viernes, 11 de septiembre de 2009

El presidente Estadounidense intenta desatascar la reforma sanitaria ante el Congreso

El presidente Estadounidense intenta desatascar la reforma sanitaria ante el Congreso "Obama quiere extender la cobertura a todos los habitantes de este país y, a la vez, reducir los costes sanitarios, ahora descontrolados. Realizar estos planes puede costar en torno a un billón de dólares en diez años. Uno de los puntos más controvertidos de la propuesta consiste en crear un seguro público - no limitado a los pobres y a la tercera edad-que compita con los privados y los obligue así a rebajar tarifas y ofrecer mejores servicios".



Los retos de la presidencia de Estados Unidos
Obama retoma la iniciativa

El presidente intenta desatascar la reforma sanitaria ante el Congreso

MARC BASSETS - Washington. Corresponsal

De las palabras a los hechos. De los sueños a la realidad. De la promesa de transformar Estados Unidos al fango de un proceso legislativo antipático y farragoso.

Barack Obama, debilitado ocho meses después de llegar a la Casa Blanca, retomó esta madrugada (hora española) la iniciativa política en un discurso ante el pleno del Congreso, un formato excepcional. El presidente intentó desencallar la reforma del sistema sanitario y demostrar que su carisma puede traducirse en cambios sustanciales para el estadounidense de a pie. "El tiempo de las peleas ha terminado. Ha terminado el tiempo de los juegos. Ahora hay que actuar", dijo el demócrata Obama ante el Senado y la Cámara de Representantes.

"No soy el primer presidente que aborda esta causa, pero estoy decidido a ser el último", advirtió en otro momento de un discurso en el que tendió la mano a los republicanos pero también deploró el "espectáculo partidista" y "las tácticas del miedo" instigadas desde la derecha. El tono, lejos del lirismo de sus discursos más celebrados, fue severo y a ratos amenazador, parecido al del maestro al que la clase - el Congreso y parte de la opinión pública-se le desmadra, y da un golpe de puño a la mesa.

"No perderé el tiempo con los que han hecho el cálculo de que políticamente es mejor matar el plan que mejorarlo", dijo Obama, acusado con frecuencia de bisoño. Traducido: si los republicanos rechazan sumarse a la reforma, como deseaba inicialmente la Casa Blanca, los demócratas, mayoritarios en el Congreso, la harán solos. El inconveniente es que una reforma puramente demócrata puede fomentar las divisiones en un país ya dividido.

Si Obama logra reforma la sanidad, habrá dejado su huella: desde el presidente Teddy Roosevelt, a principios del siglo XX, otros - sobre todo demócratas-han topado con el mismo hueso; ninguno lo ha logrado. Si fracasa, su presidencia, que comenzó con una ola de entusiasmo, puede quedar marcada por el revés. En las elecciones legislativas del 2010, la hegemonía demócrata en el Congreso peligraría. Estados

Unidos es el único país desarrollado en el que el sistema sanitario no cubre a todos sus habitantes. El sistema estadounidense mezcla un sector público, que cubre básicamente a los pobres y a los mayores privados de seguro, y un sector privado que cubre a unos 180 millones de personas. Unos 47 millones carecen de seguro médico.

Obama quiere extender la cobertura a todos los habitantes de este país y, a la vez, reducir los costes sanitarios, ahora descontrolados. Realizar estos planes puede costar en torno a un billón de dólares en diez años.

Con un tono pedagógico, el presidente explicó que la reforma "dará más seguridad y estabilidad a quienes ya disponen de seguro médico y proveerá un seguro a quienes no tienen". Su objetivo anoche era tranquilizar a millones de ciudadanos escépticos o confusos.

Uno de los puntos más controvertidos de la propuesta consiste en crear un seguro público - no limitado a los pobres y a la tercera edad-que compita con los privados y los obligue así a rebajar tarifas y ofrecer mejores servicios.

La derecha ve en el seguro médico estatal un paso hacia la "socialización" del país, cuyo primer capítulo sería el plan de inversiones públicas de la Administración Obama. La izquierda ha convertido el seguro público en la vara de medir el éxito o el fracaso de la reforma sanitaria.

En los extractos del discurso distribuidos por la Casa Blanca antes de su inicio, a las 20 horas, en horario de máxima audiencia, no aparecía ninguna mención a la opción pública, lo que puede sugerir que ya no es una condición irrenunciable.

El fantasma de Bill Clinton planea sobre Washington. En 1993 y 1994, el también demócrata Clinton quiso reformar la sanidad, pero fracasó. Obama ha aplicado la receta contraria a Clinton. Éste diseñó la reforma a puerta cerrada, sin luz ni taquígrafos, y después la presentó al Congreso. El actual presidente, en cambio, ha encargado al Congreso la redacción de la reforma.

Las resistencias de los senadores republicanos complican la aprobación de una ley bipartita; las resistencias de los demócratas centristas en la Cámara han puesto en duda la capacidad del presidente para unir a su partido.

A esto se han añadido los tumultos durante el verano en mítines con legisladores, y las campañas de rumores - por ejemplo, que la reforma fomenta la eutanasia y el aborto-difundidos por grupos conservadores.

La Casa Blanca, con dificultades para atajar los rumores y explicar de qué trata la reforma, ha acabado perdiendo el control del debate. El discurso marcó la voluntad de Obama de intervenir en el proceso legislativo.

"Estamos mejor que hace 16 años. Ahora el presidente tiene que asumir el papel de orientar el tráfico, y asumir su liderazgo", explica a La Vanguardia Kenneth Thorpe, catedrático en la Universidad de Emory, y asesor de Clinton durante su intento de reforma. "¿Logrará todo lo que quiera? Quizá no. Quizá se puede avanzar ahora y el año próximo intentar el resto". Lo cierto es que, al contrario de lo que ahora la necesidad de la reforma es compartida por casi todos. "El statu quo no es aceptable - dijo el senador republicano Mitch Mc-Connell-.Pero tampoco lo son las propuestas de la Casa Blanca y los demócratas del Congreso".

Esta vez, los grupos de presión que torpedearon a los Clinton han sido menos activos, y algunos han apoyado a Obama.

Los presidentes sólo se dirigen al Congreso en pleno en el discurso sobre el estado de la Unión, o al inicio de la presidencia. Al margen de estas ocasiones, el formato es excepcional: George W. Bush lo utilizó tras los atentados del 11-S, y Clinton en ocasión de su reforma sanitaria.

Un sondeo de Associated Press reveló ayer que el 52% de los ciudadanos ve con recelo la reforma. En julio eran un 43%.

Obama constatará en los próximos días si el discurso desencalla su plan, si convence a sus conciudadanos y a los legisladores. Esto puede marcar el resto de la presidencia, y definir si su brillante retórica se traduce en decisiones políticas de calado.

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