Una cosa diferente es un campo interactivo, donde la cuestión del
tedio, de la pasividad forzada, de la inutilidad del tiempo no puede
ser ya ni siquiera planteada. En la interactividad, ya no os aburrís, ya
no hay pausa, no hay más que metástasis, vuestro tiempo transcurre
pendiente de las redes, en ramificaciones potencialmente infinitas. El
tiempo ya no es apremio o lujo: es vuestro partner, que siempre os
recibe.
Prohibido desligaros, en la vida social activa, interactiva, informativa.
Y también en vuestro lecho de muerte: prohibición de arrancar
los tubos aunque tengáis gana. El escándalo no está tanto en la desobediencia
a vuestra vida como en la desobediencia a la red, a la conexión,
a la medicina, a las tecnologías modernas. El mismo principio
de la red y de la comunicación implican la obligación moral absoluta
de permanecer conectados.
Las consecuencias de este paso a la vídeo-ética de la conexión
continua son graves.
~
Ya no creemos en una esencia propia del tiempo. Ya no creemos
en la libertad de un sujeto que gozaría de su propio vacío, de su
ausencia, aun efímera, en el loisir. Ya no creemos en la propiedad del
tiempo, ni por tanto en la apropiación, feliz o infeliz, del tiempo
vacío. Ya ni siquiera conocemos, en teoría, tiempos muertos en el
flujo de la comunicación. La circulación pura, la interacción pura
ponen fin a los tiempos muertos y al mismo tiempo ponen fin al
tiempo mismo.
El ente comunicativo, el ente interactivo ya no toma vacaciones.
Es absolutamente contradictorio con su actividad, porque ya no
puede abstraerse, ni siquiera mentalmente, de la red operacional
en la cual actúa. Como máximo puede hacer una estancia en el
Club Méditerranée o un crucero por las Antillas: no demasiado
larga, a riesgo de ser despiadadamente desconectado, equivaliendo
esta breve interrupción más a un síncope, a un infarto, que a las
vacaciones.
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