La diplomacia del dólar y el yuan
Publicado el 14-04-2010 , por Federico Steinberg
Estados Unidos quiere que China aprecie el yuan con respecto al dólar para reducir su déficit comercial, pero China se resiste a permitirlo porque gran parte de su modelo de crecimiento está basado en subvencionar las exportaciones.
Éste es el punto de tensión más peligroso de las relaciones económicas internacionales y, posiblemente, lo seguirá siendo durante los próximos años. Una gestión exitosa del mismo permitiría asegurar que el crecimiento tras la crisis será más equilibrado y tendrá menores riesgos.
Pero si este delicado asunto termina generando un conflicto abierto entre la potencia hegemónica en declive (Estados Unidos) y la potencia hegemónica en auge (China), las consecuencias para el conjunto del sistema económico internacional podrían ser nefastas.
Por el momento, la Administración Obama, en contra de la opinión de la mayoría del Congreso, que pedía mano dura con China, ha optado por dar una oportunidad a la diplomacia económica y relajar las tensiones que se habían ido acumulando en los últimos meses. Ha retrasado la publicación del informe que iba a señalar a China como un país que manipula su divisa para obtener una ventaja comercial que considera ilegítima. Dicho informe habría abierto la puerta a sanciones unilaterales que habrían elevado la tensión a un nivel sin precedentes y, posiblemente, iniciado una guerra comercial.
De hecho, esta postura conciliadora, que el Secretario del Tesoro Geithner ha hecho explícita con una visita relámpago a China, contrasta con las posiciones de economistas como Krugman, que llegaron a afirmar que la política cambiaria china roba más de un millón de empleos estadounidenses al año, por lo que había que forzar a China a modificarla (Krugman olvidó mencionar que las multinacionales estadounidenses con inversiones en China se benefician enormemente de un yuan tan barato).
Con este gesto, Estados Unidos espera que China opte por volver a la senda de lenta pero continuada apreciación del yuan con respecto al dólar que tuvo lugar entre julio de 2005 y julio de 2008 (y que fue súbitamente interrumpida al estallar la crisis) sin que parezca que lo hace ante una amenaza directa norteamericana.
A China podría interesarle apreciar suavemente su moneda porque así podría controlar mejor la inflación (que está en niveles de dos dígitos), dejar de acumular reservas (ya tiene casi 2,5 billones de dólares) y aumentar el poder adquisitivo de sus ciudadanos (lo que daría además un empujón a la demanda mundial).
De hecho, sus dirigentes insisten en que volver a fijar el yuan al dólar hace veinte meses fue una decisión coyuntural destinada a reducir la incertidumbre ante la crisis financiera global, no un cambio de política a largo plazo. Sin embargo, China también tiene motivos para no querer revaluar.
La política cambiaria es el instrumento más eficaz que tiene para aumentar el crecimiento y el nivel de empleo, en el que se basa la legitimidad de su régimen político. Además, la promoción del sector exportador es clave en el aumento de la productividad, que a largo plazo es la variable fundamental para incrementar los sus niveles de renta per cápita.
Lenta apreciación
Por lo tanto, aunque lo más probable es que en los próximos meses China retome la senda de la apreciación para aplacar temporalmente las tensiones proteccionistas y la fuerte retórica anti-china que domina hoy la política estadounidense, el yuan se encarecerá menos y más despacio de lo querríamos europeos y norteamericanos.
China seguirá sosteniendo (con parte de razón) que el déficit comercial de Estados Unidos responde a su bajo nivel de ahorro interno y que una fuerte apreciación del yuan sólo serviría para sustituir productos chinos por productos de otros países de salarios bajos, pero no mejoraría el saldo exterior norteamericano.
Y es que la estrategia de China ha sido, y seguirá siendo, la de comportarse como un hábil free rider del sistema internacional, que explota los claroscuros de las reglas globales sin asumir las responsabilidades que le corresponderían para contribuir a resolver los retos globales.
Por ello, aunque es probable que las tensiones entre China y Estados Unidos se vayan relajando, el conflicto se volverá a reproducir en el futuro, especialmente si la recuperación en Estados Unidos no crea empleo y se necesita buscar a un culpable externo.
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