viernes, 15 de enero de 2010

la tolerancia y el liberalismo político

la tolerancia.-


La diversidad es una importante explicación de ls “excepcionalidad” europea, en la que la competencia mutua entre un gran número de Estados fomentó la tolerancia y la demanda de diversidad. Un intelectual cuyas opiniones no gustaban a cierto rey o gobernante podía encontrar empleo en otro país, lo que promovía una mayor diversidad de idea.
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Johann Friedrich von Pfeiffer (1718-1787), uno de los más influyentes economistas alemanes del siglo XVIII, puso de relieve una cuarta razón, la diversidad religiosa. Aunque algunos economistas creen que ciertas religiones propician el crecimiento económico más que otras, Richard Tawney (1880-1962), el famoso historiador inglés, ha insistido en la importancia cada vez menor de la religión en la promoción del capitalismo. Alrededor de siglo y medio antes, Pfeiffer pronosticó que la diversidad de religiones “en competencia” en un país haría perder a la religión como institución gran parte de su poder sobre los habitantes. La existencia de creencias alternativas elimina el miedo y otros factores que contribuyen al fanatismo, lo que da lugar a una mayor tolerancia para la deseable diversidad de la población y sus actividades. En mis dos estancias en la Universidad Malaya en Kuala Lumpur como profesor visitante he tenido la posibilidad de observar cómo se practica la religión musulmana, junto a otras muchas, en un país industrializado. En mi opinión, Tawney y Pfeiffer estaban acertados, lo que indica que estamos afrontando los problemas de seguridad de Occidente de un modo totalmente equivocado.
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Los poderes de la fe subjetivizada del mundo moderno se han caracterizado, por el contrario, por una posición reflexiva que no se limita a aceptar un modus vivendi -juridicamente coactivo bajo las condiciones de la libertad religiosa-. Las imágenes del mundo no fundamentalistas, que Rawls caracteriza como “not unreasonable comprehensive doctrines”, permiten, más bien, en el sentido de la tolerancia de Lessing, una disputa civilizada entre las difererentes convicciones, en la que una de las partes, sin sacrificar sus propias pretensiones de validez, puede reconocer a las otras partes como contendientes en pro de verdades auténticas.


En las sociedades multiculturales, la constitución de un Estado de derecho sólo puede tolerar aquellas formas de vida que se articulan en el contexto de dichas tradiciones no fundamentalistas, porque la coexistencia en igualdad de derechos de estas formas de vida requiere el reconocimiento recíproco de los diferentes tipos de pertenencia cultural: toda persona debe ser también reconocida como miembro de comunidades integradas cada una en torno a distintas concepciones del bien. La integración ética de grupos y subculturas con sus propias identidades colectivas debe encontrarse, pues, desvinculada del nivel de la integración política, de carácter abstracto, que abarca a todos los ciudadanos en igual medida.

Al mismo tiempo, el contenido ético del patriotismo constitucional no debe menoscabar la neutralidad del ordenamiento jurídico frente a las comunidades integradas éticamente en el nivel subpolítico; debe más bien afinar la sensibilidad para la multiplicidad diferencial y la integridad de las diversas formas de vida coexistentes en una sociedad multicultural. Al respecto, resulta decisivo mantener la diferencia entre ambos niveles de integración. Tan pronto como éstos coinciden, la cultura mayoritaria usurpa los privilegios estatales a expensas de la igualdad de derechos de las otras formas culturales de vida y daña su pretensión de reconocimiento recíproco. La neutralidad del derecho frente a las diferencias éticas en el interior se explica por el hecho de que en las sociedades complejas la ciudadanía no puede ser mantenida unida mediante un consenso sustantivo sobre valores, sino a través de un consensos sobre el procedimiento legislativo legítimo y sobre el ejercicio del poder. Los ciudadanos integrados políticamente participan de la convicción motivada racionalmente de que, con el desencadenamiento de las libertades comunicativas en la esfera pública política, el procedimiento democrático de resolución de conflictos y la canalización del poder con medios propios del Estado de derecho fundamentan una visión sobre la domesticación del poder ilegítimo y sobre el empleo del poder administrativo en igual interés de todos. El universalismo de los principios jurídicos se refleja en un consenso procedimental que, por cierto, debe insertarse en el contexto de una cultura política, determinada siempre históricamente, a la que podría denominarse patriotismo constitucional.
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Desde la perspectiva de Kant y de un Rousseau -correctamente entendido- la autodeterminación democrática no tiene el sentido colectivista y al tiempo excluyente de la afirmación de la independencia nacional y la realización de la identidad nacional. Más bien tiene el sentido inclusivo de una autolegislación que incorpora por igual a todos los ciudadanos. Inclusión significa que dicho orden político se mantiene abierto a la igualación de los discriminados y a la incorporación de los marginados sin integrarlos en la uniformidad de una comunidad homogeneizada. Para ello el principio de voluntariedad es significativo: la nacionalidad del ciudadano descansa en la aceptación por su parte, al menos implícita. La comprensión sustancialista de la soberanía popular relaciona la “libertad” esencialmente con la independencia exterior de la existencia de un pueblo; la comprensión procedimentalista, en cambio, con la autonomía privada y pública garantizada de igual modo para todos en el seno de una asociación de miembros libres e iguales de una comunidad jurídica. Quiero mostrar, de la mano de algunos desafíos con los que hoy nos confrontamos, que esta lectura del republicanismo realizada desde la teoría de la comunicación es más adecuada quela concepción etnonacional o incluso sólo comunitarista de nación, Estado de derecho y democracia.
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La historia del concepto de tolerancia, como el de laicidad, está íntimamente ligado
al de religión. De ello dan fe los tres tratados modernos clásicos sobre este asunto: el Ensayo
sobre la tolerancia, de Locke (1677) cuyo tema es la fundamentación de la libertad religiosa;
el Tratado sobre la tolerancia, de Voltaire (1763), un alegato en favor de la tolerancia, escrito
en defensa del hugonote Jean Carles, ejecutado bajo la falsa acusación de haberse opuesto a la
conversión al catolicismo de su hijo que apareció muerto. Menos frecuentado por el lector
hispanohablante es la obra de Lessing2 Natan el sabio (1778), por más que su influencia
histórica haya sido comparable, si no mayor, a la de los otros dos filósofos.

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Alemania sigue los pasos de la estrategia de emulación de Inglaterra, Holanda un ejemplo de paz, tolerancia y emulación

Como en el caso de muchos visitantes de la época, la riqueza, paz, libertad y tolerancia que observaron en Holanda dejaron en ellos una profunda y duradera impresión.

En el siglo XVII Delft mostraba que la guerra marítima, el arte como producto de lujo y la curiosidad científica pueden entrelazarse para dar lugar a innovaciones y riqueza en núcleos productivos muy diversificados. La importancia de la diversidad por se -otro factor olvidado por la economía estándar de hoy día- es algo en lo que insisten prácticamente todos los visitantes extranjeros de los Países Bajos en aquella época. En el núcleo de Delft destacan los fabricantes de lentes de vidrio -lupas- utilizadas para el control de calidad en la industria textil.
Las teorías del economista alemán Werner Sombart sobre la guerra y el lujo pueden verse representadas en Delft por la construcción naval y el arte de la pintura como incentivos en el desarrollo del capitalismo; pero con sus fabricantes de microscopios convertidos en científicos la ciudad confirma la tesis del economista noruego.estadounidense Thorstein Veblen de que la “curiosidad veleidosa” -no guiada por la codicia- también es una fuerza impulsora del capitalismo.
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La meta de la disciplina: motivar y responsabilizar al niño

¿Cuál es la finalidad de la disciplina parental? Un objetivo fundamental es conseguir que el control que ejercen los padres sobre los hijos ceda paulatinamente a medida que éstos aprenden a disciplinarse a sí mismos. La disciplina parental, a medio y largo plazo, enseña a los hijos el autocontrol y la tolerancia a la frustración; poco a poco ellos necesitarán menos regulación y disciplina externa para convivir en sociedad. Para ello el niño deberá aprender a responsabilizarse de sus propias acciones. Responsabilizarse aportará muchos beneficios a nuestros hijos; entre ellos, aprender a no culpabilizar a los demás de todos sus problemas.

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Decía él: “Pensaba que los sentimientos y la tolerancia me hacían débiles”. Cuando ciertamente es todo lo contrario, cuando hay empatía es cuando uno se siente fuerte y cuando puede dar amor y de alguna manera ser piadoso.

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Junto a la libertad privada, el bienestar personal y la seguridad de los ciudadanos, el poder político estaría obligado a proteger su autonomía, lo cual no significa adjurar de la tolerancia, ya que -como hemos dicho- quien desee optar por una forma de vida heterónoma puede hacerlo, siempre que no fuerce a otros y mantenga abierta la posibiidad de abandonarla él mismo.
No creo que a este tipo de liberalismo, defensor de la autonomía, se le pueda calificar de “comprehensivo”, porque “comprehensivas” serían las doctrinas que diseñan todo un proyecto de vida buena, serían doctrinas acerca de lo bueno. La autonomía -pese a Rawls- no esboza un proyecto de vida buena, sino que asegura únicamente que cada persona debe forjar su identidad, obviamente con el concurso de los otros que para ella son significativos. A la forma de Estado liberal que proteja la autonomía conviene, pues, más el nombre de “radical” que el de “comprehensivo” ¿Qué papel juega en la configuración de esa identidad elegida la pertenencia a una cultura?

Que esta neutralidad sea o no posible no es lo que nos importa ahora, sino más bien intentar averiguar cómo pueden elegir su identidad los ciudadanos en sociedades modernas si el Estado no intenta proteger al máximo su autonomía. Porque así como otras características pueden muy bien quedar al buen saber y entender de cada grupo, la autonomía personal es imprescindible para forjar la propia identidad, sin la que una persona es incapaz de situarse en la vida, saber qué valora realmente y qué no. No se me alcanza cómo podemos tomar en serio que cada individuo es quien debe elegir y negociar su identidad, si no goza de la autonomía suficiente para hacerlo.
Y, en ese sentido, entiendo que la forma ética propia del Estado debería ser la de un “liberalismo radical”, dispuesto a defender como irrenunciable para una convivencia pluralista la autonomía de los ciudadanos. Si los sujetos han de elegir su identidad y negociarla, el Estado ha de optar por aquella forma que permita la coexistencia del más amplio número de formas de vida, como es el caso de la defensa de la autonomía, desde la que una persona adulta puede elegir también una forma de vida heterónoma, siempre que el ingreso en ella no sea irreversible.

El liberalismo político renuncia abiertamente a considerar doctrinas filosóficas como las de Kant o Mill como adecuadas para componer la base ética de un Estado liberal, porque no son en modo alguno neutrales. La filosofía liberal kantiana considera que la esencia de la persona es la autonomía, y Mill subraya el carácter individual de los hombres; características ambas que otros grupos sociales no consideran como definitorias de los seres humanos ni como especialmente valiosas. Tradicionalistas, comunitarios, ciertas sectas religiosas, progresistas colectivistas aprecian poco la autonomía y la individualidad, por eso un Estado liberal neutral -entiende el liberalismo político- debe eludir afirmaciones antropológicas y conformarse con proteger la libertad privada, el bienestar personal y la seguridad de los ciudadanos.
Afirmar que existen diversas modalidades del liberalismo es algo tan poco original como asegurar que hay distintas formas de socialismo. Sin embago, autores como Dworkin, Charles Larmore o Rawls, han puesto especial empeño en intentar descubrir el núcleo moral del liberalismo, aquella clave que distingue básicamente a un pensamiento liberal. Y han creído encontrarla en la neutralidad del Estado, es decir, en la convicción de un Estado liberal debe ser neutral a las distintas concepciones de hombre y de vida buena mantenidas por los grupos sociales que en él conviven. Lo cual exige practicar una “política de elusión” de las discrepancias: el Estado no puede pronunciarse sobre lo que los hombres son, especificar las características que distinguen a los seres humanos, y pasar a potenciarlas políticamente, porque entonces se pronunciaría por una antropología determinada, tratando a las restantes de forma discriminatoria. A este tipo de liberalismo se denomina “liberalismo político”.
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respeto y tolerancia

Como dice Amy Gutmann, distinguiendo entre tolerar una opinión y respetarla, “la tolerancia se extiende a la más vasta gama de opiniones, mientras no amenacen y dañen a las personas de forma directa y discernible. El respeto es mucho más selectivo. Si bien no tenemos que estar de acuerdo en una opinión, debemos comprender que refleja un punto de vista moral”.

Consiste el respeto activo no sólo en soportar estoicamente que otros piensen de forma distinta, tengan ideales de vida feliz diferentes a los míos, sino en el interés positivo por comprender sus proyectos, por ayudarles a llevarlos adelante, siempre que representen un punto de vista moral respetable.
El respeto supone un aprecio positivo, una perspectiva, aunque no se comparte, y un interés activo en que pueda seguir defendiéndose. Aunque se hable menos de él que de la tolerancia, es indispensable para que la convivencia de distintas concepciones de vida sea, más que un modus vivendi, una auténtica construcción compartida. Y no sólo al nivel ciudadano de las sociedades internamente multiculturales, sino también en el ámbito de la ciudadanía cosmopolita.
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Algunos liberales han creído que la tolerancia liberal se puede justificar totalmente mediante el principio del daño de John Stuart Mill, que sostiene que el Estado sólo puede restringir apropiadamente la libertad de alguien para prevenir que dañe a otros, no a sí mismo.

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