lunes, 4 de enero de 2010

las tesis erróneas del manifiesto comunista

La pasada semana hablaba de cuentos chinos y cuestionaba el paradigma que anuncia que China será la primera potencia económica del mundo. Ahora te adjunto un link a una noticia que confirma una realidad: EEUU sigue siendo el líder mundial en innovación tecnológica.

http://www.elpais.com/articulo/economia/Google/Apple/Olimpo/bursatil/elpepueco/20100103elpepieco_1/Tes

En 1848, Marx y Engels publicaron El Manifiesto Comunista, una de las obras más influyentes del pensamiento humano, muy accesible y de obligada lectura. Su tesis era que la Revolución Burguesa acabaría con el Antiguo Régimen pero moriría de éxito y entonces vendría la Revolución Obrera que era la virtuosa. Las empresas más eficientes acabarían en monopolios y tendrían poder para apropiarse de toda la renta y alienar a la clase obrera que vería en la revolución y en el comunismo la única salida.

La evidencia empírica ha demostrado que sus ideas estaban equivocadas tanto en la capacidad del comunismo para suplantar al capitalismo que no ha acabado muriendo de éxito. La clave la explicó J. Schumpeter en su obra “Teoría del Desarrollo Económico” publicada en 1911 muy accesible y también de obligada lectura, aunque al final la Gran Depresión y la 2ª Guerra Mundial llevó a Schumpeter a asumir las tesis erróneas del Manifiesto y también defendió que el capitalismo moriría de éxito en su obra “Capitalismo Socialismo y Democracia” publicada en 1942.
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Tecnocracia y despolitización.-
Por ejemplo, Marx no previó que la creciente interdependencia entre investigación científica y tecnología acabaría convirtiendo a la ciencia en fuerza productiva predominante, como tampoco le fue dado prever que la intervención creciente del Estado para paliar las disfunciones de la sociedad de mercado acabaría modificando de manera no menos importante el cuadro de las relaciones sociales vigentes de producción.
En el capitalismo tardío, lo primero fomenta la creencia de que el funcionamiento del sistema social constituye un problema de orden técnico más bien que de orden práctico, en tanto lo segundo contribuye a reforzar la lealtad de unas masas despolitizadas al Estado benefactor a cambio del mantenimiento de un nivel relativamente estable del bienestar social.
Tecnocracia y despolitización se complementan mutuamente y conducen a la pérdida de función de la participación democrática en las tareas de decisión, confiada cada día más a los “expertos” o limitada a la periódica elección plebiscitaria de líderes alternativos cuya representatividad parece tener bastante más que ver con su capacidad para “representar” su propio liderazgo, como si de actores se tratase, que con la “representación” de sus electores.
El caso es que la teoría crítica en la que francfortianamente Habermas hace consistir el marxismo se haya necesitada de revisión.
Fenómenos tales como la lucha de clases o el de la falsa conciencia -cuya conceptuación jugaba un papel clave en aquella teoría- han de ser, por ejemplo, objeto de reinterpretación.
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Aun así el antagonismo clasista no ha sido eliminado, los mecanismos de regulación del conflicto social han conseguido al menos relegarlo a un estado de “latencia”; y de la conciencia tecnocrática imperante cabe decir que es “menos ideológica” que cualquiera de las ideologías precedentes, lo que ciertamente no hace sino incrementar su poder de imposición.

El marxista ortodoxo siempre podrá alegar que el análisis habermasiano de recambio recae sobre un modelo de sociedad todavía lejos de una posible implantación a escala planetaria y susceptible, allí donde se halle efectivamente implantado, de experimentar la convulsión de crisis económicas al estilo clásico.
Para su consuelo, Habermas ni siquiera necesita excluir esta última posibilidad, limitándose a apuntar la del surgimiento de crisis de otro estilo, como las llamadas crisis de motivación y de legitimación.

Y le guste ello o no al marxista ortodoxo, los factores que entran en juego en este tipo de crisis -como sucede con el déficit de participación a que aludíamos- se dan también, y en no menor medida que en las sociedades capitalistas, en las sociedades de socialismo burocrático y autoritario.

En última instancia, dicho déficit representa en el ámbito de la interacción un deterioro comparable al representado por la explotación económica en el ámbito del trabajo. Y su superación habría de constituir un objetivo emancipatorio no menos apremiante que la superación de esta última, como lo es el de hacer posible entre los hombres una comunicación libre de dominación.
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Me contesta J. C. Díez:


No coincido mucho con tu visión Virginia. Los tecnócratas asesoran pero en esta crisi ha quedado demostrado que no toman decisiones y que son los políticos los que lo hacen. Hasta que quebró Lehman y Sarkozi lideró reuniones al alto nivel no se desbloquó la paralisis institucional en la que nos tenían entrampados la Comisión Europea y el BCE.

Con respecto a la revolución de la comunicación es intrínseca a la difusión de las ideas o de las ideologías. Ahora acsi un tercio de la población está informada en tiempo real a través de internet. Las cabeceras de medios mantienen su credibilidad en al red y siguen dominando la mayor parte de las visitas pero ahora el ciudadano participa y comenta cada noticia o cada dato.

Conozco a varios parlamentarios de distintos partidos y reciben un aluvión de correos electrónicos de sus votantes, por lo que nunca la clase política había tenido tanto contacto directo con el ciudadano y la presión mediática ha sido determinante en esta crisis para que los políticos actuaron rápidamente para cortar la hemorragia. En los años treinta tardaron cuatro años en actuar y el destrozo fue desproporcionadamente mayor.

Publicado por: José Carlos Díez | 04/01/10 en 16:33

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