lunes, 20 de diciembre de 2010

la entrega del sumiso, dolor y placer

Nunca me has querido. Porque me has tratado más allá de todo, no por mis convicciones y mis sueños sino por mi cuerpo agonizante, por mi ojos que se humillaban, cuando yo ya me había entregado tú no me veías a mí. Y ahora ya es tarde, porque no has sido tú, tú ya eres otro. Aunque me hicieras sufrir, no puedo remediarlo. O tal vez sí. No, pero no, vete con tu diosa… Estoy destinada a otro. A ser un ser insignificante, a vivir como todos.

Tú te burlas de mí. Me sometes y no te gusta sin embargo verme así, y la sumisión es reducirse a la voluntad del dominante; anonadarse para ser lo que quiera y como nos quieras tú, mi dueño. No lo quieres reconocer pero te gusta jugar a ese juego pero con la “mente” sobre todo, ahí es donde me dominas. Ahora no eres mi dueño y por eso ya no te importa lo que había pasado entre nosotros, ahora no puedo sostenerme ya así del mismo modo.

Estaba enamorada, pero loca de mí, por esa pasión o proyección mía. Conocí, en fin, el dolor como puerta de acceso a una experiencia física y como meta de llegada a otra experiencia más alta: enamorada. Porque la relación amorosa entre dominante y dominado, cualesquiera que sean sus sexos, llega a su hondura hasta la unidad de ambos celebrantes, allí donde el sumiso es tan dueño como el amo y éste es un servidor de aquél.

A veces el dolor excesivo conduce a la inconsciencia, pero también, en cambio, nos hace conscientes, en nuestro cuerpo, de áreas, fibras y músculos que habitualmente ignoramos. Y los lugares del cuerpo, de sensibilidad tan diferente… Un campo infinito… Pero, sobre todo, me ejercité en el dolor. Comprendí que el placer y el dolor están tan juntos como lo están la vida y la muerte.

Pero hoy lo he pasado muy mal porque tú no llegabas del taller, y al final me he declarado a mi amigo, le he dicho la verdad, no podía soportarlo más.

He comprendido que tú me has rechazado siempre, que he sido tu espíritu, tu guía todo lo más. Y él es el amor carnal para mí, por eso mismo él es mi dios y tiene poder sobre mí, aunque él no lo reconocerá tampoco y me humillará tanto como tú me has humillado a mí o más todavía, porque este dolor el del placer carnal es aún más doloroso, pero es mi amigo, quien tengo mas cerca de mi. Y necesita de mí, al venir a mí tambien él se ha entregado.

Pero cierto no soy nada, mañana le diré igual que a ti, que ya no le quiero. Aunque puede seguir llamándome. Pero ahora sé querer de verdad, sí con agonía. Soy esa chispa de vida que tú me describiste una vez… Nunca lo supe antes. Hacia el hombre sólo sentí dependencia y además rechazada. Su amor era dirigido hacia una mujer que yo no era. Me quería deformada, por eso todo fue fingimiento, y ahora que ha descubierto a su diosa, se va y me deja sola. ¿Te asombra?

-Ésa es la entrega del sumiso y más aún de la sumisa entregada a su dios.

-¿Qué es eso? Eso no me parece posible, que se pueda extraer placer digamos del dolor, de la sumisión, ni tampoco sólo de una diosa carnal, ni nada así, necesitamos entrañarnos en la carne pero también ser personas, ser dignas.

-No, no es así. Yo siempre te he agradecido que me humillases: al hacerlo te has ocupado de mí, te me has entregado. Me he jactado, incluso, de toda degradación impuesta por tu mano, por tu voluntad, por tu placer. Ahora como tú dices, necesitamos oír otras voces.

Imitaré a los místicos, los más altos vividores del amor aunque lo ofrezcan a un altar imaginario: muchos quieren ser los más degradados a los ojos del mundo para sentirse más seguros en su bajeza, más esclavos de lo que adoran.

No, no soy masoquista y no he hecho la experiencia. Pero asomarse a ese cielo abismal, y no a tus armas mercantiles vendiendo un simulacro, es otra de las exaltaciones humanas, como la del poder máximo, la del arte supremo, la del descubrimiento científico y, desde luego, la del amor. La sumisión es reducirse a la voluntad del dominante, estamos acostumbrados a que sea la vida porque ella es más grande y nos domina, pero yo prefiero que seas tú, no me da miedo; anonadarme para ser lo que quiera y como nos quiera nuestro dueño. Y si éste nos somete al dolor, entonces el látigo es un cable comunicante: su chasquido en la piel receptora repercute en el brazo hiriente, que así se entrega al sumiso… Dar y recibir, ese goce completo de la vida, se cumple a la vez en ambos.

En su silencio adivino recuerdos. ¡Cómo me gustaría asomarme a ellos, saber hasta el

fondo! Aunque me hicieran sufrir. Lo cierto es que he sufrido mucho ese dolor, sin someterme, y hubiera sido mejor someterme, ahora me doy cuenta, sí, pero he sido tonta, ay , tonta, yo creía que eso no era amor y sí lo era, era un juego comunicante, era así, al que me sometía involuntariamente; hubiera sido mejor quererlo, hubiera gozado más, creo que sí.

Cuánto tenemos que aprender de los místicos, que por cierto estuve en la exposición del Joven Murillo, y vaya rostros místicos, algunos infundidos del espíritu de la escuela de Jose Ribera, y otros por su vivencia con los franciscanos, qué vida era esa, y sin embargo, tan sencilla y tan gozosa.

~

El cerebro puede interpretar diversamente una misma sensación

como placer o dolor: esto hay que saberlo y que aprenderlo.

Por eso el dolor sufrido no depende sólo de cómo nos golpea el dominante sino, sobre todo, de cómo lo recibe y acepta el sumiso, el ‘bottom’. Viví el umbral del dolor y también su frontera, donde se confunde con el placer y a partir de ahí se transforma del todo en éste: una vez más el erotismo conecta con los místicos y con los mártires, dichosos en la tortura. Y a veces, como dije antes, el dolor excesivo conduce a la inconsciencia, pero también, en cambio, nos hace conscientes, de nuestras partes del cuerpo, que habitualmente ignoramos. Conocí, como dije, el dolor como puerta de acceso a una experiencia física y como meta de llegada a otra experiencia más alta: enamorada.

Porque la relación amorosa entre dominante y dominado, cualesquiera que sean sus sexos, llega a su hondura hasta la unidad de ambos celebrantes, allí donde el sumiso es tan dueño como el amo y éste es un servidor de aquel. Porque el dueño obedece al sumiso cuando le increpa así a su sostén.

Aprendí a dosificar los grados y modos de la humillación, de la represión, del dolor. La diferencia entre el látigo, el azote, el murmullo, el grito, pues cada objeto causa efectos distintos, como la tímbrica de los

instrumentos musicales. Valorar las resistencias y texturas de la piel humana y sus reacciones a cada golpe o a cada sonido. Y es que el placer y el dolor están tan juntos como lo están la vida y la muerte, como antes dije también.

Sólo he vuelto a la ascesis de la sumisión para reencontrarme. Créeme, no soy radicalmente sádica.

Pero aquí hay un mundo superficial y machista, en el fondo, y pronto supe que aquí yo no me encontraría tampoco bien. Por eso lo perfeccioné, intenté introducir la idea, la filosofía en él, los sueños, la ciencia y la innovación, la astrología.

Por eso yo también no sólo me humillé sino que he humillado sin escrúpulos, y con un desprecio que a algunos les movía a desearme más, pero sabía que así no encontraría mi compañero de viaje ideal.

~

Lo lógico sería encontrar un varón sin machismo, y a veces sería como un amante fetichista que goza en la sumisión. Con una fantasía erótica ajena a toda represión.

-Sí, así. A un lado, lo luminoso y la sumisión de los místicos, al otro, ajena a represión, porque es ímpetu oscuro de la libertad materna y su fuerza vital. Donde represión se entiende que es represión educativa sexual.

“Ya sabe que soy suya!” proclamó silencioso el deseo en mi corazón, pero mi humildad, intimidada ante su grandeza, me prevenía

contra excesivas ilusiones…

- “¡Me has vaciado

de mí!¡Lléname de ti!”

- Te preguntas quién soy, un ser humano que como tantos lo callan, no lo digo por ti y por eso eres tu quien me asombra a mí, por tu limpia transparencia, tu elemental integridad. Pero ahora ya no veo en ti orgullo sino humildad, lo sentí lo vi todo cuando hable aquella vez contigo y oí tu voz.

~

” Hundida, sí pero no transformada. Lo amaba con la locura lúcida, frenética y embriagadora que manda Dionisos, con el amor furioso… ¿Debí amarlo y convencerlo con discursos platónicos? El no me escuchaba, él nunca hablaba de amor. Y el amor que se prolonga hasta la muerte es ya la muerte misma. Debió serlo. Quiero como Rilke morir mi propia muerte. Es mi única salida, así mi muerte morirá conmigo. Y el dios, complaciente, y cruel y desdeñoso, hizo que el bosque ardiera y murieron los dos. Qué castigo tan duro es el amor.” Antonio Gala, en Los Papeles de agua.

—¡No vuelvas a marcharte! ¡Y si te vas, llévame! Aunque sea para servirte siempre. Lo digo como lo siento. Llévame como un perrito, como un collar. O, mejor, márcame

con tu tatuaje… No vuelvas a dejarme sola.

” Me enlaza; me muevo sobre nubes, atenta a no defraudarle. Asombro, ilusión, entusiasmo, vértigo. Su brazo en mi cintura, su mano asiendo la

mía, me guían. Su cuerpo me toca y se aleja, su calor me traspasa, su

aliento en mi cuello, su mejilla incendia la mía, su muslo abre mis piernas, me

arrebata la embriaguez… Su muslo entre mis piernas ¿será verdad?…

—Llevarte es una delicia.

Me sofoco de júbilo. ¡Que el momento se eternice!

Giro como él me manda; me alejo y le reencuentro, doy unos pasos a su lado y me

vuelve hacia él, me estrecha… ¡Seguir, seguir!, pero se acaba, los acordes sonoros

son finales. El lo detecta y me dobla hacia atrás; no caigo porque me sujeta, me

retiene con sus brazos… y entonces, ya sin música, se dobla sobre mí y me besa muy

suave en la boca. Tiene entonces que sostenerme en vilo; mis piernas se desmayan.

Quedo de rodillas ante su figura. Me toma la mano para alzarme hasta él. ” Jose Luis Sampedro en El amante Lesbiano.

~

No hay comentarios: