Tenemos que ser cautos porque asumir que las diferencias de sexo sean sólo debidas a la biología, esto sería cometer el error opuesto al que se vio en los años sesenta cuando era frecuenta asumir que las diferencias de sexo reflejaban la socialización.
Nadie puede negar la importancia que tiene el entorno sobre el comportamiento y su evolución, los genes no sólo necesitan del entorno apropiado para expresarse sino que además ellos mismos son fruto de la interacción del organismo con su entorno a lo largo de la evolución.
Es cierto que nos acercamos cada vez más a ese ideal de igualdad y a la comprensión de la diferencia con iguales cargas de valor y de sentido entre la diferencia sexuada y hablamos de la igualdad de la diferencia.
Sin negar los condicionamientos psicosociales que hayan podido tener una influencia en costumbres y comportamientos característicos de un sexo al final nos encontraremos siempre con la diferenciación sexual que la naturaleza desarrolló en algún momento de la evolución seguramente por determinadas ventajas y que ese dimorfismo sexual afecta al cuerpo, al aspecto físico, pero también al cerebro y a lo mental.
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En realidad estamos a una modificación en el uso de la lengua por parte de ciertos filósofos que están volviendo al origen de su cultura.
Este gesto va unido al recurso a un estilo próximo al de la tragedia, al de la poesía, de los diálogos platónicos, de la expresión de los mitos, parábolas o actos religiosos, es una vuelta hacia el momento en que la identidad masculina se constituye como patriarcal y como falocrática.
Así Nietzsche, Heidegger (y antes Hegel) cuestionan sus fundamentos religiosos, y Derrida su relación con los textos del antiguo testamento.
¿Será cuestión de paciencia? ¿Tenemos el deber de ser pacientes ante decisiones que se toman en nuestro lugar? Se trata en mi opinión de la manera de dar identidad al discurso científico, religioso, político y de situarnos dentro de él como sujetos de pleno derecho. Nuestra identidad tiene que ver con las relaciones genealógicas, con el orden social, lingüístico y cultural.
Tal voluntad la de los hombres de despojarse de sus propios poderes es deseable e implicaría una invitación para que las mujeres compartieran la definición de la verdad y la ejercieran junto con ellos.
La cultura nos ha enseñado a consumir el cuerpo de la madre -natural o espiritual- sin sentirnos deudores y en lo concerniente al mundo de los hombres a omitir la apropiación de su nombre, pero todo esto está sufriendo una modificación, como decimos, en el uso de la lengua, y sería todo un gesto poder reconocer el origen de nuestra cultura, partir desde el momento en que nuestros derechos fueron postergados, empezar desde el mundo de la vida, en sus orígenes, y modificar también los sedimentos culturales, los lingüísticos que han impuesto una señal tajante, han cortado la verdad por dos.
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lo dijo virginiawoolf 08 marzo 2010 | 5:50 PM
Siempre se nos ha achacado que un mundo hecho por mujeres no tendría por qué ser mejor que el que tenemos hecho por hombres.
Pero tampoco se puede inferir lo contrario, ni que sería mejor el de los hombres ni estaría justificado por este argumento, ni hay eviencia lógica, o razonable.
Es más yo aventuraría la hipótesis por la mayor probabilidad en teoría sociológica a sentirme más proclive a reafirmar que las mujeres suelen situarse a favor del mantenimiento de la paz, de la salubridad del medio ambiente, de un nivel de bienes que se corresponda con las necesidades auténticas de la vida, con las opciones humanitarias.
No digo que los hombres no hayan manifestado esta conciencia, esta sensiblidad y racionalidad, pero las opciones de los grupos financieros, de bloques militares, como la voluntad de la supremacía de una moneda o de un país sobre otro, estos son obejtivos bastante ajenos a las mujeres.
Trabajar no es sólo ganar dinero. El trabajo tiene un valor humano, individual y colectivo, y casi siempre la mujer ha entendido mejor esta disponibilidad a trabajar por menor dinero por que ella entendía o sentía que estaba cumpliendo otra función con igual valor y de igual necesidad. Por tanto la valoración social del trabajo, debería igualarse a través de otros valores, no sólo el dinero sino el tipo de trabajo, el modo en que se ejerce, la forma en que el trabajador se relaciona con los bienes adquiridos, el uso que se hace de su persona y de su producto a través de los medios y canales publicitarios.
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El lenguaje sería como el hombre un producto a la vez histórico y natural, en tanto que histórico su consideración nos pondría a salvo de cualquier veleidad absolutista, en tanto que natural y dado que con él los hombres somos lo que somos, y estamos hecho de lo que estamos, nos permitiría escapar al relativismo.
Luego se sentaría un mal precedente en estricta lógica de seguir así "ab subaespecie aeternitatis " , es mejor explicar los motivos que han llevado a construir así el mundo, a buscar otros valores o funcionalidades, a dar una consideración social y una identidad subjetiva a la mujer de pleno derecho
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