miércoles, 29 de septiembre de 2010

debe España aferrarse al euro?

LA VANGUARDIA, PAG 14
Noticias maquetadas29.09.2010
¿DEBE ESPAÑA AFERRARSE AL EURO?.

Michael Pettis – Economista – 26/09/2010

El euro no le sirve a la economía española tal como está organizada, y negarlo es una irresponsabilidad

Cuanto más se tarde en abandonar el euro, mayores serán los sufrimientos y el coste será elevadísimo .

A lo largo de los próximos años, a medida que la economía siga deteriorándose, es probable que se encarnice el debate acerca de si España debe o no abandonar el euro. Los defensores de la moneda única, sobre todo las élites políticas y financieras, sostienen que sólo el euro puede impedir que España se convierta en un país del Tercer Mundo. Si realiza un ajuste responsable mediante la deflación salarial y la austeridad fiscal, afirman, el país saldrá de la crisis más fuerte que nunca.

Pero ¿logrará salir? Al renunciar a la peseta, España también renunció al control de la política monetaria nacional, en gran medida como los países regidos por el sistema del patrón oro a finales del siglo XIX. Y, como ellos, la baja competitividad de sus exportaciones hace que tenga que pasar ahora por los mismos difíciles ajustes para reducir precios.

El coste será grande. Según sostiene el economista estadounidense Barry Eichengreen, con el patrón oro el peso del ajuste fue soportado principalmente por los trabajadores mediante el desempleo y los salarios bajos. La emancipación política de los trabajadores en el siglo XX, añade Eichengreen, impide que las democracias occidentales vuelvan al oro, porque en una democracia moderna los trabajadores se niegan con toda razón a pagar ese coste.

Si Eichengreen está en lo cierto, es probable que los trabajadores españoles se nieguen también a pagar el coste de conservar el euro. Ahora bien, abandonar la eurozona, ¿condenará a España a la decadencia económica a largo plazo? Casi con toda seguridad, no. En Francia tuvo lugar hace muchas décadas un debate similar que puede arrojar cierta luz sobre los problemas actuales.

Tras la Primera Guerra Mundial, que hizo saltar por los aires los acuerdos monetarios de los años anteriores, París se enfrentó a la cuestión de qué hacer con el franco. Al igual que la mayoría de países, Francia atravesó durante la contienda una grave inflación que le hizo difícil volver a la paridad con el oro de la preguerra, en gran medida como ha ocurrido durante la última década con España, donde la inflación en relación con Europa septentrional ha hecho que el país no sea nada competitivo.

A principios el siglo XX, se aceptaba de modo generalizado que un país serio tenía que mantenerse en el sistema del patrón oro. Se consideraba que no hacerlo era irresponsable y condenaba el país al estancamiento económico. Durante gran parte de la primera mitad de la década de 1920, Francia luchó con todas sus fuerzas para volver al patrón oro de acuerdo con el tipo de cambio prebélico.

Sin embargo, no pudo hacerlo. La inflación erosionó tanto el valor del franco que la industria francesa dejó de ser competitiva; y, en la primera mitad de la década, el país padeció un elevado desempleo y un bajo crecimiento. En 1928, cediendo a lo inevitable y en medio del caos político, el presidente Poincaré devaluó el franco.

La capitulación de Francia a la irresponsabilidad monetaria mortificó a sus banqueros y le granjeó los desdeñosos insultos de Gran Bretaña y el resto de Europa. Tanto en Francia como en el extranjero se realizaron confiadas predicciones según las cuales la economía nacional se sumiría en la inflación y el estancamiento.

No fue así. En realidad, la economía francesa se recuperó. A decir verdad, la devaluación del franco no constituyó un acto de irresponsabilidad, sino un simple reconocimiento tardío de una realidad monetaria.

Es más, mientras los competidores de Francia luchaban por mantener sus sobrevaloradas monedas, los resultados económicos franceses no tardaron en superar los de los países rivales. Cuando gran parte del mundo se vio arrastrada a la crisis de 1930-131, el país permaneció en buena medida inmune a las profundas depresiones que sufrieron Estados Unidos, Gran Bretaña y la mayoría del mundo industrializado.

Otros países acabaron viéndose obligados a devaluar su moneda, y París condenó maliciosamente la irresponsabilidad de esos mismos países que tanto habían criticado a Francia unos años antes. Con el oro acumulándose en el Banco de Francia gracias a un sector exportador ya fuerte, Francia volvió a verse con orgullo como garante mundial del rigor monetario.

Fue un error, un error que el historiador Tom Kemp tachó de “adicción casi patológica” a la ortodoxia monetaria. A medida que un país tras otro devaluaba su moneda a principios de la década de 1930 (Estados Unidos acabó por hacerlo en 1934), la posición competitiva de Francia se debilitó con rapidez, si bien el país se mantuvo firme en su postura de no recurrir de nuevo a una devaluación.

La economía francesa empezó entonces a resentirse con fuerza. Mientras el resto del mundo ajustaba sus monedas, Francia padeció de nuevo deflación, salarios bajos y desempleo; ello enfureció a los trabajadores, debilitó la economía y llevó el país al borde del colapso económico y político. Cuando en 1934 se inició la recuperación mundial, la situación de Francia no hizo más que empeorar. En 1936, París fue incapaz de mantener el valor del franco y vio obligado ignominiosamente a abandonar de nuevo el patrón oro.

El coste de la espera fue enorme. Al final, Francia fue uno de los países más afectados por la Gran Depresión. Y todo el sufrimiento resultó vano. El país se vio obligado auna nueva devaluación; y, cuando lo hizo, tuvo que arrastrar la carga adicional de unas fábricas cerradas, unos trabajadores furiosos y unas infraestructuras pobres.

¿Qué lección cabe extraer para España? Al menos, dos. La primera es que la capacidad de dirigir la política monetaria nacional constituye un importantísimo instrumento político, por más que a menudo algunos dirigentes irresponsables hayan abusado de él. Al aferrarse patológicamente al euro, España se coloca en una posición de enorme desventaja ante Alemania y otros países con superávit de capital de Europa y el resto del mundo.

Como ocurrió con el apego de Francia al oro en las décadas de 1920 y 1930 (que parecía responsable entonces, pero que en retrospectiva resultó tremendamente insensato), una desesperada lucha de Madrid por mantener el euro durante tanto tiempo como sea posible no parecerá algún día una heroicidad sino una locura. El euro no le sirve a la economía española tal como está hoy organizada, y negarse a reconocerlo no es señal de madurez ni de responsabilidad.

La segunda lección es que el apego de los banqueros y los encargados de formular políticas económicas por el comportamiento monetario responsable no siempre está justificado. El coste económico de mantener una moneda sobrevalorada durante una etapa de débil demanda mundial puede ser tan elevado que debilite la credibilidad misma que se quiere conseguir con esa rigidez monetaria. Los inversores españoles y extranjeros no aplaudirán una España que se aferra heroicamente al euro si la economía se hace añicos y el desempleo se mantiene durante años en niveles elevados.

No sólo el caso de Francia ilustra ese peligro. Durante las décadas de 1920 y 1930, los países que antes abandonaron el régimen del oro también salieron antes de la Gran Depresión. Cuanto más tiempo defendió un país su moneda (como ocurrió con Estados Unidos, Francia y los países del Bloque Oro), peores fueron las consecuencias.

En una contracción mundial a largo plazo, la inflexibilidad daña el crecimiento e incluso la credibilidad. España debería aprender de la historia. No cabe duda de que participar en el euro tiene ventajas, pero la historia de las uniones monetarias señala que los beneficios sólo existen durante los periodos de rápido crecimiento mundial y liquidez creciente. Cuando concluye el ciclo de la globalización, las uniones monetarias se derrumban siempre.

Europa no es una zona monetaria óptima; y, en un mundo con una demanda mundial débil, el coste para España de someterse a las necesidades monetarias y fiscales de Alemania será altísimo. ¿Y todo para qué? Tras años de esfuerzos, España se verá obligada a abandonar el euro de todos modos. Cuanto más tarde en hacerlo, como nos enseña de modo tan claro el caso de Francia, mayores serán los sufrimientos.

Profesor de Finanzas en la Universidad de Pekín y asociado séniordel Fondo Carnegie para la Paz Internacional
Traducción: Juan Gabriel López Guix

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