domingo, 7 de febrero de 2010

el corte simbólico del cordón umbilical

El peso del bagaje emocional

La realidad es que nos tienta arrastrar nuestro bagaje emocional sin transformarlo. A menudo es lo único seguro que creemos tener. Las personas tienden a identificarse con sus circunstancias vitales y con sus datos biográficos, sobre todo con los que se fraguaron en su infancia. Cuando nacemos, somos frágiles y vulnerables, física y mentalmente. Necesitamos tanto el amparo de nuestros padres que apenas somos capaces de distinguir entre ellos y nosotros. Nos identificamos con ellos en todos los sentidos posibles: necesitamos creerles, amarlos, respetarlos, admirarlos. A lo largo de la infancia deberíamos hacer el recorrido gradual necesario para formar y consolidar la percepción de quienes somos: seres distintos y separados de nuestros padres, personas capaces de desarrollar su propio sistema de valores, sus propias metas, sus prioridades únicas y personales.

Este proceso, lento y apenas perceptible, empieza a culminar en la adolescencia. Buen número de padres se sienten personalmente rechazados por sus hijos adolescentes. Sin embargo, en esta etapa de la vida del niño se está consumando este proceso, tan ingrato pero también natural y necesario, que culminará con el corte del cordón umbilical emocional que ató al niñoa a sus padres durante toda su infancia. Aunque lo parezca, el rechazo del adolescente no es un rechazo personal, sino una necesidad vital de desidentificación.

Un inciso, sobre todo en estos tiempos en los que necesitamos reflexionar de forma urgente acerca de esta etapa tan crucial de la vida: al nacer cortamos el cordón umbilical de nuestros hijos en un sentido físico; sin embargo, todavía no son capaces de sobrevivir por su cuenta. Inician el largo proceso de independencia física. Aprenderán poco a poco lo necesario para encarnarse y sobrevivir físicamente en el mundo. Durante este proceso mantendrán la identificación emocional con los padres y serán muy vulnerables e influenciables por éstos.

El corte simbólico del cordón umbilical emocional se dará años más tarde, durante la adolescencia, en torno a los 13 o 14 años. Pero esto no significa que el niño a partir de esa etapa ya sea plenamente capaz de funcionar como un ser maduro: sigue necesitando el amparo sólido de un entorno seguro, porque aunque camina a tientas en el último tramo de una vida que pronto será física y psíquicamente independiente, todavía tiene mucho que ensayar y aprender. Está ensayando los primeros pasos de esta etapa adulta: se trata de sus libertades, pero también de sus responsabilidades, por lo que ha de aprender de manera imperativa a responsabilizarse y a reparar los posibles daños causados si no quiere llegar lastrado, desmotivado y tristemente engañado a la etapa adulta.

Cuando llegue allí, encontrará que bascula entre dos mundos: por una parte, el mundo personal, diario, con sus verdades defensivas y razonables; por otro, el de la vida con mayúscula, aparentemente ciega, que no atiende a nuestras limitadas, aunque punzantes, necesidades. En ese mundo las cuestiones relativas a la justicia y a los deseos están en una escala muy diferente a la nuestra. Aquí la vida no se fija en nuestras penas y en nuestras alegrías: arrasa, arrampla, manda y ordena. Agarrado a la emoción, a su sistema de valores, a sus anhelos, sus juicios y sus frustraciones, el ser humano tropieza. A caballo entre los dos mundos, le surgirá la duda de si todo tiene algún sentido oculto o si en cambio todo acaba donde la mirada abarca.
~

No hay comentarios: