A veces las diferencias reales o temidas con los demás aprisionan a las personas tras sus defensas. Pero aunque seamos diferentes, podemos “ver” al otro y tender un puente con el amor. Sin estas diferencias no existiría la pasión en el amor, no habría ausencia de egoísmo, no necesitaríamos trascender nuestros límites para llegar al otro. El amor dice Lise Heyboer es la manifestación evidente y radiante de la capacidad de los seres vivos para compartir y para intercambiar y de la alegría que eso trae consigo.
Las relaciones humanas tienen que atravesar por periodos de crisis, de reajustes, es la mejor señal de que estas relaciones están vivas, pero como tendemos a mirar las relaciones de forma estática, las épocas de crisis suelen parecer amenazantes a quienes las atraviesan.
A veces las crisis se disolverían desde una comunicación abierta, poniendo las cartas sobre la mesa, pero también se pueden dar procesos comunicativos que no conducen a la unión sino al alejamiento. Tal vez, porque se silencia, se insinúa, no se llega al centro del problema y la comunicación genera, sobre todo, angustia. Otras veces, en cambio, por inseguridad forzamos una comunicación demasiado cruda que no logra solventar, sino agravar. Comunicarse dice el psicólogo Joan Garriga no siempre significa hablar.
Cuando miramos las relaciones como fuentes de aprendizaje, podemos aprender nuestra lección sin resentimiento contra nadie. Si la relación acaba, la despedida no será amarga sino que generará gratitud por quien se cruzó en nuestro camino y aportó algo a nuestras vidas. Nos ayudó a crecer, a transformar, a desechar, a avanzar. Si se equivocó en algo, si no pudo estar a la altura de lo que vislumbramos, no es algo que debamos juzgar. Para nosotros fue sin duda un buen maestro si logramos aprender la lección ofrecida. Es lo único que debemos retener.
Dejar de dividir de forma instintiva y paranoica al mundo entre buenos y malos es una de las lecciones más importantes del amor en cualquier ámbito. Amar sin juzgar significa amar con plenitud, disfrutar con gratitud y dejar ir en libertad. Confíar en que el amor está, como en la mirada de los niños, en cualquier lugar, para así abordarlo sin miedo, como una fuente inagotable de aprendizaje, de transformación y de libertad.
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