lunes, 14 de diciembre de 2009

la felicidad hay que ganársela

Elsa Punset: "La felicidad hay que ganársela"
Publica el libro Brújula para navegantes emocionales (Aguilar). Sostiene que las emociones no son buenas ni malas, sino útiles o perjudiciales.

GASPAR HERNÀNDEZ
--La OMS prevé que un 20% de la población sufrirá transtornos psicológicos en el 2020. ¿Qué está fallando?
--Nos hemos fijado en el bienestar físico de las personas, en el desarrollo intelectual y no hemos dado ninguna importancia al desarrollo emocional. Y además creíamos equivocadamente que el cerebro no era plástico: ahora sabemos que nunca es tarde para cambiar nuestros patrones emocionales, para comprender nuestras vidas y transformarlas.

--¿Cómo?
--Es el viejo "Conócete a ti mismo" de los griegos; solo que ellos no nos decían cómo. Se trata de conocer y gestionar nuestros mecanismos emocionales. O sea, lo contrario del control y la represión emocionales que ejercíamos hasta ahora.

--La escuela podría hacer mucho al respecto.
--Exacto. En el terreno del amor, por ejemplo, a los adolescentes solo se les habla de sexo. En eso consiste su pobre educación afectiva.

--No se les explica cómo amar mejor.
--Una de las grandes debilidades de la educación es que, a pesar de que sabemos que en nuestra tasa de felicidad las relaciones afectivas son el elemento más determinante, en la escuela no se explica qué significa amar y cómo se puede amar mejor. Hemos puesto el amor dentro del saco negro de las emociones, y es algo que nos ocurre. Sin embargo hay unas reglas del amor, unas pautas. Y no hablamos de nada de eso. Tapamos las emociones por pudor y desconocimiento.

--¿Estamos programados para ser felices?
--No, no estamos programados para ser felices, sino para sobrevivir. Es algo que debería cambiar nuestra forma de enfocar la vida diaria, el saber que nuestro cerebro lo que hace es prepararse para defenderse de cualquier amenaza exterior. Y nuestro cerebro es prodigioso, y dado a la imaginación.

--Por eso no solo nos asustan las amenazas reales, ¿no?
--Nos asustan también las amenazas imaginarias, con lo cual tendemos a estar a la defensiva. Ni nos damos cuenta de que estamos bien, porque para el cerebro es normal. Es como si dijera: "Está bien, pues no se lo recuerdo". Por eso hay que saborear conscientemente las emociones positivas. Una de las paradojas más curiosas de las emociones positivas es que, para sentirlas, hay que recrearse en ellas de manera deliberada. La felicidad hay que ganársela.

--Los animales no se inventan el miedo.
--El miedo nos condiciona excesivamente. La cebra está pastando tranquilamente, hasta que se le aparece el león. Antes, ni se preocupa. Aparece el león y lo único que le importa es huir, porque es una lucha a vida o muerte. Pero, si sobrevive, una vez que el león desaparece, sigue tan contenta.
--A los humanos eso no les ocurre.
--Los humanos nos preocupamos por todo. "¿Llegaré a fin de mes? ¿Me dejará mi marido? ¿Les pasará algo a mis hijos?". Nos atrincheramos en nuestros miedos.

--Y en la ira.
--Tenemos que aprender a gestionar la ira, porque así se funda la justicia social. Eso nos enseña a no ser pasivos, a defender lo que queremos. No podemos agredir a los demás con nuestra ira. Tenemos que lograr expresarla de forma razonable y constructiva, y esto es parte de la gestión emocional que deberíamos aprender desde pequeños. Y los adultos que no lo hemos aprendido tendríamos que hacerlo.

--Hasta hace pocos años, todo eso lo hacían por nosotros.
--Es que había unas estructuras sociales y religiosas muy rígidas. Todos las acatábamos. Cuando nacíamos, nos decían qué lugar debíamos ocupar en el mundo y cómo controlar --que no gestionar-- nuestras emociones. Y es bonito que la gente hoy en día, ante el derrumbe de estas estructuras sociales, se esté viendo obligada a tomar sus vidas en mano. Y además se ha duplicado la esperanza de vida.

--Hay más tiempo.
--Ya no se trata de sobrevivir, sino de vivir bien. Y nuestras emociones colorean nuestro comportamiento minuto a minuto.

--¿Cómo educa a sus hijas, de 3 y 6 años?
--A veces me emociona ver el grado de madurez emocional que tiene mi hija mayor, Àlex. La madurez emocional que ella tiene yo tardé muchos años en adquirirla. Y en parte es porque desde que es muy pequeña le doy herramientas. Por ejemplo, cómo enfrentarse a la tristeza. No le digo que debe huir de ella, distraerse. Intento explicarle que es una emoción normal, que le surgirá a lo largo de su vida. El niño, por falta experiencia vital, suele tener miedo de las emociones. Si sus padres intentan distraerles, piensan que hay algo malo en sentirlas. Todo lo contrario.



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ENTREVISTA
Elsa Punset: 'Emocionalmente, terminamos muriendo de aburrimiento'

La escritora Elsa Punset.
Actualizado miércoles 25/11/2009 13:22 (CET) ÁLVARO COLOMER
No cabe duda, de casta le viene al galgo. Elsa Punset es hija del célebre Eduard Punset y sus libros irradian la misma capacidad divulgativa que los de su progenitor. Experta en la aplicación de la inteligencia emocional y los procesos de aprendizaje, así como responsable de un programa pionero sobre aprendizaje social y emocional en la Universidad Camilo José Cela, Punset publica ahora 'Inocencia radical' (Ed. Aguilar), un libro didáctico que pretende mostrarnos un camino para recuperar la curiosidad y la confianza que todos poseíamos cuando éramos niños.

■La pregunta inicial es obligatoria: ¿por qué perdemos la inocencia que nos domina durante la infancia y por qué 'migramos hacia la concesión y la tristeza', según afirma en su libro?
Tenemos un cerebro programado para sobrevivir. Es un instrumento tan complejo y sofisticado que, de forma inconsciente, tiende a armarse de razones y de defensas para estar siempre alerta. Su lema podría ser: 'La mejor defensa es un buen ataque'. Es como una estrategia preventiva que ocupa buena parte de su energía y que lastra la vida diaria con miedos variopintos. Pretender sobrevivir con este exceso de defensas nos obliga a opciones de vida muy controladas, donde caben pocos riesgos, pero también pocas emociones, poca pasión, pocas sorpresas. Creo que terminamos muriendo, emocionalmente, de aburrimiento.

■Imaginemos un caso: un niño pierde la inocencia porque sus compañeros de clase le pegan, le insultan, le ningunean. ¿Cómo será su vida adulta?
Lo que pierde un niño acosado es la confianza en el resto del mundo. Una confianza que formaba parte de su inocencia, claro está. ¿Cómo será su vida adulta? Las personas ponen en marcha su capacidad de resiliencia (capacidad innata de superación de obstáculos) con base en un elemento muy claro: la afectividad. Un ejemplo: en diversos experimentos se ha comprobado que los niños que han estado en orfanatos y que han logrado salir adelante con más éxito no eran necesariamente los que tenían las circunstancias menos adversas, sino los que encontraban mayores muestras de afectividad en su entorno. Así que, si el niño acosado logra deshacer ese primer aprendizaje que le hace ver el mundo como un lugar inseguro y cruel podrá salir adelante. Pero si el entorno refuerza esa triste lección inicial, entonces se convertirá en un adulto desconfiado y retraído.

■Esto no es un ejemplo, sino una realidad: una de cada cuatro mujeres toma antidepresivos. ¿Por qué?
Dentro de unos pocos años, la depresión será la primera causa de enfermedad en Europa y un 20% por ciento de la población mundial sufrirá una enfermedad mental discapacitante, según la Organización Mundial de la Salud. Son datos impactantes, y no se está haciendo casi nada en el campo de la prevención. Los colectivos más vulnerables están en primera línea de fuego de este abandono emocional. Entre ellos, las mujeres. Para encontrar un remedio a esto hay que indagar las causas de ese dolor emocional. Por ejemplo, conocemos dos elementos cruciales del bienestar emocional: control sobre la propia vida y afectividad. Así pues, debemos preguntarnos: ¿tienen las mujeres suficiente sentido de control sobre sus vidas? y ¿cómo viven la afectividad? La respuesta a estas preguntas podría implicar cambios notables en la educación de los niños y niñas, y en la organización social del trabajo.

■Otro dato real: en determinadas disciplinas artísticas, como por ejemplo la literatura, hay muchísimos más hombres que mujeres. Se ha debatido mucho sobre los motivos de este desequilibrio y se han dado argumentos de todos los colores. A tenor de las teorías que usted esboza sobre la creatividad, ¿podemos encontrar alguna justificación a dicha diferencia?
Este debate ya no tiene sentido, a tenor de lo que hoy sabemos acerca del cerebro humano, un órgano sofisticado, plástico y dotado para la creatividad en ambos sexos. De modo que no existe una justificación genética. Pero las explicaciones de tipo social son evidentes: el poder del entorno sobre el individuo es tremendo, para bien o para mal. No hace falta recordar en qué condiciones han vivido las mujeres europeas durante los últimos siglos, ¿verdad? Ni tampoco cómo siguen malviviendo en una gran mayoría de países, ante el silencio y la indiferencia generalizada. Pero, sinceramente, lo previsible es que, dentro de 200 o 300 años, estas desigualdades se habrán diluido, convirtiéndose en anecdóticas. Al menos en las sociedades que hoy intentan aplicar criterios de igualdad.

■El último ejemplo: una mujer tiene miedo, mucho miedo, al futuro. Cree que la despedirán, que no podrá pagar la hipoteca, que sus amigas la despreciarán, que su marido dejará de verla como a una mujer interesante... Esa misma noche, sale a cenar con su esposo, pero ella no disfruta del ambiente porque no puede dejar de tener miedo por su futuro. ¿Por qué se recrea esa mujer en las emociones negativas, en vez de focalizar sobre las positivas?
¡Ah!, ésa es una trampa típica de un cerebro sofisticado, que no encuentra un cauce constructivo para la energía y las posibilidades que encierra. Tenemos una corteza cerebral muy desarrollada: es el lugar desde el cual soñamos, elucubramos, inventamos, decidimos, hablamos... Pero también es el lugar desde el cual tememos, dividimos el mundo en buenos y malos, excluimos, nos proyectamos en un futuro supuestamente peligroso. Hay que ayudar al cerebro miedoso para que logre expresar su caudal de energía de forma constructiva.

■He leído por ahí que una de las grandes herencias que su padre le ha legado es la creencia de que las ideas pueden cambiar el mundo. Pero, ¿cree que el mundo, tan ajetreado como está, tiene tiempo para escuchar nuevas ideas?
La vida es fluida. Se nutre de energías muy diversas, que conforman un ecosistema siempre en movimiento. Nada es estático. Creo que una parte de nuestras vidas las dedicamos a la conservación y la explotación de recursos, pero la otra parte necesita cuestionar, crear, inventar o reinventar. Y eso se plasma no sólo en nuestras vidas individuales, sino en las estructuras sociales. No vivimos en un mundo impermeable, queramos o no, todo remueve y cambia. En vez de resistirse al cambio, resulta más constructivo formar parte de ese cambio de forma deliberada.

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