miércoles, 27 de enero de 2010

un nuevo paradigma

Por primera vez desde la segunda guerra mundial, las generaciones jóvenes se enfrentan a la realidad de una vida peor que la de sus padres. No consiguen adquirir vivienda ni autonomía económica y laboral, no obstante su alto nivel de formación y estudios. Y también asoma la necesidad que ciertos economistas auspician de entrar con convicción en una época de decrecimiento feliz y sobre todo, elegido.

Se necesita identificar otros indicadores que no se resuman en un PIB, indicadores que sepan medir calidad de desarrollo por encima de la cantidad. Todos nosotros, como personas y ciudadanos, sentimos en nuestro interior que algo está fallando. La velocidad en la que vivimos, donde todo es rápidamente descartable, incluidas las personas, los afectos, las relaciones es una señal de ello. Somos consumidores y cuanto más consumimos, más vacíos e insatisfechos nos sentimos. Con frecuencia nos refugiamos en soluciones químicas, ansiolíticos y otros productos, que hoy más que satisfacer necesidades, son concebidos sólo para mantenernos en constante situación de deseo. Podría ser que después de tantos años de estimulación y presión para consumir, el deseo vive una especie de atrofia que está conduciendo, empujando cada vez más, a muchas personas a utilizar estimulantes y otras sustancias.

Para los que no tienen medios para participar en el festín del hiperconsumo aparece a menudo un vacío y un sentimiento de inutilidad que lleva a una clausura emocional y social, que como una centrifugadora nos expulsa de su corazón para enviarnos siempre más lejos, a los confines.

La humanidad necesita de un proyecto innovador, un nuevo paradigma que nos ayude a salir de la burbuja del crecimiento infinito en un planeta con recursos finitos. Una nueva visión que nos ayude a levantar la cabeza y que abarque en el largo plazo la sostenibilidad en el más amplio concepto. Una nueva educación y el redescubrimiento de la importancia de los valores que permita transmitir sentido a las futuras generaciones, sobre todo sentido de pertenencia a la humanidad, como una gran familia con intereses comunes, donde la colaboración sea mucho más importante que la competitividad.

Luca Francesch

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