jueves, 27 de enero de 2011

las palabras reflejas

Sin duda te envidio, y respondo sin vacilar: descansando entre las palabras, vives en ellas ingenuamente, por consentimiento reflejo, sin cuestionarlas ni asimilarlas a signos, como si correspondiesen a la realidad misma o fuesen lo absoluto disperso en lo cotidiano.
Como contrapartida, ningún motivo deberías envidiar a quien las penetra con clarividencia, discerniendo su fondo, su nada.
Para quien discierne un sentido calculado ya no hay relaciones espontáneas con lo real; aislado de sus útiles, acorralado a una autonomía peligrosa, alcanza un sí mismo que le espanta.
Tus palabras no te huyen: pero a mí, mi otro yo -el que tú no alcanzas-, sí, y como no puedo alcanzarlas, las persigo con un odio nostálgico y nunca las profiero sin un sarcasmo o un suspiro.
Si bien no comulgo ya con ellas, no puedo, sin embargo, pasarme ya sin ellas y es precisamente en el momento en que estoy más alejada cuando me agarro más a ellas.

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Pero, ¿y si no hubiera nada a que poder llamar el lenguaje -ese hilo de palabras reflejas del que nos hablas- y en su lugar tuviéramos multitud de lenguajes diferentes, cada uno de los cuales impusiera visiones asimismo diferentes de eso que antes llamábamos la realidad?
Lo que hace posible que hablemos de lenguaje es que haya algo que "decir a alguien", que haya comunicación.
¿No es eso lo que quieres decir, cuando hablas de un acto cuasi- instántaneo del entendimiento?
Envidiamos no las palabras sino la comunicación refleja que se crea en torno a ella.

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