Nadie objeta que las innovaciones y el aprendizaje generan crecimiento económico, pero desde Adam Smith ese aspecto de la economía se ha externalizado. Se suele suponer que el cambio tecnológico y las nuevas innovaciones caen de los cielos como un maná, y que están a disposición de todos gratuitamente (“información perfecta”). No se tiene en cuenta que el conocimiento -especialmente cuando es nuevo- tiene elevados costes y no está en general a disposición de todos. El conocimiento se protege mediante altas barreras a la entrada, constituyendo las economías de escala y la experiencia acumula elementos importantes para erigir esas barreras. Cuanto mayor sea el volumen de producción que una compañía ha acumulado, más bajos serán los costes. En la industria las curvas de aprendizaje tienen un pariente muy utilizado, las curva de experiencia, que se utiliza para medir precisamente eso. Mientras que las curvas de aprendizaje estiman el aumento en la productividad de la fuerza de trabajo, las curvas de experiencia evalúan la evolución de los costes totales de producción. Cuando varias fábricas emplean el mismo tipo de tecnología, la que ha acumulado el mayor volumen de producción tendrá en general los menores costes por unidad producida. En la carrera por reducir costes, puede resultar rentable vender por debajo del coste actual (lo que se acostumbra a denominar dumping) a fin de alcanzar un volumen de producción que más adelante reduzca el coste por debajo del precio estratégico ofertado.
Entre instrumentos de la economía, elementos como la capacidad e iniciativa empresarial, política gubernamental y la totalidad del sistema de escala y sinergias, resultaban imposibles de cuantificar y de reducir a números y símbolos. Las únicas cosas cuantificables eran lo que Sombart consideraba simplemente factores auxiliares: capital, mercados y mano de obra. Los teóricos de la economía neoclásica formal dejaron de estudiar las fuerzas impulsoras del capitalismo y se dedicaron a estudiar tan sólo los factores auxiliares.
1.El proceso de maquinización, esto es, lo que se llamó durante mucho tiempo industrialismo: mecanización de la producción que da lugar a una mayor productividad y cambios tecnológicos con innovaciones bajo economías de escala y sinergias. Este concepto es muy próximo a lo que hoy día llamamos “sistema nacional de innovación”.
Los países ricos se especializan en ventajas comparativas producidas por el hombre, mientras que los pobres se especializan en ventajas comparativas proporcionadas por la naturaleza. Las ventajas comparativas en la exportaciones de productos naturales ocasionarán más pronto o más tarde rendimientos decrecientes, porque los recursos que ofrece la Madre Naturaleza suele ser de calidad variable, y normalmente se utilizarán antes los de mejor calidad.
Un país que se especializa en la producción de materias primas en el marco de la división internacional del trabajo experimentará -en ausencia de un mercado laboral alternativo- el efecto opuesto al que experimenta Microsoft: cuanto más aumente la producción, más altos serán los costes de pruducción de cada nueva unidad. A este respecto la profesión del pintor de brocha gorda es relativamente neutral, ya que trabaja con rendimientos constantes. La forma y velocidad de la globalización durante los últimos veinte años ha dado lugar a la desindustrialización de muchos países, llevándolos a una situación caracterizada por el predominio de rendimientos decrecientes.
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No todos los bienes y servicios dan lugar a rendimientos crecientes al expandirse la producción. La producción de la primera copia de un producto de Microsoft puede costar cien millones de dólares, y la de las copias desde la segunda hasta la número doscientos millones tan sólo unos pocos centavos, resultando además prácticamente gratis su distribución si se realiza electrónicamente. Cuando los costes fijos son muy altos se dan importantes economías de escala o rendimientos crecientes, lo que a su vez crea barreras muy altas a la entrada de competidores, y se crea una estructura de mercado oligopolista muy alejada de las hipótesis estándar de la teoría económica predominante. Resulta muy difícil competir contra empresas con esa estructura de costes.
Una persona que se gana la vida como pintor de brocha gorda afronta una realidad muy distinta. Una vez que ha aprendido su profesión no podrá pintar la segunda casa más rápidamente de lo que pintó la primera. Sus costes fijos -una escalera y brochas-no serán muy elevados, lo que le convierte en fácil objeto de la competencia, incluso de la mano de obra muy barata como puede ser la de inmigrantes no regularizados. Microsoft y Bill Gates no tienen que afrontar este tipo de problemas. Independientemente de la tecnología, los rendimientos crecientes de unos y su ausencia en el caso de otros explica en gran medida por qué ningún pintor de brocha gorda puede aproximarse al nivel de ingresos de Bill Gates.
Se repite:
Nadie objeta que las innovaciones y el aprendizaje generan crecimiento económico, pero desde Adam Smith ese aspecto de la economía se ha externalizado. Se suele suponer que el cambio tecnológico y las nuevas innovaciones caen de los cielos como un maná, y que están a disposición de todos gratuitamente (“información perfecta”). No se tiene en cuenta que el conocimiento -especialmente cuando es nuevo- tiene elevados costes y no está en general a disposición de todos. El conocimiento se protege mediante altas barreras a la entrada, constituyendo las economías de escala y la experiencia acumula elementos importantes para erigir esas barreras. Cuanto mayor sea el volumen de producción que una compañía ha acumulado, más bajos serán los costes. En la industria las curvas de aprendizaje tienen un pariente muy utilizado, las curva de experiencia, que se utiliza para medir precisamente eso. Mientras que las curvas de aprendizaje estiman el aumento en la productividad de la fuerza de trabajo, las curvas de experiencia evalúan la evolución de los costes totales de producción. Cuando varias fábricas emplean el mismo tipo de tecnología, la que ha acumulado el mayor volumen de producción tendrá en general los menores costes por unidad producida. En la carrera por reducir costes, puede resultar rentable vender por debajo del coste actual (lo que se acostumbra a denominar dumping) a fin de alcanzar un volumen de producción que más adelante reduzca el coste por debajo del precio estratégico ofertado.
Desde la revolución industrial -con la teoría del buen comercio y el mal comercio- los países ricos han resuelto este problema procurando hacer partícipes a otros de las explosiones de productividad que tenían lugar dentro de sus fronteras. Todos los países europeos ricos construyeron su propia industria textil -emulando al país que iba en cabeza- de la misma forma que todos los países relevantes del siglo XX construyeron su propia industria automovilística. Los países excluidos de esa dinámica, condenados a carecer de tales industrias, eran las colonias. Durante siglos se entendió que para un país era mejor participar en el cambio de paradigma, aun con menor eficiencia que el país que lo encabezaba, que permanecer al margen sin industria moderna. Era obvio que las nuevas industrias propiciarían un nivel de vida más alto que las antiguas, de la misma forma que durante la década de 1990 era obvio que era mejor ser un consultor de datos mediocre que ser el friegaplatos más eficiente del mundo. Éste era el tipo de sentido común postergado por la teoría del comercio de Ricardo, que eliminó la lógica, antes obvia, de que -en un mundo con variadas industrias que requieren habilidades escasas y comunes, y variadas tecnologías en momentos diferentes de su ciclo vital- era muy posible especializarse, siguiendo la “ventaja comparativa”, en ser pobre.
globalización:
Los mejores argumentos, tanto a favor como en contra de la globalización, se hallan en la esfera de la producción. Un importante argumento es que la producción de bienes y servicios suele darse en un marco de rendimientos crecientes (economías de escala): cuanto mayor sea el mercado y más unidades produzca, más baratos serán los bienes y servicios que consumimos, lo que representa un enorme potencial de mejora para el bienestar de todos. Construir una fábrica que produce una medicina vital cuesta ciento de millones de dólares; cuanto mayor sea el volumen de ventas entre las que se puede distribuir ese concepto fijo, más barato será el tratamiento de cada paciente con el medicamento en cuestión.
Esos mismos factores -escala, cambios tecnológicos y sinergias- van de consuno, reforzándose mutuamente en interdependencia. Aunque desde el punto de vista teórico se trate de fenómenos distintos, los rendimientos crecientes con la escala y el progreso tecnológico son a menudo muy difíciles de separar en la práctica.
Con mucha frecuencia el cambio tecnológico requiere los rendimientos crecientes creados por la estandarización -desde la de los pesos y medidas en las ciudades-Estado medievales hasta la de la anchura de las vías férreas en el siglo XIX o los estándares técnicos de los teléfonos móviles hoy día. Tal estandarización es también una condición para los efectos de red que inducen cierto tipo de rendimientos crecientes (cuanto mayor es el número de usuarios, mayores son los beneficios potenciales para el usuario individual). El teléfono es un ejemplo claro de red: un solo propietario de una conexión teléfonica no puede utilizar ese invento hasta que haya al menos otro abonado con quien hablar. La utilidad de la red aumenta con su tamaño. Las economías de escala (incluidas las economías de alcance o diversificación y los efectos de red) dependen todas ellas de las sinergias creadas en tales sistemas de redes. Las universidades también son una parte importante de tales sistemas de innovación. Los procesos de aprendizaje allí donde se encuentran y cooperan la innovación, los rendimientos crecientes y los efectos de sinergia/aglomeración constituyen la propia esencia del desarrollo económico que ha dado lugar a la riqueza y el bienestar que se disfrutan en una parte del mundo. Hoy el nexo entre industria, gobierno y universidad.
En algunos países la globalización, en lugar de traer consigo una nivelación de precios y niveles de vida (nivelación del factor precio), da lugar a una polarización de la renta (polarización del factor precio). Los argumentos de las instituciones de Washington en favor de la globalización se basan en hipótesis diferentes a las que hemos mencionado, en concreto una teoría del comercio que no integra al capital (basada en la teoría del valor-trabajo) y una teoría del crecimiento que presenta como motor al capital en sí, no al conocimiento y las innovaciones. Es como si el capital -dinero- encarnara automáticamente el conocimiento humano. Esa teoría supone que todos tienen los mismos conocimientos (“información perfecta”), que no hay economías de escala (esencialmente, que no hay costes fijos), y que los nuevos conocimientos circulan libremente y llegan a todo el mundo al mismo tiempo. El elemento paradójico al respecto -que pone de relieve la naturaleza escolástica de la economía moderna- es que las hipótesis de las que se deriva un resultado armonioso del comercio internacional, esto es, la nivelación del factor precio, son las mismas que también darían lugar a una situación en la que sólo se comerciaría con materias primas. Si todos los seres humaos tuviéramos los mismos conocimientos y no hubiera costes fijos, no habría necesidad de especializarse ni de comerciar (excepto en materias primas). Como explicaba el premio Nobel James M. Buchanan: en un modelo “que supusiera rendimientos constantes, indiferentes a la escala, en todo tipo de producción -siempre privada-, no habría comercio. En tal escenario cada persona se convierte en un microcosmos completo de la totalidad de la sociedad”.
La idea de progreso que emergió durante el Renacimiento contiene también en su seno la posibilidad de su opuesto, una regresión. De hecho, la idea del Renacimiento nació viendo pastar a las ovejas entre las fabulosas ruinas de la antigua Roma y al redistribuir algunos antiguos textos. Auge y declive y estaban inextricablemente entrelazados. Progreso y modernización -como solía denominarse al desarrollo en la década de 1960- se convierten al invertirse en regresión y primitivización. Las actividades económicas, las tecnologías y los sistemas económicos en su totalidad pueden retroceder durante algún tiempo a modos de producción y tecnologías que parecían historia pasada. Los sistemas basados en rendimientos crecientes, sinergias y efectos sistémicos requieren una masa crítica; la necesidad de escala y volumen da lugar a un “tamaño mínimo eficiente”.
Cuando el proceso de expansión se invierte y la masa y escala necesaria desaparecen, el sistema colapsa. Después de 1980 los sistemas económicos nacionales sometidos a la terapia de choque colapsaron como le sucede a la red de líneas aéreas que pierde el cincuenta por 100 de sus pasajeros de la noche a la mañana. La pérdida repentina de volumen provocada por la terapia de choque destruyó las actividades basadas en la escala, protegiendo únicamente las actividades con rendimientos constantes o decrecientes (el sector de los servicios tradicionales y la agricultura). Esta interrelación de factores explica por qué los teóricos de la economía basada en la experiencia desde James Steuart (1713-1780) hasta Friedrich List, insistían en la importancia del gradualismo en la implantación del libre comercio.
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