sábado, 11 de diciembre de 2010

nuestra memoria

La naturaleza de la memoria también nos ayuda a entender los efectos perjudiciales de los traumas. Todos mantenemos desde la infancia dos memorias independientes, una verbal y otra emocional. La memoria verbal es el método habitual de almacenar y evocar los acontecimientos que forman el guión de nuestra vida. El contenido de esta memoria lo expresamos con palabras. Por el contrario, la memoria emocional se encarga únicamente de guardar las imágenes de horror y las sensaciones corporales vinculadas a experiencias de terror. Los recuerdos acumulados en la memoria emocional no están unidos a palabras, los evocamos reviviendo las escenas aterradoras y las sensaciones físicas de miedo. Mientras las experiencias que guardamos en la memoria verbal va perdiendo poco a poco su intensidad afectiva original, los sucesos que se guardan en la memoria emocional no cambian con el paso del tiempo, a no ser que les pongamos palabras.

De todas formas nuestra memoria autobiográfica es bastante selectiva y subjetiva. Esto nos permite mantener muy vivas unas experiencias, distorsionar otras para adaptarlas al argumento que más nos conviene, e incluso olvidar sucesos pasados, con el fin de preservar nuestra tranquilidad.

Precismente el olvido cura muchas heridas de la vida. Por ejemplo, nos ayuda a perdonar los agravios y a recuperar el entusiasmo después de sufrir alguna decepción. Distanciarse de un ayer penoso facilita el restablecimiento de la paz interior, y anima a "pasar página". Para las personas marcadas por fracasos o desilusiones inolvidables, el desafío consiste en explicárselos desde una perspectiva menos personal. En este sentido, es importante aceptar que los conflictos y los desencantos son elementos inevitables de la convivencia.
El problema de quienes se estancan en el ayer doloroso es que terminan viviendo prisioneros del miedo o del rencor, obsesionados con los verdugos que quebrantaron su ida, lo que les impide cerrar la herida. Esta situación les amarra al pesado lastre que supone mantener la identidad de víctima, una identidad que debilita y paraliza. Por otra parte, ser objeto o testigo de agresiones tempranas en el contexto de las relaciones a menudo hace que la persona asuma de forma inconsciente el papel de verdugo o de víctima en el guión de sus vínculos afectivos futuros. Tomar conciencia de este hecho es el primer paso en el camino de la rehabilitación.

Luis Rojas Marcos
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