viernes, 21 de marzo de 2008
La falacia naturalista
Debemos al filósofo escocés naturalista Hume la original idea de la "empatía", en su Tratado de la naturaleza humana, a causa de su famoso pasaje del es-debe (Is Ought passage) donde se critica el tránsito de lo que es, más allá de los conocimientos humanos, a lo que debe ser; pues bien para Hume esto depende de nuestros sentimientos universales de "empatía", mediados por el punto de vista del espectador imparcial.
Por una parte con Kant se denuncia el naturalismo como lo había hecho Hume y después lo hará Moore que también en ello se siente deudor de Kant aunque Moore es intuicionista es decir no admite que lo bueno pueda ser descubierto o demostrado segun reglas científicas o probado sino que es una verdad "autoevidente" o intuitiva. Por ello muchas veces podremos encontrarnos con hechos diferentes y contradictorios y ambos ser correctos porque exponen diversos puntos de vista o diversas actitudes morales.
Posiblemente sea propio del hombre civilizado una “vida buena” en la que se satisfagan las demandas más elevadas del espíritu, una vida en la que los valores estéticos tengan el puesto más destacado.
Pero Moore se declara vinculado a su precursor Kant en el modo en que se hace esa escisión entre el mundo de los hechos y el de los valores, para ambos es preferible la construcción de un mundo mejor.
Pero también aqui su error estriba, como en Kant, en tratar de desvincular de lo natural el ámbito de la ética cuando la misión de la ética es desarrollarlo y mejorarlo, no ignorarlo.
La cuestión a debate radica precisamente en determinar en qué consite mejorar el mundo y cuál es el mundo mejor, sobre qué base podemos justificar nuestras afirmaciones acerca del mejor y el peor de los mundos.
La impronta de Kant en el siglo XX no tuvo lugar sólo a través de Habermas o Rawls, sino de un modo particular y particularmente nocivo a través de G. E. Moore con su insistencia en la autonomía de la ética respecto a la naturaleza, deseos humanos, etc. acusando implacablemente a quienes intentaban el paso prohibido de incurrir en la supuesta falacia lógica que él denominó “naturalista”.
Sólo basándose en una epistemología muy ingenua es posible postular un mundo de hechos como diferente al mundo de valores. Como Searle y Frankena entre otros demostraron con inteligencia, la propia falacia naturalista de Moore no es sino una falacia, debido a una mala comprensión del modo en que opera el lenguaje valorativo.
Ha sido una de las más importantes representantes de las éticas de las virtudes precisamente, Philippa Foot, quien ha explicado de forma acertada, inteligible y convincente la relación que existe entre los términos que utilizamos en nuestras valoraciones morales y los hechos de la vida cotidiana, al tiempo que ha resaltado que todas nuestras valoraciones, incluso las no morales, penden de hechos a los que nos referimos cuando recomendamos, elogiamos o repudiamos alguna conducta o persona. La estrategia de Philippa Foot es proceder al análisis de términos valorativos que empleamos para referirnos a virtudes puramente prudenciales, o términos con los que indicamos nuestra valoración de determinadas situaciones.
Es ya un lugar común considerar que Hume en su Tratado de la naturaleza humana fue el antecesor de Moore en su denuncia de la falacia naturalista como ya he indicado a causa de su famoso pasaje del es-debe (Is Ought passage) donde se critica el tránsito de lo que es, más allá de los conocimientos humanos, a lo que debe ser que para Hume depende de nuestros sentimientos universales de empatía, mediados por el punto de vista del espectador imparcial.
La valoración de la denuncia de la falacia naturalista por parte de Moore no puede ser por tanto ni enteramente positiva ni del todo negativa.
En más de un sentido es inteligente y sagaz con su crítica a la ingenuidad naturalista de quienes confunden lo que se puede hacer con lo que se debiera hacer pero sus críticas al hedonismo no son excesivamente acertadas y adolecen en general de un platonismo anacrónico que quiere ver detrás de cada palabra un referente natural o no natural, olvidando de que los términos no aluden necesariamente a objetos sino muchas veces o casi siempre a relaciones sujeto/objeto.
~
Andrómeda
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