Lejos de ser el signo de una antropología
superior no es más que el síntoma de una antropología simplificada,
reducida a excrecencia terminal de la médula espinal. Pero
asegurémosnos: todo esto es menos científico y operativo de lo
que se piensa. Todo lo que nos fascina, es el espectáculo del cerebro
y de su funcionamiento. Quisiéramos que nos fuese permitido
contemplar el proceder de nuestros pensamientos •—y esto es una
superstición.
Asi el universitario trabajando con su ordenador, corrigiendo,
retocando, adulterando sin pausa, haciendo de este ejercicio una
especie de psicoanálisis interminable, memorizándolo todo para
huir del resultado final, para rechazar la fecha de la muerte y^ la
fatal, de la escritura, gracias a un eterno feed back, a una eterna
interacción con la máquina, cuyo funcionamiento se identifica con
el del mismo cerebro. Maravilloso instrumento de magia esotérica:
efectivamente, cada interacción se reduce siempre a un diálogo sin
fin con una máquina.
Mirad al niño y su ordenador en la escuela:
¿creéis que lo hemos hecho interactivo, que lo hemos abierto al
mundo? Sólo se ha logrado crear un circuito integrado niñomáquina.
El intelectual ha encontrado finalmente el equivalente de
lo que el teen-ager había encontrado en la cadena musical y en el
walk-man: ¡una desublimación espectacular del pensamiento, la
videografía de sus pensamientos!
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