jueves, 4 de noviembre de 2010

el prestamista de última instancia


Obama, tocado en el ecuador de la legislatura
Pedro Schwartz
¡Es la economía!El elemento fundamental de la derrota electoral del partido de Obama es que la mayoría del electorado le culpa de una mala gestión económica. ¿Tienen razón esos votantes desafectos? Cierto que hay más razones para el descontento, por ejemplo la política exterior. Ha cundido la convicción, no del todo infundada, de que el presidente no ha sabido mantener el protagonismo de EEUU en el escenario internacional: los activistas de la Tea Party incluso le acusan de no creer (como yo también lo creo) en el papel poco menos que providencial de la gran República en la marcha de la historia moderna.
Pero es la crisis económica la que explica el fracaso de Obama tras apenas dos años de presidencia. No hay que tomar, sin embargo, esta constatación a la manera de Zapatero, como si la mala situación de la economía americana fuera algo que hubiera golpeado a los demócratas desde fuera, como un tornado o un terremoto del que no fueran responsables. Obama heredó una mala situación financiera y económica del presidente Bush, pero sus medidas han contribuido a prolongar la recesión y a crear la amenaza de una recaída.
Precedentes
Para que se vea lo justificado de atribuir a Obama un importante grado de responsabilidad por lo débil de la recuperación de la economía estadounidense tras la gran contracción de 2007 a 2009, es necesario compararla con la depresión de los años 1929 a 1940. El último economista en hacer esta necesaria comparación ha sido Robert Lucas, en una reciente y muy interesante conferencia en la Fundación Rafael del Pino. La actual crisis ha sido menos grave que la de los años treinta, y no por casualidad. En efecto, la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro han aprendido la lección impartida por Milton Friedman y Anna Schwartz, en 1954, de que los sistemas bancarios modernos no pueden quedarse sin liquidez. De 1929 a 1933, hubo tres episodios de carreras contra los bancos de depósito, sin que la Reserva Federal supiera intervenir para mantener la oferta monetaria en el nivel adecuado. La consecuencia de este fallo fue una reducción del dinero básico y de los depósitos (que también son dinero) en algo más de la mitad.
Esa falta de liquidez de empresas y consumidores individuales les llevó a intentar recomponer su caja recortando drásticamente los gastos de inversión y de consumo, lo que llevó en esos años a una reducción del gasto nominal en bienes y servicios del 58% nada menos. En esta primera década del siglo XXI, por el contrario, se ha evitado un colapso de liquidez de tan grave magnitud. Se planteaba ahora una dificultad adicional para que las autoridades desempeñaran debidamente el papel de prestamistas de última instancia definido por Friedman y por Schwartz: los bancos de depósito recibieron sin fallo la liquidez necesaria, pero había otras instituciones financieras no bancarias que no existían en los años treinta del siglo pasado. Se trataba de los bancos de negocios y de las aseguradoras, como Lehman Brothers y AIG, que habían repartido a troche y moche riesgo financiero por el mundo entero y que no estaban bajo el paraguas del banquero central. El miedo a fomentar una actitud de riesgo inducido o moral hazard en el sistema financiero hizo dudar a la Reserva Federal y al secretario Paulson sobre el camino a seguir. Dejaron hundirse a Lehman y nacionalizaron AIG. A toro pasado, es muy fácil criticar lo que hicieron.
Entra en escena Obama con una política económica añadida a la política monetaria de mantenimiento de la liquidez: la de reactivación directa de la economía productiva. Tanto el Gobierno americano como la Reserva Federal (que ha perdido su independencia y es ahora un departamento más del Gobierno) han creído que, con sus medidas, eran capaces de reanimar la producción, incentivar la demanda y reducir el paro. Para poner en práctica esa política neo-keynesiana, el Gobierno de Obama no ha dudado en multiplicar el déficit; y el Consejo de Gobernadores de la Fed, encabezado por Bernanke, en comprar deuda con dinero creado de la nada.
Intervencionismo
Así, se repiten los errores de Franklin D. Roosevelt y su New Deal. Superado el problema de la falta de liquidez, las autoridades de EEUU han decido aumentar su intervención en la economía y la sociedad, de la misma manera y con los mismos resultados negativos de entonces. Como bien subrayó Lucas, Obama repite la actitud de hostilidad frente al mundo empresarial, acusado de codicia sin límite. Amenazan con nuevos impuestos contra “los ricos”. Ha impuesto una reforma sanitaria apoyada en la mentira, el disimulo y la coacción: ni puede ser verdad que con se reducirá el gasto público; ni es aceptable que para financiarla se reduzcan los beneficios del Medicare de los mayores; ni es conforme a la tradición americana que quienes se nieguen a asegurarse contra la enfermedad puedan acabar en la cárcel. La nueva ordenación de la actividad financiera confiere poderes mayores e indefinidos a los reguladores. Obama no ha dudado en usar ríos de dinero público para salvar empresas sindicalizadas del sector del automóvil de Chicago, a costa del contribuyente y con daño a los fabricantes solventes de vehículos de otros Estados de la Unión. Por fin, nada ha hecho por embridar a Fanny Mae y Freddy Mac y deshacer el espejismo del “sueño americano” de una casa en propiedad para cada familia.
Por suerte, la conquista de la Cámara Baja por los republicanos atará las manos de un presidente aquejado de activismo irresponsable.

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