lunes, 18 de enero de 2010

Poner límites

Poner límites:

Poner límites, negarse, ser rechazado parecen experiencias o conceptos negativos porque sugieren que hemos perdido el tiempo, que no hemos sido amados, que nos hemos equivocado, que hay que seguir el camino sin nada entre las manos. La madurez emocional pasa, sin embargo, por esta lección fundamental. Los límites obligan a configurar las prioridades y las necesidades personales, a no ser víctima de todo lo que acaece: filtrar, elegir y asimilar son el resultado de poner límites, de aceptar límites. Aprender a transformar unas circunstancias que tal vez no son las que hubiéramos deseado, a funcionar al margen de lo que los demás, o la vida, nos han dado, o no nos han dado. Poco a poco emerge una sólida realidad: alguien capaz de albergar, de proteger, de transformar y de amar a pesar de sus circunstancias.

Alguien libre, en la mayor medida posible, de odios y rencores, de mil reproches, de demasiados temores. Alguien capaz de distanciarse de sus circunstancias y de fabricar un mundo a su imagen y semejanza, soñado, inventado, y a veces, aún fugazmente, plasmado. Para ello, dice Lise Heyboer que “...hace falta encontrar las raíces de lo que somos. Disolver las estructuras rígidas como las opiniones, los prejuicios, los vínculos, las obligaciones. Nos ofrecen seguridad a cambio de restringir, estrechar, reducir y negar la seguridad profunda y esencial de estar abierto a la vida... Camina en tu propia vida. Una vida con demasiadas reglas, límites, dogmas y valores rígidos no está viva. El destino no está escrito en ninguna parte, sólo el corazón de cada persona lo conoce, si este corazón tiene la suficiente libertad”. Cuando las personas son sólidas, su entorno no las contamina: su verdad personal será fuerte y duradera y bastará para alumbrarlas. Como en las montañas, el agua arrecia, el hielo recubre, el viento erosiona, pero la montaña sigue indemne y a sus pies puede brotar la vida que ella misma ampara.
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Cuando miro hacia atrás y recuerdo personas, lugares o ideas que amé, a veces sólo distingo confusión, dolor o incomprensión. Tardo un tiempo en recuperar la primera impresión: la luz que me enseñó a ver, a comprender Primero está esa luz, ese amor, esa comprensión: eso es lo que nos hace vulnerables al cambio, permeables, por tanto, a la asimilación de lo nuevo. Es la transformación de lo caduco. Después, tras la tormenta, habrá que poner los límites, regresar a la solidez individual, al ser esencial de cada uno. Sólo desde ese lugar estable y sólido podemos elegir en libertad qué pensar, qué hacer, qué decir, qué entregar. Nada externo es nuestro para siempre, sólo podemos quedarnos con la esencia de lo que logremos asimilar.
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Dice Jose Luis Sampedro, la libertad es como una cometa, vuela porque está sujeta. La libertad por tanto tiene que darse dentro de un lugar sólido, dentro de un entorno social habitable y bueno para convivir.

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