Roma una vaga desolación, embellecida con sofismas griegos. En los ojos vacantes de los bustos, en los ídolos disminuidos por supersticiones claudicantes, habría encontrado el olvido de mis ancestros, de mis yugos y de mis remordimientos. Uniéndome a la melancolía de los antiguos símbolos, me habría liberado; habría compartido la dignidad de los dioses abandonados, defendiéndolos contra las cruces insidiosas, contra la invasión de los criados y de los mártires, y mis noches habrían buscado reposo en la demencia y el desenfreno de los Césares. Experto en desengaños, cribando con todas las flechas de una sabiduría disoluta los fervores nuevos, junto a las cortesanas, en los lupanares escépticos o en los circos de crueldades fastuosas, habría cargado mis razonamientos de vicio y de sangre para dilatar la lógica hasta dimensiones con las que jamás soñó, hasta las dimensiones de los mundos que mueren.
Nostalgia de un mundo sin «ideal», de una agonía sin doctrina, de una eternidad sin vida... El Paraíso... Pero no podríamos existir un instante sin engañarnos: el profeta en cada uno de nosotros es el rasgo de locura que nos hace prosperar en nuestro vacío.
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Cioran
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