martes, 14 de diciembre de 2010

el paraíso no es la inocencia edénica

La verdad es que el paraíso de la vida es realizarse del todo; ser –como me explicaba
mi dios– esa chispa de la Hoguera Cósmica.
Así se entregó papá a su amor de Odalisca cuando ya no lo esperaba: eso es lo que él
vino a revelarme, eso significa su presencia aquí, cooperando con todo hacia mi meta.
El paraíso vital no es la inocencia edénica: exige arder, padecer, abrazar el sufrimiento
ofrecido, el dolor compartido. Por eso antes de ahora no amé nunca de verdad, como
llegó a amar papá; impedirme ser quien era fue mi castración y así no pude arder.
No me ahorres nada, Farida, para llegar a ti. Quiero tu tortura y tu fuego, ser
triturado en el molino de tu deseo, amasado en tu capricho, encendido por tu
violencia. Conviérteme en pan. ¡O mejor aún, en espada! Forjada a golpes sobre el
yunque, ardiendo después al rojo blanco, templada luego en el frescor del agua
enamorada...

Por ella conozco la pasión de tu tía por aquel hombre: se sometía a todo con tal de
seguir junto a él.
Una caricia, una rara palabra de aprobación y una aún más rara noche de amor
brutal con el marido le bastaban para "tocar el cielo con el corazón": así mismo lo
expresaba. Se degradaba voluntariamente para darle placer a él, como jactándose de
su esclavitud...


Me mira tan ávida de comunicación como una lengua enamorada invadiendo la boca
de la amante, indagando signos de mi comprensión.



Sampedro

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