lunes, 29 de noviembre de 2010
Virginia Woolf y Don Quijote
Séame permitido decir lo que pienso, mientras leo Don Quijote después de cenar. Principalmente que escribir era, en aquel entonces, contar historias para divertir a la gente que estaba sentada ante el fuego, sin otros medios con que divertirse. Están sentados, las mujeres con la rueca, los hombres contemplativos, y se les cuenta el alegre, fantástico y delicioso cuento, como si fueran niños grandes. Esto es lo que me parece el motivo de D. Q.: entretenernos, a toda costa. En la medida en que puedo juzgar, la belleza y el pensamiento surgen inconscientemente. Cervantes apenas era consciente de un serio significado, y apenas veía a D. Q. tal como nosotros le vemos. Realmente, ahí radica mi dificultad; la tristeza, la sátira, hasta qué punto es nuestra, hasta qué punto es involuntaria. ¿O acaso estos grandes personajes tienen la virtud de cambiar según sea la generación que los contempla? Reconozco que gran parte de la narración es aburrida, aunque no mucho, sólo al final del primer volumen, que está evidentemente contada a modo de una historia para entretener. Se dice poco, se recata mucho, como si el autor no hubiera deseado desarrollar aquella faceta; la escena de los galeotes es un ejemplo de lo que digo. ¿Sentía C. la íntegra belleza y tristeza de la escena, tal como yo la siento? He empleado dos veces la palabra “tristeza”.
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