domingo, 17 de enero de 2010

cualquier circunstancia podría albergar una buena vida, Carl Rogers

Cualquier circunstancia podría albergar una buena vida. Cada ser humano que cruza la tierra necesita, reclama, inventa y recrea un marco de referencia para existir o al menos para hacerse oír, es una necesidad vital, la encarnación del ser esencial en la vida real. No existen personas que son amadas porque son únicas, sino que esto es algo que debiera decirse de todos.

Desde la renuncia a la vida diaria de aquellos pocos que deciden dejar de formar parte activa del mundo, hasta la coherencia extrema que incita a participar del mundo y a transformarlo. Cada cual elige cuanto puede aportar.

Las personas piensan que les gustarían que las recordasen porque tuvieron una buena vida, la vida es un poquito mejor porque ellas estuvieron allí y pudieron contribuir.

Lo que suele caracterizar, sin embargo, las vidas valientes no es la ausencia de miedos, sino creer que su prioridad es abordar y transformar la realidad circundante a pesar del miedo. Para estas personas no es la realidad dada la que dicta la vida, sino la medida en la que ellos puedan incidir y transformar esa realidad. Para ello son capaces de dejar atrás los lastres que las atan, las circunstancias y las creencias que las condicionan.

A veces nos convencemos que de que el miedo es peor que la realidad, y esto es un buen revulsivo para actuar. Pero no hay otro lugar: éste es el que nos ha tocado, el único que tenemos, en él vivimos rodeados, acosados o contagiados por las emociones oscuras o luminosas de quienes nos rodean.
Habrá que despertar del letargo, del relativismo de un vivir sin esfuerzo ni sacrificio, sin un sueño que llevar a cabo. ¿Buscamos lo que nos diferencia de las demás especies? El anhelo específicamente humano, ésa ha sido la esencia de nuestra libertad, si hemos de vivir como los bonobos y como los chimpancés entonces sobra tanta corteza cerebral, tanta capacidad para soñar cuando la utilizamos, sobre todo, para dañar. Vivir de espaldas al inconsciente reduce la vida a su mínima expresión. Pero cuando arrancamos de esas profundidades unos destellos de comprensión, agrandamos el territorio consciente donde vivimos. Escapamos en alguna medida a las garras del instinto de protección que dicta una visión del mundo sesgada y compulsiva, armada de certezas. En la desnudez de esas certezas y de esos condicionamientos, en la fluidez y en la intuición de lo que queda por llegar, reside la libertad de ser sin cercenar, de elegir sin odiar, de expresar y de resolver sin juzgar.

Carl jung al final de su vida musitaba y decía: “mientras la persona que desespera camina hacia la nada, la que ha puesto su fe en los arquetipos sigue el camino de la vida, ambos, desde luego, viven sin certezas, pero el uno vive contra sus instintos, el otro, con ellos.
Tal vez no tengamos otra forma de legar, de sobrevivir, de contagiar, y si tras el misterio de la vida finalmente se esconde algo más, qué suerte alcanzar esa orilla habiendo desnudado y hecho brotar los dones, frágiles y misteriosos, que nos confió la vida al llegar.

No hacen falta reglas ni circunstancias perfectas, sólo la luz que se desprende de una pasión desbrozada de prejuicios, de odios y de miedos, donde pueda crecer una búsqueda, una visión. Cuando el cansancio y la desazón me invaden pienso que tengo el don de una mano ligera y que caminaré por la tierra sin que las piedras y los corazones dejen huellas de mis pisadas.
Luchar, soñar, amar y comprender no son palabras huecas, son espacios al alcance de todos donde vive la inocencia radical, esa capacidad humana casi infinita de transformarse, de escuchar, de crear y de multiplicarse a pesar de la oscuridad.
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Carl Rogers: la brújula está en uno mismo

Al contrario de Freud, Carl Rogers consideraba que el ser humano nace con el instinto y la capacidad innatos positivos y constructivos: por eso somos capaces de descubrir, de inventar, de amar y de proteger.
Por ello aseguraba que la paradoja más curiosa es que “...cuando las personas se aceptan a sí mismas como son, entonces pueden cambiar”, porque el germen de su propia capacidad de transformación positiva está en ellas y es innato.
Sólo algunos de los poderosos condicionantes externos que impone la sociedad al individuo llegan a ahogar las capacidades y necesidades naturales de las personas, creando defensas en lo que Carl Rogers llamaba el “ser real” -el ser original e inocente-. Cuando las expectativas de la sociedad se nos hacen imposibles por irreales o por desnaturalizadas, la persona blinda tras sus defensas. Y con tal de sentirse mejor consigo mismo, será capaz entonces de negar y de distorsionar la realidad.

Las personas sanas, libres, responsables y creativas tienen estas cualidades, decía Rogers:
-están abiertas a la experiencia: no ponen defensas, aceptan la realidad, aceptan sus sentimientos;
-viven en el presente;
-se fían de sus intuiciones y de sus instintos, que son naturalmente positivos;
-se responsabilizan de sus elecciones;
-y como se sienten libres y responsables, plasman su deseo de participar en el mundo mediante la creatividad. Ésta se expresa de formas diversas, desde el ejercicio de la responsabilidad social hasta la educación de los hijos.


Carl Rogers se trata aquí como del padre de la psicología humanista, por la inmensa influencia que ha tenido en tantas personas y por la forma de abordar la comprensión y la sanación de la psiqué humana.

Y la otra escuela es la terapia breve que nos recuerda que a veces lo más sencillo puede funcionar, y se podría resumir como: “todo lo que necesito está en mí”.
La terapia breve es otra escuela creada en psicología que se centra en una mirada minimalista y eficaz para impulsar los procesos de cambio que para ellos eran una parte inevitable y dinámica de la vida diaria. No se centran en las defensas de las personas, sino que dan por sentado que quieren una vida mejor y que pueden lograrla. Las personas que no tienen esperanza de cambio ni siquiera se molestan en leer o en acudir a una psicoterapia. Aquí cada persona intenta formular por sí misma la solución al problema. Las personas son capaces de hacer de forma instintiva muchas cosas pequeñas que alivian sus problemas habituales, sin realmente ser conscientes de ello. La terapia breve desvela estos comportamientos y anima a los pacientes a llevarlos a cabo de forma deliberada. A menudo las soluciones propias de cada persona son más rápidas de aplicar y más eficaces que el aprendizaje de soluciones alternativas diseñadas para casos generales. Pues en lugar de centrarse en resolver problemas la terapia breve se centra en construir soluciones. Las personas tienen esa habilidad innata para crecer dentro de sí mismos, y sin bloquearse. Se preguntan por lo que ellos quieren para sí mismos, esa es la pregunta que llamamos milagro, sobre cuál es su propio plan de vida para sí mismos.

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