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Con la mejor voluntad | Procusto era el apodo del mítico posadero de Eleusis, aquella famosa ciudad de la antigua Grecia donde se celebraban los ritos misteriosos de las diosas Deméter y Perséfone. Era hijo de Poseidón, el dios de los mares, y por eso su estatura era gigantesca y su fuerza descomunal. Su verdadero nombre era Damastes, pero le apodaban Procusto, que significa "el estirador", por su peculiar sistema de hacer amable la estancia a los huéspedes de su posada. Procusto les obligaba a acostarse en una cama de hierro, y a quien no se ajustaba a ella, porque su estatura era mayor que el lecho, le serraba los pies que sobresalían de la cama; y si el desdichado era de estatura más corta, entonces le estiraba las piernas hasta que se ajustaran exactamente al fatídico catre. Según algunas versiones de la leyenda, la cama estaba dotada de un mecanismo móvil por el que se alargaba o acortaba según el deseo del verdugo, con lo que nadie podía ajustarse exactamente a ella y, por tanto, todo el que caía en sus manos era sometido a la mutilación o el descoyuntamiento. Procusto terminó su malvada existencia de la misma manera que sus víctimas. Fue capturado por Teseo, que lo acostó en su camastro de hierro y le sometió a la misma tortura que tantas veces él había aplicado. Esta leyenda del lecho de Procusto ha quedado para siempre en la tradición popular y en la literatura universal, como una expresión proverbial para referirse a quienes pretenden acomodar siempre la realidad a la estrechez de sus intereses o a su particular visión de las cosas. Porque, aunque afortunadamente no hay muchos tan desaprensivos como aquel mítico personaje, sí hay bastantes que se le parecen en su actitud. Poseen un loable empeño por agradar a los demás, pero tan intransigente y tan peculiar que es mejor no tenerlos muy cerca. Están siempre muy seguros de lo que deben hacer, pero esa clarividencia suya es la principal causa de su obstinación en el error. Su preocupación por los demás se inscribe en un patrón que no hay forma de eludir. Son previsibles e irreductibles. Su incansable actividad deja numerosos heridos a su paso. Cuando se les hace alguna objeción acerca de sus rígidos planteamientos, se molestan, y suelen seguir adelante sin inmutarse, convencidos de estar siempre en la mejor de la opciones. | |||||
Medida de todo | Quizá no alcanzan a entender que, en el fondo, su generosidad es bastante egoísta. Tienen que aprender a tratar a cada uno como mejor conviene a cada caso particular, no según sus patrones preestablecidos. Todos debemos aprender a no interpretar según nuestro patrón de conducta o nuestra propia psicología, sino observando y escuchando, siendo receptivos y abiertos, procurando no usar recetas ya hechas, ni soluciones prefabricadas o consejos repetitivos y manidos. Son personas que no terminan de esforzarse por ponerse en el lugar de los demás. No se sitúan. Son los que piden sinceridad y cuando se les dice la verdad se enfadan. Los que piden que se les haga cualquier observación con toda confianza, pero cuando se les dice algo concreto no les gusta nada. Los que hablan de diversidad y de tolerancia pero llevan fatal que no se piense exactamente como ellos. Los que, aunque coincidas inicialmente con sus ideas, varían enseguida su posición para así censurar siempre todo lo que hacen los demás. Los que se llenan de celos si alguien sobresale de la medida de su propia mediocridad. Los que exigen a quienes les rodean un nivel de perfección que ellos no alcanzan ni de lejos. Todo lo juzgan. Todo lo quieren cortar a su medida. Su vida está presidida por una observancia de normas, pero muy poco por el servicio a los demás. Quizá su principal problema es precisamente que se creen medida de todo, y por eso es tan ingrata su compañía. |
Procusto
Teseo ataca a Procusto. Pintura anónima en el fondo de un kílix ático de figuras rojas (440 a. C.) encontrado en Vulci.
En la mitología griega, Procusto (deformación de Procrustes, en griego antiguo Προκρούστης Prokroústês, literalmente ‘estirador’), también llamado Damastes (‘avasallador’ o ‘controlador’), Polipemón (‘muchos daños’) y Procoptas, era un hermoso bandido y posadero del Ática (o según otras versiones a las afueras de Eleusis). Se le consideraba hijo de Poseidón. Con su esposa Silea fue padre de Sinis.
Procusto tenía su casa en las colinas, donde ofrecía posada al viajero solitario. Allí lo invitaba a tumbarse en una cama de hierro donde, mientras el viajero dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas del lecho. Si la víctima era alta, Procusto la acostaba en una cama corta y procedía a serrar las partes de su cuerpo que sobresalían: los pies y las manos o la cabeza. Si por el contrario era más baja, la invitaba a acostarse en una cama larga, donde también la maniataba y descoyuntaba a martillazos hasta estirarla (de aquí viene su nombre). Según otras versiones, nadie coincidía jamás con el tamaño de la cama porque ésta era secretamente regulable: Procusto la alargaba o acortaba a voluntad antes de la llegada de sus víctimas.
Procusto continuó con su reinado de terror hasta que se encontró con el héroe Teseo, quien se dejó seducir y lo sedujo a su vez; pero al entrar a la choza de Procusto, lo convenció para invertir el juego: lo amordazó y ató a la cama y, allí, lo torturó para «ajustarlo», cortándole a hachazos los pies y, finalmente, la cabeza. Matar a Procusto fue la última aventura de Teseo en su viaje desde Trecén (su aldea natal del Peloponeso) hasta Atenas.
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1 Usos derivados
2 Fuentes
3 Bibliografía
4 Enlaces externos
[editar]Usos derivados
Teseo (vestido con ropas transparentes) y Procusto (casi acostado en su famoso lecho); lado A de un ánfora ática de figuras rojas (470 a. C.) pintada por Alquímaco, proveniente de Nola (cerca de Nápoles)
Procusto se ha convertido en un símbolo de conformismo y uniformización.
Una cama o lecho de Procusto es un estándar arbitrario para el que se fuerza una conformidad exacta. Se aplica también a aquella falacia seudocientífica en la que se tratan de deformar los datos de la realidad para que se adapten a la hipótesis previa.
En matemática, el análisis procusteano es el nombre que se da al proceso de aplicar una transformación euclideana que conservan la forma a un conjunto de éstas, para eliminar así las diferencias de traslación, rotación y escala entre ellas y llevarlas a un marco de referencia común.
En informática, una cadena procusteana es una cadena de longitud fija en las que se almacena texto de diversa longitud. Si el texto a guardar es demasiado corto, se rellena el resto de la cadena, normalmente con blancos o nulos. Si es demasiado largo, se trunca. El término se hizo popular en cierta medida por su uso y explicación en el manual de usuario del Sinclair ZX81. Aunque no logró popularidad, aparece en algunas referencias, notablemente FOLDOC.
En general se denomina procústeo a aquello opuesto a lo ergonómico, es decir, que parte de la idea de que es el hombre quien debe adaptarse a los objetos y no al revés.
[editar]Fuentes
Apolodoro, Biblioteca iii.16.2; Epítome i.4.
Diodoro Sículo iv.59.5.
Higinio, Fábulas 38.
Ovidio, Las metamorfosis vii.438.
Pausanias, Descripción de Grecia i.38§5.
Plutarco, Vidas paralelas: Teseo xi.1.
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Según Assela Alamillo, en Mitología en la Vida Cotidiana, Lecho de Procrustes es una expresión poco usual que simboliza la vulgarización, la reducción del alma a una medida convencional. Es reflejo también de la tiranía ética e intelectual ejercida por quien no tolera las acciones y juicios de los demás sino a condición de que sean conformes a sus propios criterios.
Procrustes era un bandido que actuaba en el istmo de Corinto y que mataba a sus víctimas mutilándolas en un lecho donde las había hecho tender: a las que sobresalían de él, les cortaba las extremidades; a las que no alcanzaban su medida, las estiraba. Fue muerto por Teseo, el héroe ateniense, cuando fue a reunirse con su padre a la edad de dieciséis años después que su madre le llevó a una cueva donde su padre, Egeo, había escondido sus sandalias y su espada. Teseo deseoso de conocer a su padre, emprendió el camino y, dispuesto que quedara claro su poder, eliminó sucesivamente a los bandidos que asolaban la región: Perifetes, Escirón, Sinis, Procrustes y Cerción. Teseo libró a Atenas del tributo anual de siete muchachas y siete muchachos que la ciudad debía pagar a Minos para entregárselos al Minotauro. Teseo fue a Creta, se introdujo en el laberinto, mató al monstruo y, gracias al hilo de Ariadna, pudo salir del laberinto. La vida de Teseo ya es otra historia.
Para bautizar esta sección busqué diversos nombres: dietario, crónica, diario de a bordo, cuaderno de bitácora, disquisición, digresión, divagación, meandro, difuminación, deambular, vagar, errar, filosofar, reflexionar, especular, pensar, discurrir, discurrimiento, diálogo, debate, foro, limbo, en Babia, purgatorio, postración reposo, olimpo, índice, etc., y ninguno me convencía. Mientras hojeaba el libro donde he sacado el término que denomina este espacio, encontré el nombre de Procrustes y la expresión lecho de Procrustes. En principio nombré lecho de Procrustes a estos escritos en contraposición a lo que pretendo, evitar la estandarización, la reducción de la pluralidad, el pensamiento único, lo políticamente correcto, la homogeneización de puntos de vista, que los convencionalismos y un cierto conformismo o desidia nos hagan más insensibles. Pero, valga la paradoja, yo me he convertido en un Procrustes moderno y esta virtualidad tan etérea, mi lecho donde me dispongo a interpretar la realidad a mi manera, desde mi punto de vista. Aunque trate de ser objetivo, intente enunciar temas que considere de interés o pretenda vindicar valores en desuso, todo, por suerte o por desgracia, será subjetivo, puesto que aunque los desarrolle objetivamente, el tema será elegido por mí. Valga la advertencia.
Yo, como Procrustes, voy a adaptar el mundo a mi modo, desde este lecho moderno enseña de la contemporaneidad que vivo.
Así, tras esta introducción somera me dispongo a comenzar este dietario con el mes de Octubre de 2003.
El lecho de Procustes o Qué hacer cuando los datos no apoyan la teoría: Sorprendente entrevista a Máximo Sandín
Procrusto o Procustes era un bandido de la Mitología Griega que tenía dos lechos, uno corto y otro largo. Obligaba a sus víctimas a tenderse en uno de ellos: a los de talla alta, en el corto y para adaptarlos a la cama, les cortaba los pies. A los de baja estatura, los acostaba en el lecho largo y entonces les estiraba violentamente las extremidades para alargarlos.
En las relaciones entre una teoría y las evidencias que pretende explicar, puede ocurrir como en el caso de Procrustes que a veces el científico se vea tentado a adaptar la realidad para hacerla encajar en sus esquemas.
Ejemplo de este comportamiento es el caso del darwinismo, mediante el cual, ocurra lo que ocurra en la Naturaleza y sean cuales sean las observaciones y los datos, todo lo habrá ya predicho y explicado Darwin mediante su infalible Selección Natural.
La siguiente entrevista con Máximo Sandín revela el interés honesto y sincero de este autor por el estudio y comprensión de los procesos vitales y pone de manifiesto algunos puntos débiles de la biología moderna. En contraste se ha publicado con un título algo confuso y que no hace honor a su contenido: Máximo Sandín: “Los virus no son patógenos por definición” .
Básicamente, y por resumir la entrevista en una frase queda claro que los resultados y los datos aportados por la biología no encajan con una teoría anticuada y basada en una tautología. No tienen soporte teórico. Es la teoría que constituye la base de la biología actual lecho de Procrusto en el cual sobra, más que falta, algo para que los datos empiecen a encajar. ¿ Qué es lo que sobra? En primer lugar la Selección Natural, baluarte único del darwinismo y una tautología entera y verdadera. En segundo lugar, la Teoría Sintética. Una Teoría que no sabe decir de sí misma si es científica o metafísica no hace más que sembrar la confusión………….
P1. En la última década hemos asistido a un “boom” en la secuenciación de genomas de diversos organismos, lo que ha llevado a que ahora dispongamos de bases de datos bastante completas. ¿Cómo crees que esa información puede afectar al entendimiento de los mecanismos evolutivos?
R: Responderé con las palabras de científicos implicados en estas secuenciaciones: han tenido “profundas consecuencias evolutivas”. Por ejemplo, el genoma de la anémona, cuyo origen se sitúa en hace 700 millones de años, tiene unos 18.000 genes (el hombre tiene unos 22.000) codificantes de proteínas. Se han encontrado en el genoma de la anémona “bloques de ADN” que están presentes en el hombre en la misma disposición. Más del 80% de sus intrones están en los mismos sitios que en el hombre y han encontrado 283 “genes” que en el hombre se asocian a enfermedades, entre ellos, uno casi exacto al “gen” BRCA2, supuestamente responsable del cáncer de mama.
En el genoma del erizo de mar, que se sitúa en 500 millones de años de antigüedad, también existen estos “bloques”. El número de genes codificantes de proteínas es de 23.500! de los que compartimos 7.077, entre ellos los relacionados con la visión, olfato y oído pero, sobre todo, los genes Rag (como sabrán, originados por transposones) implicados en la respuesta inmunitaria, y mucho otros genes asociados, en el hombre, con enfermedades como la distrofia muscular, la corea de Huntington… No es extraño que en los comentarios a estos descubrimientos en revistas como Science los califiquen de “revolución intelectual”.
Pero desde el punto de vista concreto de estudios relacionados directamente con la evolución, las secuenciaciones de genomas de mamíferos han desbaratado por completo las antiguas filogenias. Han definido tres superórdenes de mamíferos: Afrotheria (la mayoría de las especies africanas), Xenartra (especies de Centro y Sudamérica) y Laurasiatheria (fundamentalmente los euroasiáticos). Hay otra agrupación superior muy curiosa, Boreotheria, que agrupa a Laurasiatheria con Supraprimates que incluyen roedores y primates. Lo interesante es que estudios de los retrotransposones de mamíferos relacionados con datos paleontológicos indican un origen “casi simultáneo” de estos superórdenes.
A esto hay que añadirle características de los genomas conocidas hace tiempo, como que los genes no son unidades “discretas”, sino que están compuestos por fragmentos de ADN , a veces con muchos intrones dentro, a veces dispersos por el genoma, y que están sometidos a “splicing alternativo” (transcripcional y postranscripcional) es decir a una especie de barajamiento de sus componentes, por lo que una secuencia puede codificar cientos o miles de proteínas diferentes, que se expresan de modo diferente en cada tejido y en cada momento y que esa expresión está controlada por el conjunto del genoma, lo que incluye lo que se ha considerado hasta hace poco ADN “basura”, mediante mecanismos enormemente complejos (microARNs, ARN de interferencia, ARN antisentido…) y que este control está condicionado por el proteoma y el metaboloma, depedientes a su vez de las condiciones del ambiente celular y, por tanto, del ambiente externo. Y que en la construcción de los organismos los genes operan en “redes”. Todo esto sin contar con la herencia epigenética, también dependiente del ambiente.
El prestigioso experto en biología evolutiva del desarrollo Stuart A. Newman lo explica de una manera muy brillante: “los genes no determinan unívocamente lo que hay en la célula, sino que lo que hay en la célula determina cómo se usan los genes”
En el genoma del erizo de mar, que se sitúa en 500 millones de años de antigüedad, también existen estos “bloques”. El número de genes codificantes de proteínas es de 23.500! de los que compartimos 7.077, entre ellos los relacionados con la visión, olfato y oído pero, sobre todo, los genes Rag (como sabrán, originados por transposones) implicados en la respuesta inmunitaria, y mucho otros genes asociados, en el hombre, con enfermedades como la distrofia muscular, la corea de Huntington… No es extraño que en los comentarios a estos descubrimientos en revistas como Science los califiquen de “revolución intelectual”.
Pero desde el punto de vista concreto de estudios relacionados directamente con la evolución, las secuenciaciones de genomas de mamíferos han desbaratado por completo las antiguas filogenias. Han definido tres superórdenes de mamíferos: Afrotheria (la mayoría de las especies africanas), Xenartra (especies de Centro y Sudamérica) y Laurasiatheria (fundamentalmente los euroasiáticos). Hay otra agrupación superior muy curiosa, Boreotheria, que agrupa a Laurasiatheria con Supraprimates que incluyen roedores y primates. Lo interesante es que estudios de los retrotransposones de mamíferos relacionados con datos paleontológicos indican un origen “casi simultáneo” de estos superórdenes.
A esto hay que añadirle características de los genomas conocidas hace tiempo, como que los genes no son unidades “discretas”, sino que están compuestos por fragmentos de ADN , a veces con muchos intrones dentro, a veces dispersos por el genoma, y que están sometidos a “splicing alternativo” (transcripcional y postranscripcional) es decir a una especie de barajamiento de sus componentes, por lo que una secuencia puede codificar cientos o miles de proteínas diferentes, que se expresan de modo diferente en cada tejido y en cada momento y que esa expresión está controlada por el conjunto del genoma, lo que incluye lo que se ha considerado hasta hace poco ADN “basura”, mediante mecanismos enormemente complejos (microARNs, ARN de interferencia, ARN antisentido…) y que este control está condicionado por el proteoma y el metaboloma, depedientes a su vez de las condiciones del ambiente celular y, por tanto, del ambiente externo. Y que en la construcción de los organismos los genes operan en “redes”. Todo esto sin contar con la herencia epigenética, también dependiente del ambiente.
El prestigioso experto en biología evolutiva del desarrollo Stuart A. Newman lo explica de una manera muy brillante: “los genes no determinan unívocamente lo que hay en la célula, sino que lo que hay en la célula determina cómo se usan los genes”
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UEVES 8 DE NOVIEMBRE DE 2007
EL LECHO DE PROCUSTES
LA CONEXIÓN CONCEPTUAL ENTRE JUSTICIA Y VIDA BUENA
Gonzalo Gamio Gehri
Consideremos la argumentación genérica de las teorías contractualistas de la justicia y la sociedad, presentes, por ejemplo, en la Teoría de la justicia de Rawls o en los textos de Dworkin. Todas ellas asumen la hipótesis teórica de un imaginario pacto universal que daría origen a la vida social, bajo el supuesto de un estado de cosas anterior, en el cual los individuos viven en una situación de igualdad y libertad, sin el amparo y las restricciones que provienen de la ley. Como hemos visto, el estado natural – o la posición original – son presuposiciones conceptuales de índole contrafáctica, no constataciones de corte antropológico. Justamente su carácter ideal pretende darle fuerza normativa a la teoría.
El resultado – si nos guiamos por la propuesta del primer Rawls – más que ingresar a cierto tipo de sociedad, es determinar en condiciones de equidad los principios deontológicos que la regularían en el futuro (si es que no la regulan de facto[1]). Se trata de principios que cada una de las partes elegirían en una situación de absoluta neutralidad, vale decir, si ninguno de sus intereses sustantivos y empíricos se pone en juego en el momento de la elección. Hemos visto cómo, en esta línea de reflexión, la hipótesis del recurso al velo de la ignorancia como mecanismo de eliminación de lo particular (tanto lo ético – cultural como lo socioeconómico e incluso lo “natural”) constituye una estrategia ineludible para preservar la “pureza racional” de la teoría. En esta situación de absoluta imparcialidad, el yo debe ser concebido como ontológicamente anterior e independiente de sus fines, fundamentalmente en lo que se refiere a sus concepciones de la vida buena. Esto constituye el precio de la ‘objetividad’.
No pocos autores – desde Hegel y Tocqueville en adelante – han llamado la atención acerca las debilidades conceptuales subyacentes al individualismo metodológico que han suscrito las diferentes teorías del contrato desde el siglo XVII hasta hoy. Ellas suponen la existencia (al menos teórica) de un individuo desarraigado, carente de raíces históricas y sociales, despojado de cualquier atributo cultural o sexual; un sujeto que se define como un elector racional merced a su capacidad de calcular intereses, costos y beneficios. Es un “yo sin trabas”, un sopesador libre de oportunidades y alternativas, que no ve su elección como constreñida por fines o lazos “exteriores”, heterónomos. No importa qué elija, lo que es relevante desde la perspectiva práctica es su capacidad de elegir.
Este sujeto desarraigado es el protagonista de los desarrollos más radicales de la filosofía moderna, desde las reflexiones metafísicas y cosmológicas de Descartes hasta las propuestas del liberalismo procedimental en Locke y Kant. Recordemos que ya en 1817 había señalado Hegel cuán célebre se había tornado la proyección del atomismo desarrollado en la investigación científico-natural hacia la filosofía moral y política. En efecto, en el § 98 de la Enciclopedia afirma el filósofo de Stuttgart que “en los tiempos modernos, el modo de ser atomístico se ha hecho más importante en el campopolítico que en el físico. Según este modo de ver, el principio del Estado es la voluntad de los singulares en cuanto tales, lo que atrae [a las voluntades] es la particularidad de las necesidades o las inclinaciones, mientras lo universal, el Estado mismo, es la relación extrínseca del contrato."[2]
El contrato aparece como el acto fundacional de la puesta en marcha de la racionalidad práctica de una sociedad justa y bien ordenada. Bajo el supuesto del pacto social – un acuerdo no distorsionado entre individuos independientes e iguales, que deciden autónomamente en materia de reglas para la convivencia y la asignación de libertades subjetivas y bienes primarios - los principios de la justicia logran su justificación última. Desde este punto de vista, una investigación empírica sobre el origen de los consensos acerca de la justicia no podría garantizar su absoluta imparcialidad y validez. De todos modos, es preciso recordar que la clase de contratos que tienen lugar en el seno de las sociedades concretas no reproducen sin más los esquemas teóricos de la suposición ideal configurada en la posición original. En El liberalismo y los límites de la justicia, Michael Sandel denuncia con agudeza el alto grado de abstracción de las transacciones y los sujetos en la teoría de Rawls.
“De la misma manera en que el “yo” es anterior a los fines que
afirma, el contrato es anterior a los principios que genera. Por supuesto,
no cualquier contrato es anterior a los principios de justicia; como hemos
visto, los contratos reales no pueden justificarse precisamente porque están
típicamente situados en las prácticas y convenciones que la justicia debe
evaluar. De forma similar, las personas reales, habitualmente concebidas como
“llenas (…) de rasgos particulares” no son estrictamente anteriores con respecto
a sus fines, sino que están rodeadas y condicionadas por los valores, intereses
y deseos de entre los cuales el “yo” “soberano”, en tanto sujeto de la posesión,
tomará sus propósitos.”[3]
En la óptica de Sandel, la Teoría de la justicia de Rawls ha construido una abstracción sobre la base de las prácticas reales de negociación en torno a intereses individuales, prácticas presentes en la construcción de los contratos reales, en la esfera de las transacciones vinculadas al comercio y la propiedad. En esta dirección, Hegel ha argumentado con lucidez que el modelo del contrato constituye un eje de lectura plausible para los acuerdos basados en la ponderación de los intereses económicos privados y el arbitrio individual[4]. Fuera de los márgenes del llamado “derecho abstracto”, el contrato resulta insuficiente para explorar formas de interacción humana en donde no sólo están en juego los bienes instrumentales del individuo o bienes convergentes: aquellas formas de vínculo en donde alguna noción de propósito común tiene lugar, por ejemplo, en la vida privada la familia (recordemos la ácida crítica hegeliana a la interpretación contractualista del matrimonio en el pensamiento de Kant[5]), y por supuesto en las formas de actividad política fundada en la pertenencia crítica a las instituciones que vertebran la comunidad política[6]: fuera del mercado y los tribunales penales, el enfoque contractual fracasa como explicación de las asuntos humanos. El derecho abstracto constituye una comprensión unilateral frente a las relaciones concretas que constituyen la eticidad. En esta perspectiva, tendremos que encontrar recursos conceptuales más finos que el propio esquema conceptual para enfrentar nuestras prácticas sociales y políticas y las reglas de justicia encarnadas en ellas.
Pero el contractualismo ha construido una ‘teoría del yo’ atomista y potencialmente corrosiva de los vínculos sociales que precisamente los principios de justicia pretendían esclarecer u orientar críticamente. La suposición del velo de la ignorancia convierte en borrosos los sentimientos de pertenencia mutua a un grupo social o institución, la remisión a un conjunto de prácticas cultural y reflexivamente adquiridas en el curso de una vida, así como la percepción de determinados ideales o propósitos que para los agentes cuentan como téle (las comprensiones de la vida buena). Puesta entre paréntesis esta amplia gama de valoraciones, relaciones y compromisos con los que de facto los agentes concretos se involucran, entonces resulta claro que el único móvil “legítimo” para la elección de los principios y el actuar reglamentado constituye la búsqueda del interés individual. No obstante ¿Nuestro sentido de justicia necesita realmente de este proceso de abstracción? ¿La justicia no pierde demasiado en el abandono de nuestras adhesiones ordinarias y compromisos sustantivos?
Bajo el velo de la ignorancia, sin duda los individuos elegirían los principios abstractos desarrollados por Rawls, u otros semejantes ¿Debemos entonces cubrirnos con él, o debemos profundizar en nuestra condición de agentes vinculados y enraizados en mundos vitales concretos? Michael Walzer ha desarrollado esta reflexión de una manera persuasiva a través de una curiosa imagen. Sostiene que en el caso hipotético de que tuviésemos que elegir las características del lugar donde vivir sin tener memoria de cómo eran los hogares donde vivíamos, probablemente propondríamos algo muy parecido a las habitaciones del Hotel Hilton; en tal situación hipotética los electores desarraigados pretenden configurar algún lugar donde sentirse “como en casa” (seguramente ese es el objetivo máximo de todo buen hotel), de modo que la pertenencia concreta incluso como metáfora marca la pauta valorativa de un consenso ideal en lo concerniente a la sociedad. Walzer señala con razón que las habitaciones de un hotel de cinco estrellas podrían reproducir los estándares deseables para individuos desarraigados mutuamente “extraños” – personas que viajan, que requieren habitaciones provisionales estando fuera del hogar -, pero que para los agentes concretos no hay nada mejor que “estar en casa” [7] .
Los agentes distributivos son agentes históricos concretos, y no “yoes desarraigados” escindidos de sus situaciones mundano – sociales. Los retos incorporados en la agenda de la justicia distributivos están asociados a bienes concretos, a significados sociales concretos, y a políticas distributivas también concretas. El enfoque meramente procedimental impone nuevamente a las formas de justicia a padecer sobre el Lecho de Procustes, simplificando las posibilidades de la distribución justa: si el individuo distributivo no posee atributos sustantivos, los únicos bienes en juego son privados, los únicos criterios deliberativos son instrumentales, los únicos principios distributivos son la igualdad y - en caso de existir desigualdad - las necesidades. La justicia contractualista echa a perder la sutileza del análisis en torno a los bienes sociales y la riqueza de los caminos posibles de la distribución.
El ideal de un ‘principio maestro’ no aprehende la complejidad del problema de la justicia (ya percibida por el propio Aristóteles). Este ideal nos recuerda al legendario actuar de Procustes – llamado Polipemón – quien vivía en el camino de Coridalo, en Ática. Cuenta el mito que Procustes brindaba hospedaje a los viajeros, ofreciéndoles por la noche un lecho mortal, supuestamente de ‘medidas perfectas’: quienes eran demasiado grandes para la cama, perecían mutilados por la parte de las piernas que sobresaliese, quienes resultaban demasiado pequeños para el lecho, eran estirados en un potro hasta ajustarse a su longitud. Esta macabra tortura provocaba el disfrute del malévolo anfitrión. El héroe ateniense Teseo acabó con él al poco tiempo, aplicándole sus propios tormentos, devolviéndole lo que merecía, según el juicio del joven[8]. Este mito representa alegóricamente (para nuestros propios intereses) la dramática hybris en la que incurren aquellos que pretenden imponerle esquemas ciegos y rígidos a la realidad, forzándola a adecuarse a ellos a como dé lugar. Muestra la carencia de lucidez de quienes no toman en consideración la complejidad de la vida práctica. Eso es precisamente lo que piensa Walzer de los dos principios de Rawls. Por ello entiende necesario asumir el punto de vista del agente, en oposición a la perspectiva desarrollada en tercera persona.
“Incluso si favorecieran la imparcialidad, la pregunta que con
mayor probabilidad surgirá en la mente de los miembros de una comunidad política
no es ¿qué escogerían individuos racionales en condiciones universalizantes de
tal o cual tipo? Sino ¿qué escogerían personas como nosotros, ubicadas como
nosotros lo estamos compartiendo una cultura y decididos a seguirla
compartiendo? Esta pregunta fácilmente puede transformarse en: ¿qué
interpretaciones (en realidad) compartimos?”[9]
Es cierto que algún discípulo de Rawls podría argüir en su favor que la distribución justa que la justicia como imparcialidad busca promover se concentra estrictamente en el fuero político, hogar de la razón pública: en ese caso, seríamos nosotros quienes pretenderíamos aplicar a la teoría de Rawls el Lecho de Procustes, estirando sus coyunturas – originariamente circunscritas a lo político procedimental y estatal – hacia toda la amplia gama de los bienes distributivos. Hay que precisar, no obstante, que esta objeción resulta ser bastante defectuosa en un nivel conceptual, si tomamos en cuenta el estrecho margen del ámbito político en el pensamiento de Rawls (las instituciones y actividades que conciernen al trabajo de los jueces y las autoridades estatales, gubernamentales y legislativas, así como la labor de los candidatos a ocupar estas plazas[10]), en contraste con los “bienes primarios” a ser distribuidos. Está claro, por ejemplo, que la estima social – bien perteneciente al rubro de las formas sociales de autorrespeto – no constituye un bien cuya transacción corresponda al plano restringido de lo político procedimental. La estima social (fuera del caso del respeto debido a la dignidad intrínseca de todas las personas), es un valor cuyas asignaciones nos remiten a la dinámica propia del reconocimiento, que transita diversos escenarios sociales; resulta evidente que esta clase de estima no es distribuida por el Estado, al menos no fundamentalmente por él. Suelen ser aquí los méritos, y no las necesidades y la igualdad, las pautas que priman ordinariamente en la administración de la estima social. Diríase que, acaso de un modo no completamente explícito, la multiplicidad de aristas de la propuesta de Rawls excede la estrechez básica de las fronteras de su limitado concepto de lo político.
El esquema contractualista asimismo caricaturiza sin remedio las conexiones entre lo justo y lo bueno, entre los fueros públicos, propios de la “política” y el “derecho” frente a la “ética”, entendida desde las aspiraciones y prácticas no públicas referidas a la plenitud de la vida. El liberalismo de inspiración procedimental promueve un “modelo normativo” externo a nuestras prácticas públicas, porque pretende examinar en qué medida éstas se fundan en relaciones equitativas y no discriminatorias. La propia pretensión de neutralidad ética, la búsqueda de imparcialidad frente a las concepciones particulares de la vida buena responden al ideal de respeto a la diversidad y a la promoción de la libertad subjetiva frente a la dirección de los proyectos vitales: en ese sentido se trata de pretensiones prácticas guiadas implícitamente por cierta clase de “bienes”. No cabe duda de que en este proceder puede existir cierta miopía conceptual – como veremos en el apartado siguiente, pues no todos nuestros compromisos éticos pueden asignarse al rubro de la esfera privada y al de la ‘elección individual – pero no es difícil constatar hasta qué punto este modo de pensar y de distinguir fueros se inspira en valoraciones puntuales que funcionan comotéle.
Nuestros principios distributivos y sistemas legales apuntan a la protección de los derechos individuales; esto tiene sentido porque apuntamos a honrar aquello que consideramos la intrínseca dignidad de la persona humana. Concebimos que los servicios sociales deban garantizar el acceso de los ciudadanos más pobres a la satisfacción de sus necesidades más imperiosas porque consideramos que la solidaridad, la benevolencia y la igualdad de oportunidades deben ser observadas por una sociedad decente. Promovemos la expresión sin coacciones de las creencias y las valoraciones de todos los individuos, precisamente porque apreciamos las libertades intelectuales y de conciencia (y porque condenamos la discriminación y la tolerancia). Dignidad, solidaridad, igualdad, libertad, equidad constituyen “bienes” que una sociedad “justa” reclama como orientadores de su organización y actuación en la historia. Señalar que no constituyen una compleja visión liberal de la vida buena – a la sazón sanamente compatible con el pluralismo – evidencia una cierta falta de claridad reflexiva del liberalismo como civilización respecto a sus propios ‘fundamentos’. Una peculiar teleología ético – política la guía e interpreta: paradójicamente el liberalismo ha renunciado aparentemente a razonar en términos teleológicos para satisfacer ciertos valores que le dan razón de ser como enfoque normativo[11].
Desde luego, estas consideraciones no pretenden eliminar cualquier elemento procedimental en una imagen compleja de la justicia liberal: ellas apuntan solamente a poner de manifiesto el lugar de los bienes en las distinciones que promueve el liberalismo, e incluso inspiran el anhelo de imparcialidad y de pluralismo. De lo que se trata es de mostrar la articulación sustantiva entre el bien y el procedimiento allí en donde se les necesita (por ejemplo, en los asuntos judiciales, o en los procesos políticos de representación en el nivel del propio Estado, etc.). Intentos por justificar el liberalismo a la luz de sus contextos y compromisos éticos – como la propia perspectiva de Walzer – combaten frontalmente la reducción de las prácticas y las valoraciones a los esquemas formales; este realismo hermenéutico constituye el mejor remedio contra la tentación de tender las formas encarnadas de justicia distributiva sobre el letal Lecho de Procustes.
NOTAS.-
[1] En Liberalismo político, Rawls afirma que los principios que ordenan normativamente la estructura básica de la sociedad corresponden a los fundamentos que sostienen las “tradiciones democráticas).[2] Hegel, G.W.F. Enciclopedia de las ciencias filosóficas. Madrid: Alianza Universidad 1995, § 98, p. 201.[3] Sandel, Michael El liberalismo y los límites de la justicia op.cit., p. 154.[4] Consúltese Hegel, G.W.F. Principios de filosofía del derecho Madrid, EDHASA 1986. §§ 72-81. Véase además Ritter, Joachim “Persona y propiedad” en: Amengual, Gabriel (Ed.) Estudios sobre la Filosofía del derecho de Hegel Madrid, Centro de Estudios Constitucionales 1989 pp. 121-42.[5] Ibid. § 75, obs.[6] Ibid. , véase el Agregado al. § 75.[7] Cfr. Walzer, Michael Interpretación y crítica social Buenos Aires, Nueva Visión p. 20 – 1.[8] Consúltese sobre Teseo y Procustes Graves, Robert Los mitos griegosMadrid, Alianza 1985 tomo 1 pp. 411 – 2.[9] Walzer, Michael Esferas de la Justicia op.cit., p. 19.[10] Véase Rawls, John “Una revisión de la idea de la razón pública” enEl derecho de gentes Barcelona, Paidós 2001 p. 158.[11] Véase los importantes análisis de Charles Taylor a este respecto. Taylor, Charles Fuentes del yo Barcelona, Paidós 1996, capítulo 3, numeral 3.3.
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