Iniciativa para el diálogo político, un «tanque de pensamiento» (think tank) de desarrollo internacional con base en la Universidad de Columbia (EE. UU.). Considerado generalmente como un economista neokeynesiano, Stiglitz es el primer economista más citado en el mundo.[1]

Contenido

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Biografía [editar]

Stiglitz nació en Gary (Indiana) de padres judíos. De 1960 a 1963 estudió en el Amherst College, donde fue miembro activo del equipo de debate estudiantil y llegó a presidir la organización de representación estudiantil. En el cuarto año de pregrado se trasladó al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) donde realizaría sus trabajos de postgrado. De 1965 a 1966 estudio en la Universidad de Chicago donde llevó a cabo investigaciones bajo la dirección de Hirofumi Uzawa. De 1966 a 1967 estudió para su PhD en el MIT; durante esta éptoca fue asistente de docencia en el MIT. El modelo de estudio y la visión de la economía en el MIT -modelos simples y concretos, dirigidos a responder cuestiones importantes y relevantes- encajaba perfectamente con la personalidad de Stiglitz[2] . De 1969 a 1970, fue investigador Fulbright en la Universidad de Cambridge. En años siguientes impartió clases en la Universidad de Yale, Universidad de Duke, Universidad de Stanford, Universidad de Oxford y Universidad de Princeton. Stiglitz es actualmente Profesor en la Universidad de Columbia.

Además de sus influyentes y numerosas contribuciones a la microeconomía, Stiglitz participó en númerosos puestos de carácter político. Desempeñó labores en la administración del presidente Clinton como presidente del Consejo de Consejeros Económicos (1995-1997). En el Banco Mundial, donde estuvo como primer vicepresidente y economista jefe (1997 - 2000), hasta que el Secretario del Tesoro de los EE.UU. (Lawrence Summers) lo forzara a renunciar, en un momento en que habían comenzado protestas sin precedentes contra las organizaciones económicas internacionales, siendo la más prominente la realizada en Seattle con motivo de la cumbre de la Organización Mundial del Comercio en 1999. Asimismo, ha sido uno de los autores principales en el Grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático (IPCC).



Algunas de las contribuciones más importantes de Stiglitz a la economía [editar]



Asimetría de la información [editar]

La investigación más famosa de Stiglitz es sobre el screening, una técnica usada por un agente económico para extraer la información privada de otro. Esta importante contribución a la teoría de la asimetría de la información le valió compartir el Premio Nobel de Economía[2] en 2001 con George A. Akerlof y Michael Spence.

La literatura económica neoclásica tradicional asume que los mercados son siempre eficientes excepto por algunas fallas limitadas y bien definidas. Los recientes estudios de Stiglitz y otros más revocan esa presunción: es solo bajo circunstancias excepcionales que los mercados son eficientes. Stiglitz (y Greenwald)[3] muestra que "cuando los mercados están incompletos y/o la información es imperfecta (lo que ocurre practicamente en todas las economías), incluso en un mercado competitivo, el reparto no es necesariamente Pareto eficiente. En otras palabras, casi siempre existen esquemas de intervención gubernamental que pueden inducir resultados Pareto superiores, beneficiando a todos[3] .

Aunque estas conclusiones y la generalización de las fallas de mercado no garantiza para nada que el Estado intervenga ampliamente en cualquier economía, deja claro que el rango "óptimo" de intervenciones gubernamentales recomendables es definitivamente mucho mayor que lo que la escuela tradicional reconoce[4] Para Stiglitz, no existe la denominada "mano invisible" [5] .

Cuando hay "externalidades" -donde las acciones de un individuo tienen impactos en otros, por las cuales no pagan o no son compensados-, los mercados no funcionarán bien. Pero la investigación reciente ha mostrado que estas externalidades son penetrantes, cada vez que hay información imperfecta o riesgo de mercados imperfecto - esto ocurre siempre.
El verdadero debate hoy en día gira en torno a encontrar el balance correcto entre el mercado y el gobierno. Ambos son necesarios. Cada uno puede complementar al otro. Este balance será diferente dependiendo de la época y en lugar.[6]
En una entrevista, Stiglitz explicó:

"Las teorías que desarrollamos explican por qué los mercados sin trabas, a menudo, no sólo no alcanzan justicia social, sino que ni siquiera producen resultados eficientes. Por determinados intereses aún no ha habido un desafío intelectual a la refutación de la mano invisible de Adam Smith: la mano invisible no guía ni a los individuos ni a las empresas -que buscan su propio interés- hacia la eficiencia económica."[7]


Salarios de eficiencia: el modelo Shapiro-Stiglitz [editar]

Stiglitz también ha investigado sobre los llamados salarios de eficiencia y ha colaborado en la creación de lo que se conoce como el "modelo Shapiro-Stiglitz" que explica la existencia del desempleo, y el por qué los salarios no son arrastrados siempre a la baja por los parados que buscan empleo (y en la ausencia de salarios mínimos) lo que provocaría que todo aquel que quiera un empleo pudiera encontrar uno, cuestionando así el paradigma neoclásico que no explica el empleo involuntario.[8] La respuesta a este rompecabezas fue propuesta por Carl Shapiro y Stiglitz en 1984: El desempleo es motivado por la estructura informativa del empleo[8] . Dos observaciones básicas sostienen su análisis:

  • 1. A diferencia de otras formas de capital, las personas pueden escoger su propio nivel de esfuerzo.
  • 2. Es costoso para las empresas determinar cuánto esfuerzo están realizando sus trabajadores.
Se puede encontrar una descripción del "modelo Shapiro-Stiglitz" en links proveidos[9] . Algunas implicaciones fundamentales de este modelo son:

  • 1. Los salarios no disminuyen lo suficiente durante las recesiones como para evitar que aumente el desempleo. Si la demanda laboral cae, esto aminora los salarios. Pero debido a que los salarios han caído, la probabilidad de que los trabajadores no ejerzan su mayor esfuerzo se incrementa. Si los niveles de empleo deben mantenerse, por medio de una rebaja suficiente de los salarios, los trabajadores serán menos productivos que antes. Como consecuencia, en el modelo, los salarios no caen los suficiente como para mantener los niveles de empleo de la situación previa, debido a que las empresas quieren evitar que los trabajadores eludan excesivamente sus responsabilidades. Luego el desempleo debe aumentar durante las recesiones debido a que los salarios se mantienen 'muy altos'.
  • 2. Corolario: Aletargamiento de salarios. Se requerirá que cada empresa re-optimice repetidamente los salarios en respuesta a la tasa cambiante de desempleo. Las empresas no pueden reducir salarios hasta que el desempleo aumente de manera suficiente (un problema de coordinación).
El resultado nunca es Pareto eficiente.

  • 1. Cada empresa emplea muy pocos trabajadores debido a que se enfrenta a unos costes particulares mayores que el coste social, el cual es igual en todos los casos.
  • 2. También existen externalidades negativas. Cada empresa incrementa el valor activo del desempleo para todas las otras firmas al dar empleo a alguien. Pero el primer problema domina claramente desde que la 'tasa natural de desempleo' es siempre muy alta.
Artículo principal: Salarios de eficiencia


Algunas posibles implicaciones prácticas de los teoremas de Stiglitz [editar]

Si bien no puede cuestionarse la validez matemática de los teoremas de Stiglitz et al., sus implicaciones prácticas en economía política y su aplicación en políticas económicas reales han estado sujetas a grandes debates y desacuerdos.[10] El mismo Stiglitz parece estar continuamente adaptando su propio discurso político-económico[11] , como se puede apreciar en la evolución de sus posturas inicialmente declaradas en Whither Socialism? (1994) a sus nuevas posiciones presentadas en sus posteriores publicaciones.

Una vez que es introducida la información incompleta e imperfecta, los defensores del sistema de mercado de la escuela de Chicago no pueden mantener afirmaciones descriptivas de la eficiencia de Pareto del mundo real. Por ello, el uso de Stiglitz de presupuestos de equilibrio con expectativas racionales para alcanzar una comprensión del capitalismo más realista que la usual entre los teóricos de las expectativas racionales lleva, paradójicamente, a la conclusión de que el capitalismo se desvía del modelo de una manera que justifica una intervención estatal -socialismo- como remedio.[12]
Las ideas de Stiglitz defienden la necesidad de una economía aún más intervencionista que la que Samuelson proponía. Samuelson trataba las fallas de mercado como una excepción a la regla general de mercados eficientes. Pero el teorema de Greenwald-Stiglitz postula las fallas de mercado como la norma, estableciendo que el gobierno podría potencialmente casi siempre mejorar el reparto de los recursos del mercado. Y el teorema de Sappington-Stiglitz establece que un gobierno ideal podría actuar mejor al dirigir una empresa por sí mismo que a través de la privatización[13] (Stiglitz 1994, 179).[12]
Las objeciones para una adopción amplia de estas posiciones sugieren que los descubrimientos de Stiglitz no provienen de la economía en sí, sino más bien de la ciencia política; y, por tanto, se encuentran en el campo de la sociología. Como lo cuestiona David L. Prychitko en su "crítica" al Whither Socialism?, aunque la percepción económica principal de Stiglitz parece generalmente correcta, todavía deja abierta la discusión sobre las cuestiones constitucionales, tales como de qué manera las instituciones coercitivas del Estado deberían constreñir y cuál es la relación entre el Estado y la sociedad civil.[14]



Obra [editar]

Además de sus publicaciones técnicas de economía, Stiglitz es el autor de Whither Socialism, un libro no técnico que proporciona una introducción a las teorías que explican el fracaso de las economías socialistas en Europa del Este y al rol de la información imperfecta en los mercados. En 2002, escribió El malestar en la globalización, donde afirma que el Fondo Monetario Internacional se pone al interés de su accionista más grande, los Estados Unidos, sobre el de las naciones más pobres para las cuales fue diseñado servir. Stiglitz ofrece algunas razones por las cuales la globalización ha engendrado la hostilidad de manifestantes, tales como las ocurridas en Seattle y Génova.

En el año 2006 publicó ¿Cómo hacer que funcione la globalización?, una crítica del actual orden económico mundial con diversas propuestas para tratar de reencauzar la globalización.

Joseph E. Stiglitz ha sido reconocido en los cinco continentes por su prestigiosa trayectoria y es uno de los economistas más leídos del mundo.



Publicaciones [editar]

Libros
  • Cómo hacer que funcione la globalización, Altea Taurus Alfaguara, 2006 ISBN 84-306-0615-7
  • 2006, Stability with Growth: Macroeconomics, Liberalization, and Development ISBN 0-19-928814-3 (Initiative for Policy Dialogue Series C); by Joseph E. Stiglitz, Jose Antonio Ocampo, Shari Spiegel, Ricardo Ffrench-Davis, and Deepak Nayyar; Oxford University Press 2006
  • 2005, The Development Round Of Trade Negotiations In The Aftermath Of Cancun by Joseph E. Stiglitz, Andrew Charlton (Paperback - January 30, 2005)
  • 2005, A Chance For The World Bank by Joseph P Stiglitz (Foreword), Jozef Ritzen, ISBN 1-84331-162-3, Anthem Press, Wimbledon Publishing Company (Paperback - May 30, 2005)
  • 2005 Fair Trade for All: How Trade Can Promote Development (con Andrew Charlton),(Initiative for Policy Dialogue Series C) Oxford University Press, 2005 ISBN 0-19-929090-3, ISBN 978-0-19-929090-1 Texto incompleto en Google books
  • 2003 Towards a New Paradigm in Monetary Economics, with Bruce Greenwald, Cambridge University Press. 2003, ISBN 0-521-00805-0, ISBN 978-0-521-00805-1 Texto incompleto en google books
  • 2003 The Roaring Nineties, W.W. Norton & Company, forthcoming in October 2003.
  • 2002, Principles of Macroeconomics, third edition, with Carl E. Walsh, W.W. Norton & Company, March 2002.
  • 2002, Economics, Third Edition, with Carl E. Walsh, W.W. Norton & Company, April 2002.
  • 2002, Peasants Versus City-Dwellers: Taxation and the Burden of Economic Development, with Raaj K. Sah, Oxford University Press, April 2002.
  • 2002 Globalization and Its Discontents, W.W. Norton & Company, June 2002.
  • 1981 'Theory of Commodity Price Stabilization' by David M.G. Newbery and Joseph E. Stiglitz ISBN-10: 0198284179 ISBN-13: 978-0198284178, Oxford University Press [Hardcover: 512 pages]
  • 1969 Readings in the Modern Theory of Economic Growth by Joseph E. Stiglitz (Editor), Hirofumi Uzawa (Editor) M.I.T. Press, 1969, ISBN 0-262-19055-9, ISBN 978-0-262-19055-8
Artículos, conferencias, presentaciones y videos
  • 2007, The Economic Consequences of Mr. Bush, Vanity Fair, December 2007 Issue
  • 2007, Where is the World Going To, Mr. Stiglitz? directed by Jacques Sarasin, First Run Features.
  • 2001, New Ideas About Old Age Security: Toward Sustainable Pension Systems in the 21st Century , edited with Robert Holzmann, World Bank, January 2001.
  • 1998 Redefining the Role of the State - What should it do ? How should it do it ? And how should these decisions be made? Paper presented at the Tenth Anniversary of MITI Research Institute, Tokyo, March 1998.
  • 1996, The World Bank Research Observer: No 2: August 1996 by Joseph Stiglitz
  • 1993, “Post Walrasian and post Marxian economics,” Journal of Economic Perspectives, vol. 7, pp. 109-14
  • 1993, “Market socialism and neoclassical economics,” in Bardhan, P. K. and Roemer, J. E. (eds.), Market Socialism. The Current Debate, New York: Oxford University Press
  • 1989, “Principal and agent,” in J. Eatwell, M. Milgate and P. Newman (eds.), The New Palgrave. Allocation, Information and Markets. New York: W. W. Norton
  • 1987, “The causes and consequences of the dependence of quality on prices,” Journal of Economic Literature, vol. 25, pp. 1-48
  • 1981, Credit Rationing in Markets with Imperfect Information, The American Economic Review, Vol. 71, No.3 (June 1981),pp.393-410, by Joseph E. Stiglitz and Andrew Weiss
  • 1974, Incentives and Risk Sharing in Sharecropping, The Review of Economic Studies, Vol. 41, No. 2, 219-255.
  • World Bank Video presentation
  • Online access to Stiglitz published papers, at his own website
  • The Three Trillion Dollar War, a panel discussion with Joseph Stiglitz and Linda Bilmes regarding their new book, `The Three Trillion Dollar War: The True Cost of the Iraq Conflict.` Feb 28, 2008 at Columbia University.
  • I Dissent: Uncommon Economic Wisdom. A monthly column for Project Syndicate.






Joseph E. Stiglitz


El malestar de la globalizacion

El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, dos instituciones nacidas para prestar ayuda a los países en vías de desarrollo .-

El FMI -junto al Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio- nació, como es conocido, después de finalizada la II Guerra Mundial, por iniciativa de las Naciones Unidas en la Conferencia Monetaria y Financiera celebrada en Bretton Woods, New Hampshire, en julio de 1944. Fue la creencia en la necesidad de una acción colectiva a escala global con la finalidad de lograr la estabilidad económica lo que llevó a la formación de dichas instituciones que, no se olvide, no rinden cuentas directamente "ni a los ciudadanos que los pagan ni a aquellos a cuyas vidas afectan"(4). El FMI, formado por los ministros de Hacienda y por los gobernadores de los Bancos Centrales de los gobiernos del mundo, se rige por un complicado sistema de votación basado en buena medida en el poder económico de los países al final de la II Guerra Mundial. A pesar de algunos ajustes, el poder efectivo del FMI está en manos de los países más industrializados sobre cuyas decisiones un sólo país, Estados Unidos, puede ejercer su derecho de veto.


Por su parte, el Banco Mundial, cuyo nombre originario fue significativamente el de Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo, se creó paralelamente con el objetivo de prestar el dinero necesario a los países con dificultades de crecimiento para que solucionasen sus problemas estructurales, aunque dicho Banco debe contar siempre con la aprobación del FMI.
Las ideas que sustentaban la creación de éstas y las otras instituciones internacionales era la de esquivar de manera definitiva las crisis estructurales, manifestadas por altas tasas de paro, tal como se había producido durante la "Gran Depresión" norteamericana de los años treinta.

Siguiendo las teorías de John Maynard Keynes, la persistencia de una situación de paro se debía atribuir a las fluctuaciones del mercado, razón por la cual éste no debía ser dejado sin control -para que actuase la Mano Invisible de Adam Smith- sino que se debía actuar colectivamente para evitar en lo posible dicha situación.

Keynes demostró, igualmente, que esa acción colectiva global era imprescindible por la razón de que las acciones de un país afectan a otros, creando una situación de potencial contagio de unas economías a otras. Esto tiene su explicación en el hecho de que, en teoría, las importaciones de un país son las exportaciones de otro y en un estado de equilibrio económico perfecto, el resultado de ambas debería sumar cero; en consecuencia, cualquier recorte en las importaciones de un país dañan la economía de otros. Si un país entra en recesión, se genera paro laboral, con lo que el consumo pierde volumen, lo cual afecta a la demanda de productos, sean nacionales o importados. La recesión en un país lo lleva a importar menos y eso perjudica a sus vecinos. Una forma de solventar esa situación de recesión era, en opinión de Keynes, por un lado, reducir la presión de los impuestos; por otro, o simultáneamente, incrementar el gasto público, es decir, aumentar la demanda agregada. Los Estados podían y debían endeudarse para mantener el nivel de empleo del país en tasas aceptables.

Podía ser, sin embargo, que a pesar de esas medidas, algunos países no tuviesen la capacidad de endeudarse para financiar el gasto público o mantener por sí solos la reducción de impuestos y necesitasen del concurso de otros. El FMI podía, en opinión de Keynes y los economistas y políticos reunidos en Bretton Woods, mejorar las cosas: el FMI, como institución supra-nacional, podía presionar a los países para que mantuviesen sus economías en pleno empleo, mediante la aportación de dinero a aquellas naciones que debían afrontar recesiones con el objetivo de que adoptasen políticas más expansivas que las que escogerían por sí solos.

Hasta aquí, hemos presentado de manera harto resumida la teoría subyacente en la creación del FMI y de las otras instituciones económicas vinculadas. En opinión de Stiglitz, sin embargo, el FMI ha derivado desde esos principios hacia un fundamentalismo del mercado volviendo al pensamiento de Adam Smith y su Mano Invisible, en un claro giro ideológico: es el Estado el que funciona mal y es el mercado -sobre todo el bancario- el que funciona bien. Desde este punto de vista, la regulación natural del mercado no sólo alcanza al mercado de bienes, sino, más especialmente, al mercado del dinero. Lo cual supone que el modelo central en la política económica impulsada por el FMI son los mercados financieros, haciendo prevalecer la economía financiera sobre la economía real (5).

Con la caída del Muro de Berlín, los campos de actuación entre el FMI y el BM se delimitaron aproximadamente de la siguiente manera: el FMI se ocupó desde entonces de las cuestiones macroeconómicas de los países que se encontraban en dificultades, es decir, su déficit presupuestario, su política monetaria, su tasa de inflación, su déficit comercial o su deuda externa. Paralelamente, el Banco Mundial se debía ocupar de las cuestiones estructurales: a qué asignaba el Gobierno del país en cuestión el gasto público, cómo funcionaban las instituciones financieras del país, su mercado laboral o sus políticas comerciales.

El problema entre ambas instituciones derivó, para Stiglitz, del papel imperialista del FMI, cuyos dirigentes no creyeron necesario entrar en discusión con los dirigentes del BM sobre las políticas que mejor encajarían con una situación determinada, ya que, fieles a su concepción del mercado como elemento dominante, consideraban imprescindible la aplicación de una fórmula idéntica a todos los países en vías de desarrollo, lo cual llevaría a la situación harto pintoresca de remitir los correspondientes pliegos de condiciones a determinados países a los que se proponían las medidas económicas necesarias en los que ni tan siquiera se había modificado el nombre del país.

La consecuencia de una política basada en recetas generales es, en opinión de Stiglitz, una de las principales razones de que se haya agravado las mismas dificultades que se pretendían arreglar y, peor todavía, lo que ha permitido que esas dificultades se repitan una y otra vez.

En el libro que presentamos se describe un buen número de casos en los que se observa la estrategia que ha seguido el FMI y hasta las resistencias de determinados países a dejarse ayudar por dicha institución. Los casos de épocas recientes en países tan dispares como Etiopía, Rusia, Corea, Malasia, Tailandia, o China, y los resultados de políticas económicas no siempre acertadas, son una lección que no sólo los economistas, sino los geógrafos deberíamos tener en cuenta, sobre todo, cuando nos debemos referir al actual contexto de globalización.

A continuación, señalaremos algunas características de dicho contexto que, según el autor, es simultáneamente objeto de "tanto vilipendio y tanta alabanza" y que nos pueden ayudar a reflexionar sobre una realidad ante la que, de momento, no parecen existir alternativas.

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El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, dos instituciones nacidas para prestar ayuda a los países en vías de desarrollo .-


El FMI -junto al Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio- nació, como es conocido, después de finalizada la II Guerra Mundial, por iniciativa de las Naciones Unidas en la Conferencia Monetaria y Financiera celebrada en Bretton Woods, New Hampshire, en julio de 1944. Fue la creencia en la necesidad de una acción colectiva a escala global con la finalidad de lograr la estabilidad económica lo que llevó a la formación de dichas instituciones que, no se olvide, no rinden cuentas directamente "ni a los ciudadanos que los pagan ni a aquellos a cuyas vidas afectan"(4). El FMI, formado por los ministros de Hacienda y por los gobernadores de los Bancos Centrales de los gobiernos del mundo, se rige por un complicado sistema de votación basado en buena medida en el poder económico de los países al final de la II Guerra Mundial. A pesar de algunos ajustes, el poder efectivo del FMI está en manos de los países más industrializados sobre cuyas decisiones un sólo país, Estados Unidos, puede ejercer su derecho de veto.

Por su parte, el Banco Mundial, cuyo nombre originario fue significativamente el de Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo, se creó paralelamente con el objetivo de prestar el dinero necesario a los países con dificultades de crecimiento para que solucionasen sus problemas estructurales, aunque dicho Banco debe contar siempre con la aprobación del FMI.
Las ideas que sustentaban la creación de éstas y las otras instituciones internacionales era la de esquivar de manera definitiva las crisis estructurales, manifestadas por altas tasas de paro, tal como se había producido durante la "Gran Depresión" norteamericana de los años treinta.

Siguiendo las teorías de John Maynard Keynes, la persistencia de una situación de paro se debía atribuir a las fluctuaciones del mercado, razón por la cual éste no debía ser dejado sin control -para que actuase la Mano Invisible de Adam Smith- sino que se debía actuar colectivamente para evitar en lo posible dicha situación.

Keynes demostró, igualmente, que esa acción colectiva global era imprescindible por la razón de que las acciones de un país afectan a otros, creando una situación de potencial contagio de unas economías a otras. Esto tiene su explicación en el hecho de que, en teoría, las importaciones de un país son las exportaciones de otro y en un estado de equilibrio económico perfecto, el resultado de ambas debería sumar cero; en consecuencia, cualquier recorte en las importaciones de un país dañan la economía de otros. Si un país entra en recesión, se genera paro laboral, con lo que el consumo pierde volumen, lo cual afecta a la demanda de productos, sean nacionales o importados. La recesión en un país lo lleva a importar menos y eso perjudica a sus vecinos. Una forma de solventar esa situación de recesión era, en opinión de Keynes, por un lado, reducir la presión de los impuestos; por otro, o simultáneamente, incrementar el gasto público, es decir, aumentar la demanda agregada. Los Estados podían y debían endeudarse para mantener el nivel de empleo del país en tasas aceptables.

Podía ser, sin embargo, que a pesar de esas medidas, algunos países no tuviesen la capacidad de endeudarse para financiar el gasto público o mantener por sí solos la reducción de impuestos y necesitasen del concurso de otros. El FMI podía, en opinión de Keynes y los economistas y políticos reunidos en Bretton Woods, mejorar las cosas: el FMI, como institución supra-nacional, podía presionar a los países para que mantuviesen sus economías en pleno empleo, mediante la aportación de dinero a aquellas naciones que debían afrontar recesiones con el objetivo de que adoptasen políticas más expansivas que las que escogerían por sí solos.

Hasta aquí, hemos presentado de manera harto resumida la teoría subyacente en la creación del FMI y de las otras instituciones económicas vinculadas. En opinión de Stiglitz, sin embargo, el FMI ha derivado desde esos principios hacia un fundamentalismo del mercado volviendo al pensamiento de Adam Smith y su Mano Invisible, en un claro giro ideológico: es el Estado el que funciona mal y es el mercado -sobre todo el bancario- el que funciona bien. Desde este punto de vista, la regulación natural del mercado no sólo alcanza al mercado de bienes, sino, más especialmente, al mercado del dinero. Lo cual supone que el modelo central en la política económica impulsada por el FMI son los mercados financieros, haciendo prevalecer la economía financiera sobre la economía real (5).

Con la caída del Muro de Berlín, los campos de actuación entre el FMI y el BM se delimitaron aproximadamente de la siguiente manera: el FMI se ocupó desde entonces de las cuestiones macroeconómicas de los países que se encontraban en dificultades, es decir, su déficit presupuestario, su política monetaria, su tasa de inflación, su déficit comercial o su deuda externa. Paralelamente, el Banco Mundial se debía ocupar de las cuestiones estructurales: a qué asignaba el Gobierno del país en cuestión el gasto público, cómo funcionaban las instituciones financieras del país, su mercado laboral o sus políticas comerciales.

El problema entre ambas instituciones derivó, para Stiglitz, del papel imperialista del FMI, cuyos dirigentes no creyeron necesario entrar en discusión con los dirigentes del BM sobre las políticas que mejor encajarían con una situación determinada, ya que, fieles a su concepción del mercado como elemento dominante, consideraban imprescindible la aplicación de una fórmula idéntica a todos los países en vías de desarrollo, lo cual llevaría a la situación harto pintoresca de remitir los correspondientes pliegos de condiciones a determinados países a los que se proponían las medidas económicas necesarias en los que ni tan siquiera se había modificado el nombre del país.
La consecuencia de una política basada en recetas generales es, en opinión de Stiglitz, una de las principales razones de que se haya agravado las mismas dificultades que se pretendían arreglar y, peor todavía, lo que ha permitido que esas dificultades se repitan una y otra vez.

En el libro que presentamos se describe un buen número de casos en los que se observa la estrategia que ha seguido el FMI y hasta las resistencias de determinados países a dejarse ayudar por dicha institución. Los casos de épocas recientes en países tan dispares como Etiopía, Rusia, Corea, Malasia, Tailandia, o China, y los resultados de políticas económicas no siempre acertadas, son una lección que no sólo los economistas, sino los geógrafos deberíamos tener en cuenta, sobre todo, cuando nos debemos referir al actual contexto de globalización.

A continuación, señalaremos algunas características de dicho contexto que, según el autor, es simultáneamente objeto de "tanto vilipendio y tanta alabanza" y que nos pueden ayudar a reflexionar sobre una realidad ante la que, de momento, no parecen existir alternativas.


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La explicación de los errores .-


Ya hemos señalado que la estructura del libro se divide en nueve capítulos, de los que destacaríamos algunos, esencialmente, el cuarto, dedicado a la crisis del Este asiático, en el que se analiza las políticas del FMI utilizadas en esa zona, políticas que llevaron al mundo "al borde de un colapso global". A partir del hundimiento del bath tailandés, en 1997, las entradas y salidas rápidas de dinero en las bolsas asiáticas llevaron a situaciones que, según el autor, no se hubiesen producido si se hubiese dejado a cada uno de dichos países desarrollarse de manera más acorde con su potencial económico, político y social, es decir, respetando las secuencias y ritmos que mejor se adaptasen a cada una de dichas economías. En ese sentido, el autor subraya el papel desempeñado por los respectivos gobiernos del Este asiático -que en la mayoría de países habían tenido un papel fundamental al crear las condiciones para que se produjese un elevado nivel de ahorro y de inversión interna- en contraste con el proceso excesivamente rápido de la liberalización de los mercados de capitales. La entrada de capitales foráneos que sólo buscaron un rápido incremento de las tasas de beneficio financiero, dejaron a sus espaldas una seria situación de crisis.

En ese capítulo, Stiglitz explica de manera pormenorizada los casos de China, Corea del Sur, Tailandia, Malasia e Indonesia para mostrar que la apertura de los respectivos sistemas económicos a los capitales extranjeros y una prematura reestructuración orientada a la liberalización del mercado de capitales fueron los principales errores que habría cometido el FMI en su interés por "mejorar" un sistema bancario y empresarial que en las tres décadas precedentes había crecido hasta llegar a conformar el llamado "milagro del Este asiático" sin más recursos que los propios y sin necesidad de la entrada masiva de capitales extranjeros en sus respectivas bolsas. Sin compartir la "teoría de la conspiración", según la cual dicha entrada de capitales foráneos se habría dirigido a debilitar las economías de esos países, no deja de señalar que los responsables directos de la crisis del Este asiático fueron "los burócratas" del FMI y del Tesoro norteamericano que actuaron de manera indiscriminada sobre unos sistemas bancarios frágiles(6).

Destacaríamos, también, los tres capítulos siguientes, que están dedicados a la crisis de 1998 en Rusia, y que constituyen un ejercicio de profundización de las diferentes condiciones -sociales, económicas, históricas y políticas- que influyeron en la transición desde una situación económica en que el Estado controlaba todas las actividades productivas a una liberalización que llevaría a una situación de mayor pobreza y desigualdad, una inflación galopante y un estado de corrupción generalizado potenciados por unas estrategias que se suponían "de choque" elaboradas por el Tesoro norteamericano y el FMI que debían enderezar la situación; pero que sólo consiguieron que se entrase en contradicción con un proceso de crecimiento más armónico.

Stiglitz es muy crítico con dichas estrategias, que no llevaron al desarrollo de Rusia sino, a lo sumo, a una cierta estabilización. De hecho, él mismo, como vicepresidente del Banco Mundial y prescindiendo de las recomendaciones del Tesoro de los Estados Unidos, emprendió un viaje a Rusia en el curso del cual pudo comprobar que las privatizaciones que se habían llevado a cabo en el país sólo habían hecho que enriquecer a unos pocos oligarcas.

"En Rusia se pensaba, no sin razón, que EE UU se había aliado con la corrupción. En lo que había sido percibido como una exhibición de apoyo, el subsecretario del Tesoro, Lawrence Summers invitó a su casa a Anatoly Chubais, que había estado al cargo de las privatizaciones, había montado la estafa de los préstamos a cambio de acciones (...). El Tesoro de EE UU y el FMI entraron en la vida política del país" (p. 217).

El contraste entre lo que sucedió en países que no se plegaron a las recomendaciones del FMI (China, por ejemplo) y los que sí lo hicieron (como es el caso de Rusia) es tan marcado que no ofrece dudas. China pondría por delante de la privatización la creación de una situación de competencia entre empresas; y antes de que se reestructurasen las empresas estatales, el gobierno central se ocupó de crear nuevas empresas en áreas rurales, con lo que durante un cierto tiempo el sistema económico chino se benefició de los dos tipos de empresas, las de carácter privado y las de carácter público del anterior régimen. Al no desmantelar demasiado rápidamente el sistema anterior, el crecimiento, más lento, se pudo afianzar y obtener éxitos a largo plazo. En Rusia, por el contrario, se sabe que el camino hacia la estabilización, la privatización y la liberalización deberá continuar; pero ahora se sabe, también, que en ese camino por recorrer son necesarias instituciones sólidas, auque se desconozca por qué medios conseguirlas. En contraste con China, en que la liberalización fue promovida desde un Estado central, el colapso del poder central en Rusia propició la "instalación permanente de los oligarcas y de la cleptocracia y el capitalismo de amiguetes/mafiosos" (p. 239) apoyados por el FMI y el Tesoro de EE UU.

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La respuesta ante las crisis estructurales .-


Los dos últimos capítulos del libro que comentamos están dedicados a mostrar la pérdida de coherencia intelectual que ha ido experimentando el FMI nacido en Bretton Woods y las necesarias modificaciones que debe sufrir para llenar una "nueva agenda" en la que se muestra necesaria la existencia de instituciones públicas internacionales desprovistas de intereses económicos y de ideología, en que la transparencia sea el primer requisito de las acciones futuras.
En el penúltimo capítulo, el autor realiza un interesante experimento consistente en analizar la política del FMI como si dicha organización estuviese propiciando los intereses de los mercados financieros, en lugar de aplicar los recursos a ayudar a los países en dificultades a salir de las mismas; según esa nueva visión, las políticas del FMI constituyen un conjunto absolutamente coherente en lugar de las contradicciones que se observan.

Del último de los capítulos del libro destacaríamos la nueva agenda en siete puntos que, a modo de conclusiones, propone el autor y que enumeramos a continuación de manera resumida.

En primer lugar, se hace evidente la necesidad de aceptar los peligros de la liberalización de los mercados de capitales y el hecho de que los flujos de capital de corto plazo ("dinero caliente") imponen abultadas externalidades, que se traducen en mayores costes soportados por quienes no son parte directa en las transacciones.

En segundo lugar, es preciso realizar reformas sobre quiebras y moratorias, que tendrían la virtud de inducir a la precaución a los futuros inversores en países en desarrollo, en lugar de estimular un tipo de préstamos temerarios, comunes en el pasado.

En tercer lugar, se impone destinar menos recursos a los salvamentos económicos -los rescates- que se orientan a garantizar que los acreedores occidentales cobren más que lo que habrían cobrado en otras circunstancias.

En cuarto lugar, el autor sugiere mejorar la regulación bancaria, tanto en los países desarrollados como en los que se encuentran en vías de desarrollo, ya que una mala regulación bancaria en los países desarrollados puede conducir a malas prácticas de préstamos y a los que se encuentran en crecimiento, a una exportación de inestabilidad.

En quinto lugar se debe mejorar, también, la gestión del riesgo producido por la volatilidad de los tipos de cambio. El actual desastre de Argentina muestra que una paridad demasiado estricta con el dólar no resuelve tampoco los problemas cambiarios, sobre todo, a los países pequeños o a los que presentan una economía frágil. Los países desarrollados pueden sin duda absorber mejor las fluctuaciones en los mercados de capitales, y deberían ser éstos quienes deberían ayudar a los menores en forma de créditos que mitiguen esos riesgos.

En relación con esto, la sexta condición para un crecimiento global más armónico reside en gestionar el riesgo inherente a los cambios económicos de manera que dicho riesgo no deba ser absorbido por los más vulnerables dentro de los países en recesión, lo que supone fomentar la capacidad de incluir programas de desempleo más efectivos.

Por último, Stiglitz propone una mejor respuesta a las crisis. La asistencia a países en vías de recesión económica debería considerar necesario un mayor conocimiento de las condiciones políticas y sociales. Y, lo más importante, se debería regresar a los principios económicos básicos postulados en la teoría keynesiana por una parte; por otra, el autor propone poner en práctica estrategias expansivas de carácter fiscal y monetario en los países en dificultades, de la misma manera que se realiza cuando EE UU atraviesa una recesión económica, y no a la inversa, como ha venido sucediendo hasta ahora (7).

"Más que concentrarse en la efímera psicología de los inversores, en la impredecibilidad de la confianza, el FMI debe retornar a su mandato original de proveer financiación para restaurar la demanda en los países que afrontan una recesión económica" (p. 299).

Para todo ello, el autor considera que la ayuda al desarrollo debería ser liderada más que por el FMI por el Banco Mundial, ya que cree que esta institución responde mejor a las preocupaciones de los países en desarrollo. El Banco Mundial puede ajustarse mejor a las restricciones presupuestarias, es más sensible a la importancia de la educación -incluida la de las mujeres- y a la necesidad del establecimiento de una sólida base tecnológica, incluido el apoyo a una formación avanzada. Respecto a la condonación de la deuda para determinados países, Stiglitz es terminante: sin dicha condonación de la deuda, muchos países en desarrollo no podrán crecer.

Todos conocemos que muchos de los países deudores sólo pueden pagar los intereses de su deuda a los países desarrollados; pero no tienen capacidad económica para nada más. Todavía va más lejos y considera que no sólo los países más pobres deberían acogerse a las condiciones de condonación de la deuda, sino muchos otros que, sin estar en esa situación, ya están experimentando las consecuencias de los errores de las instituciones supra-nacionales en el pasado.

En opinión del autor, es posible todavía promover la igualdad y el crecimiento rápido al mismo tiempo, a condición de que dicho impulso provenga de políticas más igualitarias y de la creación de nuevas empresas que potencien las exportaciones, para lo que el papel del Estado es fundamental al estimular sectores concretos y al ayudar a crear instituciones que promuevan el ahorro y a dirigir esos fondos de una manera eficiente.

Una "globalización con un rostro más humano" sería lo mejor que le podría pasar a la sociedad actual; una globalización que implicase el cambio de no sólo las estructuras institucionales, sino del propio esquema mental de dichas estructuras institucionales. Si en la actualidad la globalización se entiende en términos económicos, para muchos en el mundo subdesarrollado es bastante más; la globalización conlleva cambios que no han hecho más que empezar: está el problema del debilitamiento de las sociedades rurales tradicionales en favor de un proceso acelerado de urbanización; está el problema del ritmo de la integración global, que debería constituir un proceso gradual que no arrolle las instituciones precedentes, sino que se adapte y pueda afrontar la nueva situación observada desde más ángulos que el propiamente económico.

Está también, para Stiglitz, lo que la globalización debería poder hacer por la democracia. A menudo, sugiere Stiglitz, parece que a las antiguas dictaduras de las elites nacionales, les está sucediendo la dictadura ejercida por las finanzas internacionales (8), lo cual explica el riesgo de la pérdida de soberanía que pueden experimentar algunos países que necesitan ayuda económica. Dichos países en desarrollo son avisados de que si no cumplen determinadas condiciones, los mercados de capitales o el FMI se negarán a prestarles el dinero que necesitan para su progreso. En esencia, pues, dichos países son obligados a ceder una parte de su soberanía y dejar que los mercados de capitales "incluidos los especuladores, cuyo único afán es el corto plazo" influyan en sus políticas de desarrollo que, evidentemente, han planificado a unos plazos mucho más largos. O los países pobres se someten a los "caprichos" de los especuladores o se arriesgan a seguir su camino solos; y, en un mundo globalizado e interdependiente, pocos países están dispuestos a correr ese riesgo.

De momento, para el autor la globalización actual no funciona.

"Para muchos de los pobres de la Tierra no está funcionando. Para buena parte del medio ambiente no funciona. Para la estabilidad de la economía global no funciona. La transición del comunismo a la economía de mercado ha sido gestionada tan mal que -con la excepción de China, Vietnam y unos pocos países del este de Europa- la pobreza ha crecido y los ingresos se han hundido" (p. 269).

Sin embargo, el autor concluye que, a pesar de todo ello, la globalización puede ser una fuerza benigna. Puede ayudar a generalizar el conocimiento y el intercambio de ideas, puede contribuir a la transmisión de concepciones sobre la democracia y promover una sociedad civil más justa; y puede beneficiar a los países que, sin confiar en la noción de un mercado autorregulado, reconozcan el papel que puede cumplir el Estado en el desarrollo, y que, en consecuencia, estén en condiciones de resolver sus propios problemas.Su larga trayectoria académica, autoriza suficientemente, sin duda, al Premio Nobel de Economía 2001 a emitir su opinión ante el neoliberalismo acelerado que invade todas las parcelas de la vida social, política y económica de los pueblos en un mundo crecientemente globalizado.

No obstante, su declarado alegato en favor de la vuelta a las teorías económicas keynesianas quizás le ha hecho olvidar en el relato de los hechos recientes el papel desempeñado por las otras grandes corporaciones internacionales, como el propio Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio.

La impresión general que se obtiene tras la lectura de su extenso libro es que de la actual situación de desequilibrio económico, social y político a escala global prácticamente las únicas instituciones culpables son dos: el FMI y el Tesoro americano. Sin duda, el autor conoce de cerca las diferentes circunstancias que han coincidido en la historia económica reciente; pero para que se llegase a esa situación de indefensión en que se encuentran muchos de los países menos favorecidos algo han debido hacer los gobiernos de esos mismos países.

Quizás, y ahí radica una de las mayores virtudes de este libro, a partir de todo lo que se expone en él puede suceder que los gobiernos, especialmente los de países en vías de desarrollo valorarán más cuidadosamente el "abrazo del oso" que implica a menudo la ayuda internacional.

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