lunes, 4 de febrero de 2008

la sociedad y la lengua



La sociedad y la lengua


Parece que, directa o indirectamente, el hombre ha querido dar su género al universo, como dio su nombre a sus hijos, a su mujer o a sus bienes. El peso de esta condición en las relaciones entre los sexos en el mundo, en las cosas, en los objetos, es inmenso.

Aparte de los bienes en sentido estricto que el hombre se atribuye, ha dado su género a Dios y al sol, pero también enmascarado en el género neutro, a las leyes del cosmos y al orden social o individual. Y ni siquiera se ha planteado cuál es la genealogía de semejante atribución.

¿Cómo podría existir un discurso no sexuado si la lengua lo es? Lo es por algunas de sus reglas fundamentales, lo es por el género de las palabras repartidas de una manera no ajena a las connotaciones o a las propiedades sexuales, lo es también por su corpus léxico.

Las diferencias entre el discurso masculino y femenino son, pues, producto de la lengua y de la sociedad, de la sociedad y de la lengua. La una no puede cambiarse sin la otra.

Pero si no es posible separarlas radicalmente, sí lo es poner el acento del cambio cultural ora sobre la primera ora sobre la segunda, estratégicamente, y por encima de todo, no esperar desde la pasividad a que la lengua evolucione.

El discurso y la lengua pueden utilizarse deliberadamente para obtener una mayor madurez cultural, una mayor justicia social.

En no considerar la importancia de esta faceta de la cultura reside precisamente lo que da tanto poder al imperio de la técnica como algo neutro, a las regresiones sectarias, a la desintegración social y cultural que experimentamos, a los diversos imperialismos monocráticos, etc.

Conviene precisar también que la liberación sexual no puede llevarse a cabo sin cambios en las leyes lingüísticas relativas a los géneros. La liberación subjetiva requiere un empleo de la lengua no sometido a las reglas que sujetan o anulan (si es que esto es posible sin recurrir a la magia) la diferencia sexual.

Los puntos a esclarecer y modificar pueden variar de una lengua a otra, no debemos olvidarlo. Pero no conozco ninguna lengua actual que haya considerado su estatuto como un instrumento útil para repartir e intercambiar dos partes del mundo, formadas por dos sexos diferentes.

Las decisiones individuales, las buenas voluntades colectivas, no pueden sino fracasar en sus objetivos de liberación o de justicia social si no consideran teórica y prácticamente el influjo de los signos y reglas sexuadas de la lengua a la hora de modificar este instrumento cultural.

Sylphides
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