jueves, 10 de julio de 2008

la manzana de la discordia


Hace muchos, muchísimos años, varios Siglos, para ser más precisos, la Nereida Tetis decidió casarse con Peleo, uno de los mortales más nobles. Todos los dioses asistieron a boda. Todos menos Eris, la diosa de la discordia que no fue invitada. También concurrió Paris, un pastor troyano.

Eris, herida por no haber recibido invitación, mandó al banquete una reluciente manzana y un sobre en el que indicaba que la misma era “Para la doncella más bella de la fiesta”

Como era de suponer, todas las diosas se disputaban la manzana. Hera, Atenea y Afrodita, eran las candidatas más firmes. Para evitar discusiones al respecto, Zeus ordenó que fuese París el encargado de tomar la decisión.

En un principio, Paris propuso hacer un reparto y dar a cada diosa un trozo de manzana, pero Zeus le ordenó que la más bella fuera solo una.

Paris, se entrevistó con cada una. Hera le ofreció reinar sobre Asia y Europa; la marcial Atenea le prometió habilidad militar y fama, y Afrodita le propuso que le entregaría a Helena, la más bella mujer del Egeo, desde antaño deseada y pretendida por todos los reyes, príncipes y héroes guerreros de la época.
Todas quisieron seducirlo y sobornarlo, y la única que lo consiguió fue Afrodita, la diosa del amor. Le prometió el amor de la mujer más bella sobre la faz de la tierra, Helena, hija de Zeus y esposa del rey Menelao.

Paris le dio la manzana y ella preparó el encuentro entre París y Helena quien al instante se enamoró de París. Ambos marcharon a Troya y se casaron.

Pero Atenea y Hera descontentas con la decisión, visitaron a Eris y con su ayuda, prepararon una guerra de todos los griegos contra Troya. Hay quienes dicen que la guerra fue por una mujer, pero en verdad… la guerra fue a consecuencia de una manzana y varias mujeres.
Todas quisieron seducirlo y sobornarlo, y la única que lo consiguió fue Afrodita, la diosa del amor. Le prometió el amor de la mujer más bella sobre la faz de la tierra, Helena, hija de Zeus y esposa del rey Menelao.

Pero yo creo que todo empieza con las Nereidas, ellas eran las que no tenian por permitido poder ser comparadas con su belleza. Por este motivo también al compararse y querer superar su belleza la madre de Andromeda con la de las Nereidas es por lo que su hija Andromeda fue castigada por Poseidon.

La belleza de una mujer podia ser muy importante en aquella epoca, pero me parece que es un aml recurso para esconder la realidad y era que los dioses utilizaban la belleza femenina como excusa no más para crear entre ellos un motivo de disputa.

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En el Juicio de Paris, según la mitología griega, se encuentra el origen legendario de la Guerra de Troya. Como con muchos relatos mitológicos, los detalles varían de una fuente a otra. La historia es mencionada con indiferencia por Homero (La Ilíada, XXIV, 25–30) como un elemento mítico con el que sus oyentes estaban familiarizados, y fue desarrollada en las Ciprias, una obra perdida del ciclo troyano, de la que sólo se conservan fragmentos. Es narrada con más detalle por Ovidio (Heroidas xvi.71ff, 149–152 y v.35f), Luciano (Diálogos de los Dioses 20) e Higinio (Fábulas 92), todos ellos posteriores y con agendas escépticas, irónicas o popularizadoras. Eurípides lo menciona en algunas de sus tragedias (Andrómaca, 284; Helena, 676). Pero apareció sin palabras sobre el cofre votivo de marfil y oro del tirano del siglo VII a. C. Cipselo en Olimpia, que era descrito por Pausanias con
«Hermes llevando a Alejandro el hijo de Príamo las diosas cuya belleza ha de juzgar, siendo la inscripción sobre ellos: “Aquí está Hermes, quien indica a Alejandro que debe decidir sobre la belleza de Hera, Atenea y Afrodita”.» (Descripción de Grecia, V.19.5)
Este tema fue del agrado de los pintores de cerámica de figuras rojas tan temprano como el siglo VI a. C. (p.e. Kerenyi, fig. 68).
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Durante el tercer milenio los Aqueos, procedentes del sur del Danubio, invadieron Grecia y se establecieron en el Peloponeso. La tribu Jónica , se estableció en Atica, región en la que está Atenas, y en las Islas Cícladas y los Eolios se asentaron en Tesalia, al nordeste del Peloponeso.
La Edad de Bronce dio lugar a dos culturas en el Egeo. Una de ellas, denominada minoica, por ser Minos el nombre genérico de los reyes cretenses, se centró en la isla de Creta. La otra, llamada Heládica, floreció en la Grecia continental, particularmente al sur, en el Peloponeso.
La cultura cretense dominó el Mediterráneo hasta el año 1500 a.C.. En el 1400 a.C. los Aqueos se apoderan de Creta y asumen el total liderazgo de la región, centrándose, la zona griega más influyente, en los alrededores de Micenas. Pero hacia el 1200 a.C., nuevos invasores, los Dorios, abandonan las montañas del Epiro (noroeste griego) y empleando armas de hierro descienden hasta el Peloponeso, obligando a los Aqueos a dispersarse y a refugiarse en Atica, en la isla de Eubea (Evboia) y en el norte, en Acaya (Achaea).
La guerra de Troya, narrada en La Iliada de Homero, se sitúa en un periodo próximo o coincidente con el principio de la invasión de los Dorios. Corinto y Esparta fueron los centros del poder Dórico. Los refugiados Aqueos, Jónicos, Eolios y los mismos Dorios invadieron paulatinamente las costas de Asia Menor, integrando la zona, económica y políticamente, en Grecia. Más tarde (750-550 a.C.) la expansión demográfica griega propició la colonización de la costa este del Mar Negro, Marsella en Francia y Sicilia y el sur de Italia, que fueron conocidas en latín como "Magna Graecia".
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Como muchas epopeyas y contiendas de nuestra vida, la guerra de Troya tuvo su origen en las siempre caprichosas travesuras y veleidades de ese excepcional ser, divino o humano, sin cuya presencia nuestra existencia sería un triste y árido devenir, sembrado de desasosiego y de soledades infinitas y estériles.
Hera le ofreció reinar sobre Asia y Europa; la marcial Atenea le prometió habilidad militar y fama, y Afrodita le propuso que le entregaría a Helena, la más bella mujer del Egeo, desde antaño deseada y pretendida por todos los reyes, príncipes y héroes guerreros de la época.
Paris, probablemente cansado del bucólico pastoreo de ovejas, eligió, sin dudarlo un instante, la oferta de Afrodita. La decisión despertó la ira de las otras diosas que le juraron calladamente rencor eterno, como no cabía esperar menos de su condición femenina.
Al parecer la imaginación de los pueblos primitivos no iba mucho más allá de las manzanas como causa de disputas entre dioses y humanos. No fue esta, ni la primera, ni la última manzana origen de las terribles desgracias que han caído sobre los manipulados mortales, varones siempre dispuestos a perder sus paraísos por el caprichoso deseo que las hembras sienten por esta fruta dorada.
Tanto, el fruto prohibido del Antiguo Testamento, como la Manzana de la Discordia y la manzana de Blancanieves deberían ser suficientes ejemplos para proscribir el cultivo de cierto frutal, pero no se ha generado todavía, entre los humanos, el debido respeto por las delicadas manzanas, al parecer, trampa favorita de los dioses, a pesar de los nefastos antecedentes que las mitologías y los cuentos nos trasladan.
Sería deseable conocer cual, de estas fantásticas historias fue la primera, si descartamos la de la roja manzana del cuento. Me inclino a pensar que la historia de la manzana de Adán y Eva fue traída de la remota cultura griega como símbolo de desgracia para los pueblos y que la serpiente, encarnación del ángel excluido del cielo, reemplazó a la diosa Eris, única divinidad excluida de festín nupcial de Peleo y Tetis que, por cierto, fueron los padres del héroe homérico Aquiles "el de los pies alados y de corta vida", uno de los autores de la web A&D.


La Guerra de Troya (siglo XII a.C.) duró nueve años y Homero (siglo IX-VIII a.C.) describe su final en la Iliada. La batalla definitiva se desarrolló en un periodo de unos cincuenta días
La Iliada, es un acertado retrato de la relación del poder con los simples y heroicos mortales y muestra las ya entonces necesarias e intuidas reglas que los humanos debían observar para evitar caer en desgracia o ganar el favor de los poderosos dioses. Esto permite establecer, miles de años después, curiosas comparaciones, con aquel mundo, que permiten demostrar, que aunque el hombre haya progresado, técnica o materialmente, apenas lo ha hecho su pensamiento, especialmente en todo lo que afecta a sus relaciones con los dioses y sus agentes o reflejos clónicos en la Tierra.
Existen serias dudas de que Homero fuese también el autor de la Odisea. Aunque narra otros aspectos de la famosa guerra de Troya, la obra encierra gran cantidad de bellos y conocidos relatos pero con poca conexión y de estilos diferentes. Historias como la de Ifigenia, hija de Agamenón, que estuvo cerca de ser sacrificada para calmar la ira de los dioses. La de Ulises, que en un principio fingió locura para evitar unirse a la contienda con los troyanos. El regreso de Ulises a Itaca, finalizada la guerra de Troya, duró una eternidad, nueve años, y se vio envuelto en una serie de impresionantes desafíos, la efigie, las sirenas, la fiel Penélope, los cíclopes...etc. Todas estas narraciones, encantadoras y llenas de magia, se dan cita en la Odisea de forma aleatoria y poco conexa.
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Sin embargo, la Iliada obedece a una unidad de acción perfectamente planteada y supone el auténtico inicio de la literatura griega. Es el poema de una humanidad abocada a una existencia absurda, en la que el Destino es aceptado valerosamente y en donde lo heroico es la máxima justificación de la vida de unos seres en perpetua y obligada contienda interna y con sus vecinos. Invaden territorios, empujados por invasores más poderosos, en un constante proceso de supervivencia o, a veces, de desaparición y reemplazo de las primeras civilizaciones de un mundo progresivamente habitado, en el que los pueblos inician un acelerado proceso de progreso y de expansión demográfica en un marco de grandes y trágicas convulsiones que, contra toda lógica, se siguen repitiendo miles de años después, en la Era Atómica, en muchos de los lugares de este mundo de finales del siglo XX.
No, no han bastado más de seis mil años, de diferentes y, hoy, bien conocidas culturas, para que el hombre haya dejado de venerar a sus sangrientos dioses, divinos o humanos, ni acabado con el modelo de poder que representan. Tal vez este sea el único modelo útil o afín a nuestra condición. ¡No!, yo no lo creo.
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