jueves, 3 de enero de 2008

libertarismo, individualismo


Estimada Domovilu:

De algún modo la concepción estructuralista que Foucault formuló con una frase tan bella -el sujeto humano es una sombra que desaparecerá con la misma facilidad con que las olas del mar borran una huella en la arena- coincide con la experiencia de cada cual.

Para los anarquistas como Bakunin el Estado, cualquier Estado, constituye el principal enemigo, lo que convierte a la política en la encarnación del mal sin paliativos. Marx sabe distinguir entre un Estado autocrático (como el bonapartista, el bismarckiano o la Rusia de los zares) y el Estado liberal burgués, lo que abre a la clase obrera la puerta a una participación en la actividad política, disfrutando del reconocimiento y la protección legal del Estado democrático y llegando a poder servirse a esos efectos de la propia máquina electoral de este último.

El liberalismo que anima a los simples liberales a presentarse como libertarios y que amaneza empantanarnos a nosotros en disquisiciones puramente verbales. A mi modo de ver la más profunda de esas raíces habríamos de buscarla en la aparente coincidencia del liberalismo y el libertarismo en la apología del individualismo; o dicho de otro modo, sería la ambigüedad de esta última noción que nos ocupa la responsable del embrollo que nos ocupa. Habremos de parar mientes en la cuestión del individualismo.

En la caracterización de Macpherson, los supuestos del individualismo posesivo se dejan resumir en el siguiente punto: la sociedad, consistente ante todo en una serie de relaciones mercantiles, es una invención humana para la protección de la propiedad que el individuo tiene sobre su persona y sobre sus bienes y, consecuentemente, para el mantenimiento de relaciones de cambio debidamente ordenadas entre individuos considerados como propietarios. Como Macpherson apunta, la sociedad de que aquí se habla es tanto sociedad civil como sociedad política, pues la civilización que saca al hombre del estado de naturaleza es también la que -al menos formalmente- lo convierte en ciudadano y en súbdito de un Estado; y la consagración formal de ese principio vendría a ser, justamente, la instauración del sufragio universal.

Quede con esto satisfecha la devoradora opacidad del Estado sobre todo, sinceramente suya,

Sylphides

lo dijo sylphides a lucanor
estimado amigo:
El individualismo posesivo -que hasta el siglo pasado parecía suficiente, o cuando menos indispensable, para fundamentar el cuerpo entero de la teoría política liberal- hizo crisis con la aparición de la sociedad política de una fuerza hasta entonces existente sólo en la sociedad civil: el movimiento obrero organizado en el que se asociaban quienes no tenían otra propiedad que su fuerza de trabajo, lo que a su vez obligaría a las clases socialmente dominantes a organizar su propia clase política y hasta, en caso necesario, a subordinar a esta última el aparato estatal mismo (la irrupción de los fascismos en la escena europea de nuestro siglo no sería, como tantas veces ha sido interpretada, sino una acentuación extrema de aquella última tendencia).
Desde un punto de vista teórico, sin embargo, cabría decir que el individualismo así entendido era ya insuficiente desde el instante mismo de su surgimiento, pues, como Marx oportunamente había hecho ver, la inoperancia de la abstracta concepción liberal del individuo -que permite hablar de robinsonianos individuos, naturalmente independientes, que conciertan contratos entre sí cuando hace al caso- se pone de evidencia si se piensa, son sus propias palabras, que “el individuo, el hombre, no es posible sin la sociedad”.
En Rousseau hay también la invitación a que los individuos acorten cuanto puedan la distancia que separa al hombre del ciudadano, invitación que lleva hasta el extremo de repudiar el gobierno representativo y otorgar la soberanía a una asamblea de individuos en la que estos puedan hacerse oír sin mediaciones.
Y de ahí que ni siquiera tenga nada de extraño que -pese a una aversión hacia Marx posiblemente basada en idéntico prejuicio o interpretación insuficiente de su pensamiento- hasta él mismo acabará haciendo un hueco a a la teoría del contrato en la tradición marxista.~
Sin embargo, todo lo que significa burocratización, tecnocracia y desideologización política parece ser una caraterización actual de la racionalización de las sociedades postindustriales y a mi modo de ver volver a pensar éstas características en los términos del revisionismo marxiano y en términos weberianos y habermasianos, nos da una nueva concepción mucho más crítica y realista, no cabe relegar que el determinismo científico-social en el que se mueven tanto Kant como Marx aquí es criticado, pero no lo que es su aportación fundamental a la teoría social, como elemento sustentador de las sociedades y en tanto que los sujetos interactúan como individuos libres y no alienados.
Cordialmente, quede de usted,
sylphides

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