martes, 4 de marzo de 2008

deber de decencia intelectual,






¿Que mayor renuncia que renunciar a una fe?

Si primasen nuestras debilidades y nuestras profundidades sería demasiado fácil.


Todo absoluto -personal o abstracto- es una forma de escamotear los problemas; y no sólo los problemas, sino también su raíz, que no es otra que un pánico de los sentidos.
Dios es una caída en perpendicular sobre nuestro espanto.

Pero incluso sabiendo que nada puede llevar a nada, que el universo es solamente un subproducto de nuestra tristeza, ¿por qué sacrificaríamos ese placer de tropezar y rompernos la cabeza contra la tierra y el cielo?

Las soluciones que nos propone nuestra cobardía ancestral son las peores deserciones a nuestro deber de decencia intelectual.
Os confieso que hoy he hecho una renuncia.


Y me he roto la cabeza.
Andrómeda

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