El perverso no es un enfermo,se ha forjado con probabilidad en la infancia cuando no pudo realizarse, dice la psiquiatra francesa Marie France Hirigoyen en su libro “El acoso moral”. Creó férreas defensas contra los demás para protegerse y así una actitud que podía haber sido simplemente defensiva y aceptable se convierte con el paso de los años en una personalidad incapaz de amar y convencido de que el mundo entero es malvado. Insensibles, sin afectos: ésa es su fuerza, así no sufren. Agreden para salir de la condición de víctima que padecieron, dividen su mundo en malo y bueno, temen la omnipotencia que imaginan en los demás porque se sienten profundamente impotentes, por ello necesitan protegerse hasta destruir.
Todos los encantos no son perversos; pero todos los perversos son en la primera etapa de una relación unos grandes seductores. Así atrapan a su víctima, así logran mantenerla en un intricado proceso plagado de silencios, mentiras y dudas que la paralizan. Así pretenden llenar su propio vacío, extraer la vida que sienten que no palpita en ellos y que contemplan resentidos en otros. Al perverso no le agradan las palabras cariñosas porque busca la repulsa para confirmar lo que ya sospecha: que la vida es ausencia de amor y negritud. Cuanto más transparente y generosa sea su víctima, cuando mejor intente tratarlo, mayores serán su rabia y el desprecio del perverso.
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