jueves, 18 de marzo de 2010

los mecanismos de autojustificación

Los mecanismos de autojustificación o defensivos. Los sesgos cognitivos.

Inventar excusas no sería tan eficaz si no pudiésemos creernos nuestras propias mentiras. Uno de los mecanismos que nos facilita este proceso perverso es la autojustificación, de la que hablamos anteriormente.
Cuando la autojustificación se impone a la realidad, se dan las condiciones ideales para que se establezca la dinámica característica entre víctimas y verdugos: la víctima se pregunta qué ha hecho para mercer lo que le ha ocurrido y el verdugo justifica sus actos demonizando a la víctima. Es uno de los mecanismos más corrientes entre víctimas y verdugos de cualquier edad y condición: terroristas, padres que abusan de sus hijos, maltrato de género, acoso escolar.... En todos los casos las víctimas intentan comprender y justificar “por qué algo así me pasa a mí, que soy buena persona” mientras el verdugo o en el caso de acoso escolar no sólo el verdugo sino además la mayoría de niños que apoyarán al verdugo- justifica su ensañamiento o su desprecio proyectando sobre la víctima aquello que pueda justificar el daño que se le inflige.
No sólo somos presas del mecanismo de la autojustificación. Las personas tienden a pensar de acuerdo a distintos sesgos cognitivos. Los sesgos cognitivos son el resultado de un comportamiento mental evolucionado: algunos son adaptativos, porque ayudan a tomar decisiones de forma más eficaz o más rápida; otros surgen porque fallan o faltan los mecanismos mentales adecuados, o porque un sesgo adaptativo se aplica en circunstancias equivocadas. Vivir presa de los sesgos cognitvos dificulta de forma notable el pensamiento crítico y la transformación creativa. Existen decenas de sesgos cognitivos: el sesgo de confirmación, por ejemplo, difumina cualquier dato que no cuadre con lo que deseamos creer; el sesgo de falso consenso es la tendencia a creer que la mayoría comparte nuestras opiniones y valores; el sesgo egocéntrico es la tendencia a creer que nuestra aportación a un proyecto colectivo ha sido determinante...
También pensamos en función de muchos mecanismos defensivos que consolidan el mecanismo básico de la autojustificación: la represión -una amnesia motivada-, la negación -el hecho de negar una memoria o una percepción real-, la proyección -atribuir a otra persona un rasgo que en realidad es nuestro-, la racionalización -atribuir estados mentales a razones engañosas-...
En general no nos enseñan los peligros de estos mecanismos innatos, sino que nos dejan enredarnos en sus trampas. Por ello es relativamente -y trágicamente- sencillo manipular a un colectivo: basta con que su pensamiento discurra a lo largo de un sendero marcado, jalonado por los latiguillos automáticos e incontestados en los que ha sido entrenado.
Los psicólogos sociales aconsejan, para evitarlos, vigilar lo que se denomina la pirámide de elecciones: tomamos en el inicio una decisión inconsecuente y la justificamos a medida que pasa el tiempo para reducir la ambigüedad de esta elección. Así podemos acabar lejos de nuestras intenciones o principios originales. Volver a recordar la razón original por la que realmente tomamos una decisión -o no la tomamos- ayuda a deshacer esta pirámide de autoengaños.
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Existe una tentación que mina nuestra capacidad innata de ayudar a los demás: la pasividad, que nos incita a mirar hacia otro lado, a no responsabilizarnos de lo que nos rodea o a delegar el cuidado de los demás en personas y organizaciones que, supuestamente, tomarán las decisiones acertadas por nosotros. No sabemos a ciencia cierta qué harán, pero esperamos que hagan algo.

Hay más en esto que la simple fuerza de la gota de agua perdida en el océano que lamentaba la madre Teresa, porque en realidad no sólo cuenta nuestra acción, sino que también cuenta el extraño poder que tiene el ejemplo que damos a los demás y que multiplica la influencia de nuestros actos. Los psicólogos llaman “elevación” al sentimiento de calidez y de emoción que nos provoca ser testigos de los actos compasivos y generosos de las demás personas. El altruismo ajeno conmueve y se contagia con facilidad.

Un truco perverso para quien sin embargo prefiera optar por la pasividad extrema: para ser pasivos sin darse apenas cuenta de ello, no se fijen en aquello que están ignorando o apartando de sus vidas. No piensen en ello, no lo miren siquiera. La falta de atención, deliberada o accidental, apaga la empatía humana.

También es que no me canso de leer tu libro Elsa, se pueden señalar estos sesgos cognitivos o mecanismos de autojustificación, y es que aquí dices mucho más que en todo lo positivo, muchas veces al señalar lo negativo, lo errores y las trampas que cometemos nos damos cuenta mejor que con tanta teoría o con tanta moral. Pero en fin, son supuestos ejemplificativos, que nos hacen cometer esas mentiras interesadas que tú hablas.

Me ha llamado la atención el caso de las pirámides de elecciones. Las racionalizaciones, es otro tema, se podría volver a tocar este aspecto, Elsa, y que nos lo explicaras así como haces en el libro, porque es muy importante, porque lo justificamos todo, cuando somos jóvenes somos inexpertos, hacemos las cosas sin saber bien por qué las hacemos, y cometemos muchas incoherencias.

Buen, gracias, de nuevo, un saludo cariñoso.

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