Por otra parte, cuando yo he hablado antes de sumirnos como en un “estado de sueño”, tal vez sea para engañarnos. Porque no podemos tampoco soportar el orden de la razón.
La liberación sería liberar en cierta manera a la persona de su pequeña historia sacrificial, y en cierta manera emanciparla de ese estado de sueño, de ese letargo histórico que ha construido precisamente con las categorías racionales de la razón, donde se ha sumido; de ahí que vive en pareja, ese concepto del matrimonio que da tanta tranquilidad; al fin y al cabo, ¿qué se busca cuando nos casamos -aunque no es mi caso-? En ese letargo ocurre la inmolación de los ídolos de la razón; de ahí que sea necesario “despertar soñándonos”, asumiendo los rincones oscuros de nuestra historia y dialogando con ellos. Lo que se busca es una razón que dialogue con nuestros “ínferos” -como diría la filósofa María Zambrano-, es otro tipo de diálogo; porque en vez de querer subyugar a la naturaleza y sujetarla, lo que hacemos es darle salida a la realidad interior o “inférica”. Es como un estado de sueño provocado pero al mismo tiempo ensoñado, donde estamos nosotros. Y lo que es nuestro infierno o nuestro paraíso se doblega ante nosotros.
La seguridad que nos da vernos insertos en un relato y esas grandes verdades pues ahora ya la relativizamos y nos vemos como somos por dentro, seres contingentes, tanto como lo es el tiempo humano. Y salimos a pasear y a disfrutar por el poco tiempo que ya nos queda.
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