viernes, 25 de junio de 2010

todo deseo de practicar el arte de escribir me ha abandonado

Virginiawoolf:

Todo deseo de practicar el arte de escribir me ha abandonado completamente. Ni siquiera puedo imaginar lo que escribir significaría; mejor dicho no puedo adaptar mi mente a la línea de un libro, y tampoco de un artículo. No es la escritura sino la arquitectura lo que fatiga. Si escribo este párrafo, luego vendrá el siguiente, y luego el siguiente. Pero después de un mes de vacaciones seré tan dura y flexible como la raíz del espino, y los arcos y las cúpulas se alzarán en el aire, fuertes como el acero y ligeras como las nubes, pero ninguna de estas palabras da en la diana.

Ayer fuimos a Kew, y si escribo acerca de vegetales es para hacer constar que ayer fue el día culminante para la flor del cerezo, del peral y de la magnolia. Una bella flor blanca contenida en taza negra; otra purpúrea, a punto de caer. Otra y otra. Y las matas amarillas, y los narcisos en la hierba. Cruzamos Richmond, un largo recorrido junto a los estanques. Verifiqué ciertos detalles.
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Y esta mañana a pesar de estar rabiosa, he escrito en su integridad este maldito capítulo una vez más, en un espasmo de desesperación, y creo que me ha salido bien, por el medio de cuartearlo, por el medio de saltarme pensamientos y utilizar los paréntesis. De todas maneras, éste es el estilo propio del capítulo.

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¡Cuánto me gustaría volver a escribir una frase! ¡Cuán delicioso sentir cómo se forma y se curva bajo mis dedos! Desde el dieciséis de marzo no he escrito ni una sola frase nueva, y me he limitado a copiar y pasar a máquina. La frase escrita a máquina presenta cierta diferencia; en primer lugar, está formada con algo que ya estaba ahí; no salta lozana de la mente. Pero comprendo que esta labor de copiar debe proseguir hasta agosto. Ahora sólo he llegado a la primera escena de guerra; con suerte llegaré a E. en Oxford Street antes de que entremos en julio; y dedicaré julio y agosto al gran final orquestal. Y en agosto la volveré a escribir.
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Y estoy inquieta porque mañana he de almorzar con Clive, e iré con mi nuevo abrigo. Y no sé qué quiero decir con la palabra concepción: la idea en que se apoya F. Q. Como expresar una especie de natural transición de un estado a otro. Y el aire de belleza natural. Es mejor leer los originales. Bueno, el almuerzo con Clive me arrancará de todo eso. Y ahora que el asunto de la obra teatral ha terminado, debemos comenzar a ver gente aquí; e ir a ver Hamlet, y planear nuestro viaje de verano. Tomaré quince días de vacaciones, en materia de narrativa. La mente se me quedó hecha un nudo. Pienso en hacer que Teresa cante; y de esta manera dar lirismo al argumento. Y así alejarme de T. (que así se llama provisionalmente, después de haber dado nombres a Sarah y a Elvira). Pero, santo cielo, esa labor de condensar el pato; eso viene del pato prensado que en cierta ocasión nos regaló Jack; todo jugo una cacerola de jugo.

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Mañanas que no son tranquilas ni celestiales, sino una mezcla de infierno y éxtasis; jamás había tenido dentro de la cabeza un globo tan ardiente como en ocasión de volver a reescribir “Los años”; y ello se debe a que es muy largo; y la presión es terrible. Pero pondré todo mi arte a contribución para mantener la cordura de mi mente. Dejaré de escribir a las once y media, y leeré italiano y a Dryden, y de esta manera, mimándome, podré seguir adelante.
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“Felicidad así, donde se dé, debe ser objeto de compasión porque ciega ha de ser”. Sí, pero mi felicidad no es ciega. Es el logro en el que he estado pensando, entre las tres y las cuatro de esta madrugada, de mis cincuenta y cinco años. Yacía despierta, calma y satisfecha, como si me hubiese apeado del agitado mundo para entrar en un profundo espacio azul y silencioso, y allí existiera con los ojos abiertos, ajena a todo mal; preparada ante todo lo que pudiera ocurrir. Jamás había experimentado esta sensación; pero varias veces la he experimentado desde el pasado verano, en que la sentí, en el peor momento de mi depresión, como si me apeara, despojándome de una capa, y echada en cama me entregara a mirar las estrellas, en aquellas noches, en Monk's House. Desde luego, durante el día la sensación queda un tanto atenuada, pero existente. Y la tuve ayer, cuando el buen Hugh vino, y no dijo nada de Los años.

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De noche y en los días incoloros, las proporciones del paisaje cambian bruscamente. Y las colinas se alzaban muy altas y escarpadas a su alrededor. Los detalles quedaban borrados. Esto constituía un efecto extremadamente bello; los colores de los vestidos de las mujeres también destacaban, muy luminosos y puros, en el entorno casi desteñido. También sabía que las proporciones eran anormales, como si mirase por entre mis propias piernas.

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Es el último día de un mes acalorado. Cranbourne Chase: los achaparrados árboles del bosque aborigen, esparcidos, y no agrupados en cultivos; anémonas, campánulas, violetas, todas pálidas, aquí y allá, sin color, cerúleas, ya que el sol apenas ha brillado. Luego, Blackmore Vale: una vasta cúpula de aire, y los campos descendiendo hasta el fondo; el sol pegando aquí y allá; cortinas de sol, como un velo que se desprendiera del cielo, aquí y allá; y las lomas alzándose, muy empinadas (sí es que ésta es la palabra adecuada), de modo que formaban riscos y diferentes niveles; y una inscripción en una iglesia “buscó la paz y la halló”, y la pregunta acerca de quién escribió esos sonoros y estilizados epitafios.


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Noche, sensación de cansancio físico, pero con leve actividad mental, comencé a fijarme en las cosas. Sin capacidad de inventar todavía; sin deseos de organizar escenas.

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