Esta vez es diferente
Pedro Schwartz
La crisis mundial y nacional que estamos sufriendo ha agudizado la miopía de políticos, empresarios y ciudadanos, esa miopía que hizo pensar a muchos durante los años de bonanza de 2001 a 2007 que "esta vez era diferente", que las economías se habían instalado para siempre en una senda sin accidentes ni precipicios.
El "esta vez es diferente" lleva al Gobierno a creer que lo que nos llevó al desastre es lo que ahora nos salvará. Los excesos de la construcción llevaron al hundimiento del empleo y de las finanzas nacionales; pues bien, el Gobierno, presidido por ese orate de Zapatero, quiere arreglar el desempleo forzando a que los bancos públicos financien la renovación y restauración del parque inmobiliario español. Pero, ¿no estábamos de acuerdo en que España debía abandonar modelo de crecimiento basado en el "ladrillo"? Pues no: esta vez no es diferente. Lo que falló en el pasado no sirve para el futuro.
El título del presente artículo lo he tomado de un libro de extraordinaria importancia que acaban de publicar los profesores Reinhart y Rogoff, de las Universidades de Maryland y Harvard. Se llama This time is different. Es un estudio estadístico de las crisis financieras sufridas en el mundo a lo largo de ocho siglos. En especial interesan las series de 1800 a 2008, con miles de datos de crisis financieras, monetarias, bancarias, productivas, de empleo de más de 60 países.
La tesis del libro está patente en el título: cuando las cosas iban bien en los primeros años de este siglo, coincidían los analistas en decir que ya no habría ciclos ni altibajos; ahora que la burbuja ha reventado, dicen que esta vez todo se resolverá con sólo ser optimistas. Incluso han aparecido cuatro shamanes llamados Garrigues, Dehesa, Roca y Gómez Navarro que, bajo el lema de estosololoarreglamosentretodos.org, han lanzado una millonaria campaña de publicidad para reconstruir la confianza general.
El libro de Reinhart y Rogoff, fruto del trabajo de muchos años, es sobre todo útil para dar perspectiva y profundidad a nuestra visión de la primera crisis del siglo XXI. Las crisis financieras han solido comenzar con una liberalización de los mercados financieros, en el marco de una finanzas públicas poco trasparentes y cargadas de obligaciones aplazadas. Los bancos comienzan a prestar sin calcular el verdadero riesgo de sus operaciones, fiados en una situación de prosperidad económica fomentada por un gasto y unas garantías públicas aparentemente sólidas.
El escaso rédito de las inversiones en vivienda y acciones causa inquietud en los mercados. Bancos y cajas entran en dificultades por el deterioro de sus activos. Entra en acción un principio bien conocido de la historia de los pánicos bancarios: la deuda privada se convierte en pública y se añade a la acumulada por el Estado.
El Estado, en efecto, disimula, esconde y escamotea sus deudas más cuantiosas: a saber, en nuestro mundo de bienestar, los compromisos de las pensiones públicas y del gasto sanitario gratuito. Arrecia la inflación y se disparan los tipos de interés al alza. Llega el momento del impago de la deuda y quiebra del Estado, al estilo de lo que amenaza en Grecia pero ha ocurrido tantas veces en otras economías a lo largo de los siglos. Esto lleva a una depreciación o desplome de la moneda, como tememos que ocurra puede ocurrir con el euro si otras naciones siguen el camino de Grecia.
Caída de la producción real
El profesor Rogoff señaló hace ocho días en Tokio que la crisis financiera, cuando es de la magnitud de la que nos aqueja, conlleva una dura caída de la producción real y un agudo aumento del paro. Ello reduce los ingresos fiscales de los Estados y lleva a los Gobiernos a atender sobre todo a los gastos sociales.
Ese aumento del déficit y sensibilidad social conduce a que, por motivos de facilidad política, se comience por estreñir la moneda en vez de recortar el gasto. Sólo cuando el mercado comienza a exigir tipos de interés inusitadamente altos en las nuevas emisiones de deuda piensan los ministros en recortes y ahorros. Desesperados, se lanzan a subidas de impuestos, que tienden a reducir la actividad y los ingresos públicos.
Ahora vemos que las recetas keynesianas se basaban en una visión de corto alcance de las medidas a tomar en situaciones de angustia. Todo era discutir si la baja coyuntura podía remediarse con más déficit y más gasto público. Nadie se daba cuenta de que hay un límite a la deuda que un Estado puede emitir, convenga o no que haya más gasto público. Si esa deuda crece tanto que no se la puede pagar, la crisis está servida de nuevo. Este es el círculo vicioso en el que puede caer España.
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