martes, 14 de diciembre de 2010

el Paraíso Perdido de Milton

Aun cuando no soy la única persona de Sussex que lee a Milton, quiero escribir mis impresiones del Paraíso perdido, mientras lo estoy leyendo. La palabra impresiones expresa con notable justeza lo que ha quedado en mi mente. Me he saltado muchos párrafos oscuros. He leído sin plantearme dificultades con el fin de saborear plenamente la obra. Sin embargo veo y reconozco hasta cierto punto que este saborear plenamente es la recompensa que sólo pueden recibir los grandes eruditos. Me sorprende la gran diferencia que media entre este poema y todos los demás. Creo que esta diferencia radica en la sublime dignidad y carácter impersonal de la emoción.

La sustancia de Milton está íntegramente compuesta de maravillosas, bellas y magistrales descripciones de cuerpos de ángeles, batallas, vuelos, mansiones. Trata del horror, de la inmensidad, de la sobriedad y de lo sublime, pero jamás trata de las pasiones del corazón humano. ¿Hay acaso otro gran poema que haya arrojado tan poca luz sobre las penas y alegrías de un ser humano? En nada me ayuda a comprender la vida. Me cuesta creer que Milton haya vivido, o haya conocido hombres y mujeres, con la salvedad de las serviles personalidades centradas en el matrimonio y en los deberes de la mujer. Fue el primer masculinista, pero sus desilusiones nacieron de su mala suerte, e incluso parecen una última palabra de despecho en sus querellas conyugales. ¡Pero qué suave, qué fuerte y cuán elaborado es todo! ¿Y en cuánto a poesía? Puedo llegar a comprender que incluso Shakespeare después de esto parezca un poco atribulado, personal, caliente e imperfecto. Puedo llegar a comprender que todo esto es la esencia de que casi toda la restante poesía es la disolución. La indecible belleza del estilo, en la que se perciben matices y más matices, basta para retener la atención, después de haber despachado el devenir de los asuntos de la superficie. Muy en el fondo, se perciben todavía más combinaciones, más rechazos, más logros y más maestría. Además, aun cuando aquí nada hay que se parezca al terror de Lady Macbeth o al grito de Hamlet, ni piedad, ni comprensión, ni intuición, las figuras son mayestáticas; en ellas se resume mucho de lo que los hombres pensaban del lugar que ocupamos en el universo, de nuestros deberes para con Dios, de nuestra religión.
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