lunes, 26 de abril de 2010

momento Minsky y McKinnon, sobre reforma financiera

Torrero es de la escuela keynesiana de Minsky, tesis recogidas en la Regla Volker, y recuerda que en la década dorada de los sesenta, el mundo alcanzó las tasas más elevadas de crecimiento con una intensa regulación financiera: separación banca comercial de negocios, tipos de interés regulados, limitaciones de apalancamiento, etc. Yo le recordé que en esos momentos había un sistema de tipos de cambios fijos y el precio del petróleo se mantuvo estable durante la década, variables que en los setenta provocaron una compleja y profunda crisis económica global. En los años sesenta Ronald McKinnon comenzó a hacer estudios que denunciaban que la estricta regulación provocaba represión financiera, limitaba la capacidad del sistema financiero para canalizar el ahorro a las inversiones más productivas algo similar a la polinización y abogaba por la liberalización financiera. Yo como economista ecléctico creo que entre Minsky y McKinnon debe estar el virtuoso término medio.

Las líneas de reforma que plantea Viñals en la entrevista van en la buena dirección y lo que más me ha gustado es el cambio de discurso y la necesidad de que el regulador asuma su responsabilidad y regule, en las últimas los libertarios, principalmente Alan Greenspan, se hicieron reguladores. Las lecciones de esta crisis van más allá de las hipotecas subprime y la retitulización de las mismas. La banca es un sector maduro con escasa capacidad de diferenciación de producto por lo que debe dar una rentabilidad sobre el capital reducido. En la últimas dos décadas la rentabilidad de los recursos propios bancarios ha sido superior al 15% en los principales países y desde 2001 hasta 2007 el sistema bancario había explicado un tercio de los beneficios empresariales en EEUU. ¿Cómo fue posible? Cumpliendo al pie de la letra la hipótesis de inestabilidad financiera de Misnky. Asumiendo más riesgo, especialmente en innovación financiera y derivados cada vez con mayor complejidad y capacidad de apalancamiento, reduciendo el capital hasta su mínima expresión y aumentando su dependencia de los mercados de capitales, dependencia que explica lo rápido que ha sido el contagio global de la crisis financiera.

Volver a los principios de la banca comercial y polinización del ahorro a la inversión en proyectos de la economía real, reforzar el capital y reducir la dependencia de los mercados de capitales, reducir la rentabilidad sobre ese capital y reforzar la supervisión para evitar tentaciones de inestabilidad financiera y huidas hacia delante son las prioridades de la reforma y la melodía que toca Viñals suena bien. Igual de importante es la regulación como la calidad de la misma. Que haya que volver a los principios no significa que los empelados de banca tengan que volver a llevar manguitos para no mancharse los puños de las camisas con el grafito. Se debe regular los mercados de derivados pero no prohibirlos. Por ejemplo, los derivados son como el problema nuclear, bien usado produce electricidad, mal utilizado produce destrucción e inestabilidad. Reglemos el uso, especialmente su excesivo apalancamiento, pero no matemos al perro para acabar con la rabia.

El momento de implementar la nueva regulación también es crucial. Aunque la banca mundial da de nuevo beneficios la mayoría proviene de la inflación de activos generada por los bancos centrales en 2009 pero aún así su cartera de activos nunca recuperará el valor de 2007. Por lo tanto, el sistema sigue con capitalización débil y por eso el crédito sigue restringido. La mejor medicina es el crecimiento económico y la generación de margen operativo por el negocio tradicional pero eso llevará tiempo. La historia nos enseña que los cambios regulatorios son lentos pero es importante que la implementación sea gradual para permitir que las entidades dispongan de tiempo para adaptarse o de lo contrario puede acabar afectando a la recuperación económica y al crecimiento potencial de las economías. La regulación ya es de por si procíclica y también es momento de corregirlo.

Lo que no me gusta de todo esto es la falsa creencia en la supervisión macroprudencial, lo único que sabemos los economistas cuando hacemos predicciones es que nos vamos a equivocar y la duda es cuál será el error. Los economistas deberíamos ser menos pretenciosos, si somos capaces de identificar tendencias insostenibles y proponer medidas para suavizar sus efectos, nunca conseguiremos erradicar la ciclicidad, nuestro trabajo ya estaría justificado.


Jose Carlos Díez

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