No me toméis por una vencida que se enternece sobre sí misma: todavía poseo bastante energía para defenderme de los peligros que me amenazan.
Es mi manera de enmascarar mi vitalidad: mis lágrimas encubren a menudo un propósito agresivo.
No toméis tampoco mi lirismo o mi cinismo por signos de debilidad; lirismo y cinismo emanan de una fuerza latente, de una capacidad de expansión o de rechazo.
Según mi capacidad uso una u otra: estoy bien armada.
Nadie, ni yo misma, sabe a qué reacciono todavía.
Despistados, los sabios se apartan de mí; pero quizá despertaría la piedad o la envidia de los locos, si éstos pudieran advertir que yo, sin perder la razón, he ido más lejos que ellos.
Por el contrario no he renunciado a los recursos del lamento y del sarcasmo. Incluso mis dolores ocurren no al margen de mí, y si los recensiono no es para desplazarlos.
No he hecho de ellos cosas y no los he abandonado a la materia y no he dejado de comunicarme con mi vida, que erijo en sujeto-objeto, en dilución continua.
No ignoro los consuelos de una existencia sin horizonte, apaciguada, imbuida de sus callejones sin salida, muy orgullosa de culminar en una derrota.
¿Cómo alcanzar el apogeo de la indiferencia, cuando nuestra misma apatía es tensión, conflicto, agresividad?
«Que el hombre no ame nada y será invulnerable». («Chuang-tzé»). Máxima profunda como inoperante.
¡Si al menos pudiera contemplar con indiferencia la delicadeza, los prestigios de tus llagas!
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