miércoles, 18 de noviembre de 2009

el gasto sanitario

EL GASTO SANITARIO

Desde hace años cualquier ciudadano español puede comprobar que la sanidad, tanto la pública como la privada, se caracteriza por una mala gestión de las listas de espera debido al colapso de la oferta frente a la demanda creciente por el aumento de la población inmigrante censada y el envejecimiento de la autóctona. La popularidad del sistema sanitario baja cada vez que alguien tiene que sufrir las colas para el médico con cita o las listas de espera. Los responsables de la sanidad pública han intentado de todo para reducir esta imagen de caos/improvisación. Por un lado está la barrera de las citas previas; por otro, como dice EL PAÍS de ayer, pág 26, la telemedicina. Luego, el consejo de las consultoras Fedea/McKinsey de que impulsar el cambio es posible en el sistema sanitario (EL PAÍS de hoy, pág 28). Claro que hay otras soluciones, como la aplicada por la lideresa Esperanza Aguirre que, como cuenta
EL PAÍS del pasado día 11, pág 6 del suplemento MADRID, recurre a la parálisis en la contratación de personal sanitario en la región para dar "aire" a la famosa participación público-privada (ppp) en la red hospitalaria madrileña, al estilo de la de Alzira (Valencia): se trasladan las colas de los hospitales públicos gratuitos a los privados financiados con dinero público: las pérdidas se socializan y los beneficios se privatizan.
El último ganador de este proceso "de lo público a lo privado" es claramente la industria farmacéutica, que mantiene las ganancias de las patentes evitando la presión de las recetas de genéricos en la sanidad pública.

Como si se hubieran puesto de acuerdo, todos los Gobiernos europeos intentan controlar el crecimiento del gasto sanitario. En plena recesión económica y sin visos de que aparezcan de una vez los ansiados brotes verdes, las autoridades sanitarias y los ministros de Economía afirman que hay que reducir el ritmo de crecimiento del gasto público (y por consiguiente, del sanitario) para preservar el estado del Bienestar. Del gasto sanitario público hay una variable, la farmacéutica, que es la menos rígida, la más manejable. Sin embargo, experiencia de la asistencia médica en poblaciones con tendencia al envejecimiento enseña que "el gasto farmacéutico siempre ha crecido por encima de los ritmos de la demografía, inflación y economía".

Los políticos han intentado manejar la situación de diversas maneras. Los más arriesgados han limitado el ritmo de crecimiento de la calidad de las prestaciones sanitarias. Quizás hayan sido los mejor parados, porque han provocado la emigración de enfermos "complejos" a otras Autonomías evitando así el gasto propio. Hay quienes han aplicado medidas de control interno que han derivado en una guerra permanente de "trincheras" con la industria farmacéutica. Las cifras dicen que siempre se ha producido el mismo efecto: frenazo del gasto durante un corto plazo de tiempo después de la aplicación de una medida de control y repunte superior a continuación. En unos casos hay reducción en el número de recetas pero aumenta la factura de cada una de ellas; en otras ocasiones, aumenta tanto el número de recetas como el gasto medio de cada una de ellas.

Y, por último, están los países que ya han establecido el "copago". Para intentarlo en España hace falta que coincida la voluntad y el calendario político. El copago dice que nada cambiará si no se limita la demanda, puesto que el gasto en la "farmacia gratuita para el ciudadano" crece rápidamente por tres razones independientes de las intenciones de los gestores. Unas son estructurales: la inercia del sistema, el envejecimiento de la población y la extensión del aseguramiento público. Otras razones son accidentales: siempre que se anuncia una reforma que afecta a sus ingresos, todos los intermediarios "adelantan" la facturación de recetas. Y las últimas son de gestión: el medicamento suple la insuficiencia en la atención personalizada de la asistencia sanitaria; la estrategia de las farmacéuticas se basa en sustituir productos por otros más caros a los que se han incorporado ligeras y prescindibles modificaciones de su calidad y en impedir la venta de unidosis.
La sanidad pública europea poco tiene que ver con la norteamericana privada. Es difícil que algún político europeo quiera transformar la primera en la segunda, a costa de los impuestos. Porque el final sería similar al que sufre Obama y que la periodista Isabel Piquer cuenta en PÚBLICO, pág 9, bajo el subtítulo de "Estados Unidos sufre la mayor subida de precios de medicinas desde 1992".

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