Lo que de verdad se quiere es padecer
Lo que de verdad se quiere es padecer: sé que una afirmación así resulta inaceptable en una sociedad y en una cultura imbuida del tranquilizante opio de las éticas del placer, del hedonismo, de la “sensualidad emancipada” y del behaviourismo sexual. Lo que se quiere es sufrir. Tannhäuser, lleno de lucidez, dejó los brazos venusianos porque estaba harto y satisfecho de “ser feliz” y “experimentar placer”. “Quiero sufrir... quiero morir”, le dijo a Venus de forma bien expresiva. En razón de esta convicción (que nada consigue refutarme) defino en este discurso por objeto del querer el sufrimiento, el padecimiento, asimilándolo a felicidad, goce y placer, y defino el dolor del siguiente modo paradójico (y a mi modo de ver, verdadero): Dolor es la afección que adviene cuando se deja de sufrir o padecer. Cuando se deja de sufrir hay duelo, duelo por aquél, aquello, aquella que ha dejado de hacernos sufrir, duelo por la desaparición del ser “querido” (o sea, “el que nos hace sufrir”). El sufrimiento es alegría y positividad, pese a cuanto haya dicho al respecto Schopenhauer, que tergiversó plenamente los datos de la experiencia, asimilando el sufrimiento al dolor. El dolor máximo adviene cuando se deja absolutamente de sufrir. Sobreviene entonces hacedía, forma extrema de pereza, spleen, tedio vital. De hecho, dolor y tedio son la misma cosa. O el tedio es la forma extrema de dolor. A veces logra anestesiarse mediante acción. A eso llamo aquí muerte, a la muerte del alma, a la muerte del sujeto pasional, la muerte en vida, la única que produce de verdad horror y da lugar a verdadera compasión: la muerte que mantiene en vida a un sujeto con estatuto simplemente “civil”. El drama de nuestra condición histórica consiste en que, con harta frecuencia, se hallan disociados el sujeto pasional y el sujeto social, de manera que el pasaje a éste se consuma, muchas veces, a expensas del primero, mediante inmolación de la pasión.
Tratado de la pasión de Eugenio Trías
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