El “abismo” que separa a los países ricos de los pobres refleja el éxito de los países que optaron por el capitalismo y el fracaso de los que no lo hicieron.-
El título de este apartado proviene de un artículo para la influyente revista estadounidense Foreigne Policy (sept-oct de 2003) de Martin Wolf, principal comentarista económico del Financial Times, De forma clara y concisa resume la opinión habitual sobre las razones de la riqueza y la pobreza en el mundo polarizado de hoy día. Algunos países optaron por el capitalismo y se hicieron ricos, mientras que otros optaron por un sistema diferente y siguieron siendo pobres. En mi opinión Wolf tiene razón, pero con una definición del capitalismo distinta de la suya, con la que el capitalismo como sistema de producción nunca llegó en realidad a las colonias ni a la agricultura.
A medida que avanzaba la Guerra Fría fueron cristalizando dos definiciones distintas del capitalismo. En el “mundo libre” se fue definiendo paulatinamente como un sistema de propiedad privada de los medios de producción, en el que toda la coordinación fuera de las empresas se deja al mercado, pero esa definición acabó por excluir cualquier referencia a la producción; en la medida en que realizaban intercambios sin una planificación central, las tribus de la Edad de Piedra se podrían considerar “capitalistas”. Para los marxistas, en cambio, el capitalismo era un sistema definido por una relación entre dos clases de la sociedad, los propietarios de los medios de producción y los trabajadores. Sin embargo, existe una tercera definición del capitalismo, formulada por el economista alemán Werner Sombart en 1902 y que fue la dominante hasta la Guerra Fría pero quedó marginada porque no se podía situar claramente en el eje derecha-izquierda. Atendiendo a esa tercera definición entenderemos por qué el capitalismo es un sistema en el que es posible especializarse en ser rico o en ser pobre.
Werner Sombart consideraba el capitalismo como una especie de coincidencia histórica en la que confluyen determinados factores debido a todo un conjunto de circunstancias. Sin embargo, deja muy claro que la riqueza económica es el resultado de una decisión, de un plan consciente. Las fuerzas impulsoras, que crean tanto los fundamentos como las condiciones para el funcionamiento del sistema son, en su opinión, las siguientes:
- El empresario, que representa lo que Nietzsche llamaba “el capital del ingenio y la voluntad”, el agente humano que toma la iniciativa de producir o comerciar con algo.
- El Estado moderno, que crea las instituciones que permiten mejoras en la producción y distribución, y los incentivos que hacen coincidir los intereses del empresario con los del conjunto de la sociedad. Las instituciones abarcan todo, desde la legislación a la infraestructura, patentes para proteger nuevas ideas, escuelas, universidades y estandarización de las unidades de medida, por ejemplo.
- El proceso de maquinización, esto es, lo que se llamó durante mucho tiempo industrialismo: mecanización de la producción que da lugar a una mayor productividad y cambios tecnológicos con innovaciones bajo economías de escala y sinergias. Este concepto es muy próximo a lo que hoy día llamamos “sistema nacional de innovación”.
En la definición del capitalismo de Sombart, los países ricos son aquellos que emulan a las principales naciones industriales incorporándose a la “era industrial”. Con esa definición Martin Wolf tiene efectivamente razón cuando proclama que los países ricos son los que adoptaron el modo de producción llamado capitalismo. Sin embargo es más probable que él tuviera en mente la definición de la Guerra Fría.
Cuando están presentes esos elementos, el capitalismo requiere para poder funcionar -también según Sombart- que se puedan desarrollar libremente ciertos factores auxiliares: capital, trabajo y mercados. Esos tres factores -el verdadero núcleo de la teoría económica estándar- no son para Sombart las fuerzas impulsoras del capitalismo, sino sólo accesorios. Si faltan las principales fuerzas impulsoras, esos factores auxiliares -capital, trabajo y mercados- son estériles. Tanto el conservador Schumpeter como el radical Marx estarían de acuerdo en que el capital por sí mismo, sin innovaciones y sin empresariado, es estéril. Los perros de los que hablaba Adam Smith, por muy inclinados al trueque que estuvieran, no podrían haber creado el capitalismo aun disponiendo de capital, horas de trabajo y mercados. Sin la voluntad y la iniciativa humana, el capital, el trabajo y los mercados son conceptos sin sentido.
Desgraciadamente para los países pobres, una cadena de acontecimientos llevó a la economía a olvidar la definición sombartiana del capitalismo. Adam Smith había apartado la producción de la economía amalgamando comercio y producción en horas de trabajo. Así, cuando la economía mundial quedó definida como un sistema en el que todos intercambiaban sin efectos de sinergia -trabajo que todos dominan del mismo modo-, se despejó el camino para la opinión de que el libre comercio podía considerarse beneficioso para todos. Ni siquiera la adición del capital crea de por sí el capitalismo. Sin embargo, durante mucho tiempo economistas estadounidenses y de la Europa continental como Sombart consiguieron mantener viva una tradición económica alternativa, en cuyo núcleo estaba la producción.
La forma en que se formalizó la economía después de la segunda guerra mundial consolidó aún más los puntos débiles de la teoría de Adam Smith. Mientras que los economistas del periodo de entreguerras oscilaban entre modelos de sentido común sin prejuicios y modelos autorreferenciales, tras la guerra la economía se hizo cada vez más introvertida. Al no ser capaz de formalizar las principales fuerzas impulsoras del capitalismo según Sombart -de reducirlas a números y símbolos- simplemente se abandonaron. Este es otro ejemplo del avance de la economía por la vía de menor resistencia matemática y alejándose de la pertinencia. Como en el caso de la sangría, los más perjudicados por el régimen de los modelos simplistas fueron los pobres y los débiles. En lugar de emplear el inglés o cualquier otra lengua, la comunicación se redujo cada vez más a la pura matemática, con lo que perdió elementos cualitativos clave: cuanto más “dura” era la ciencia, más “científica” se hacía. La economía se apartó de las ciencias sociales “blandas” como la sociología y ganó prestigio acercándose a ciencias más “duras” como la física. Sin embargo, los economistas utilizaban un modelo de equilibrio que la Física. Sin embargo, los economistas utilizaban un modelo de equilibrio que la Física había dejado atrás en la década de 1930. Los economistas perdieron paulatinamente su anterior capacidad de mverse entre los modelos teóricos y el mundo real y de corregir los modelos cuando contravenían obviamente el sentido común ordinario. Los países y razas lejanos que carecían de poder político fueron las víctimas de esa evolución. En países como Estados Unidos los políticos cuidaban que la teoría no se utilizara si contravenía los intereses de su propio país; en casa dominaba el pragmatismo, y la teoría abstracta quedaba para los tratos con el extranjero.
Todo esto, combinado con un desconocimiento general de la historia, condujo a lo que Thosrstein Veblen diagnosticó como contaminación de los instintos: una formación insuficiente lleva a la incapacidad para comunicarse con lo que la gente práctica entiende como “sentido común”. Aunque parezca sorprendente, en 1991 un comité de la Asociación Económica Americana señalaba el problema de que las universidades produzcan economistas “cultos pero idiotas”: Los programas de estudios (en Economía) pueden dar lugar a una generación de demasiados idiots savants, hábiles en las técnicas pero ignorantes de las cuestiones económicas reales”. Según el informe, en una “importante” universidad -de la que no se daba su nombre-, los licenciados no podían “adivinar por qué salarios de los barberos habían ido aumentando con el tiempo”, pero podían “resolver un modelo de equilibrio general entre dos sectores con progreso técnico no incorporado en uno de ellos”. Ésta fue la generación de los economistas que las instituciones de Washington enviaron a los países en desarrollo.
Entre instrumentos de la economía, elementos como la capacidad e iniciativa empresarial, política gubernamental y la totalidad del sistema de escala y sinergias, resultaban imposibles de cuantificar y de reducir a números y símbolos. Las únicas cosas cuantificables eran lo que Sombart consideraba simplemente factores auxiliares: capital, mercados y mano de obra. Los teóricos de la economía neoclásica formal dejaron de estudiar las fuerzas impulsoras del capitalismo y se dedicaron a estudiar tan sólo los factores auxiliares. Como suele ser habitual, la política práctica necesitó algún tiempo para ponerse al día con el desarrollo de la teoría, algo que no sucedió hasta la caída del Muro de Berlín. En su libro en defensa de la globalización, Martin Wolf menciona efectivamente a Werner Sombart, pero lo desecha en una sola frase, calificándolo a la vez de marxista y de fascista.
El desarrollo de la teoría llevó a lo que Schumpeter llamaba “la opinión pedestre de que el capital impulsa de por sí el motor capitalista”. Occidente comenzó a pensar que enviando capital a un país pobre sin empresariado, sin política gubernamental y sin sistema industrial podría generar el capitalismo. El resultado es que hoy día atiborramos prácticamente de dinero a países sin estructura productiva -en la que se pudiera invertir rentablemente el dinero- porque no se les permite seguir la estrategia industrial que siguieron todos los países actualmente ricos. A los países en desarrollo se les conceden créditos que no se conceden créditos que no se pueden utilizar rentablemente, y todo el proceso de financiación del desarrollo se va pareciendo a los esquemas de Ponzi del tipo “pirámide” o cartas encadenadas. Más pronto o más tarde la cadena se interrumpe, el sistema se viene abajo y los que lo diseñaron, que están lo bastante cerca de la salida cuando todos se precipitan hacia ella, obtienen grandes beneficios financieros, mientras que los perdedores son los países pobres involucrados a su pesar. Esto forma parte del mecanismo que a menudo crea grandes influjos de fondos desde los países pobres hacia los ricos más que al revés, un modelo que Gunnar Myrdal llamó “efectos perversos” de la pobreza.
Vale la pena señalar que, según la definición de Sombart, la agricultura no forma parta del capitalismo. Las colonias también quedaron fuera (uno de los criterios principales para distinguir una colonia era si se permitía o no su industrialización) y por esa misma razón se vieron condenadas a seguir siendo pobres. Según la definición sombartiana del capitalismo, el problema de la pobreza es por tanto muy diferente del que señala Martin Wolf: a los países de Africa y otros países pobres nunca se les permitió ni se les dio la oportunidad de optar por el capitalismo como sistema productivo.
La definición de Sombart de las fuerzas impulsoras del capitalismo está totalmente ausente en las dos definiciones del capitalismo que hemos heredado de la Guerra Fría. La definición liberal no incluye al empresario, ni al Estado, ni sus instituciones dinámicas, ni los procesos tecnológicos y maquínicos. Esa definición no capta realmente el capitalismo como sistema de producción, sino como un sistema comercial, deficiencia heredada de Adam Smith; en lugar de concentrarse en la producción, lo hace en el papel del mercado como mecanismo de coordinación de los artículos ya producidos. La definición de Marx se concentra, como ya he dicho, en la propiedad de los medios de producción. Lo que tienen en común las concepciones del capitalismo de los liberales y de los marxistas superficiales de hoy día es que esos polos opuestos en el eje derecho y en el izquierdo excluyen al empresario, el papel del Estado y el propio proceso de producción. La larga tradición del Otro Canon económico de la que provenía Sombart -mucho más antigua que el liberalismo de Adam Smith y David Ricardo- se desvaneció después de la segunda guerra mundial.
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