Nacidos del lodo por la voluntad de un dios entonces todopoderoso cuyo nombre les estaba prohibido pronunciar, estaban sentados bajo el árbol del conocimiento.
Pero Adán no quiso entrar en razón. No quería compartir el poder. Quería ser el único amo de la tierra, después de, claro, su veneradísimo y temidísimo Creador. Era inútil intentar convencerle. Ante tanta arrogancia, y viendo que Dios -sí, tuvo la osadía de nombrarle- ni siquiera movía su todopoderoso dedo para defenderla, ella se fue. Con la cabeza bien alta.
Dejó a Adán su Paraíso y se adentró en parajes desconocidos, sola, pero libre. Y cuando Dios, harto de oír las quejas de su hijo predilecto, la conminó a que volviera, se negó.
Sin miedo. Libre hasta el final. Se llamaba Lilith.
Siempre nos contaron los hijos de Adán que la primera mujer se llamaba Eva y que había nacido de la costilla de primer varón. Se olvidaron de decirnos que, en realidad, en el Antiguo Testamento no sólo existía un relato de la Creación, sino dos y bien distintos.
Si nos remitimos a la Biblia, veremos que aparece uno en Génesis, 1:1-31, y otro en Génesis, 2:1-25. Tampoco nos informaron los hijos de Adán de que, en la primera versión -aquella que pasaron por alto-, Dios creaba al hombre y a la mujer al mismo tiempo y con la misma tierra. Iguales (Gén., 1:27-28).
De aquel misterioso tartamudeo divino nació Lilith, del cual acabamos de ofrecer una adaptación bastante libre.
Primera mujer antes de Eva, Lilith, independiente y rebelde, acabaría convertida por el misticismo judío en una asesina de niños y un demonio de la noche.
Mientras tanto Eva sumisa, Eva silenciada, Eva encadenada, le usurparía el título a su indómita predecesora, determinando la suerte de la mitad de la humanidad en un mundo donde triunfaría el afán de protagonismo de Adán.
Y Lilith desaparecería de la historia oficial, borrada de un plumazo rabioso por los herederos del primer varón, deseosos de olvidar que, en alguna época remota, sí compartieron sus sueños con las hijas de Lilith.
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“Varón y hembra los creó y les dijo: “Fructuficad y multiplicaos, llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.”
Génesis, 1:27-28
“Y dijo Jehová Dios: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.” Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre”.
Génesis, 2:18-23
Andrómeda
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